de Sultanhisar
a Pamukkale

en bici hacia Pamukkale


¿Qué puede decirse de la etapa más larga? Le tienes respeto… y no porque 100 km sean inabarcables sino porque 100 km por carreteras secundarias cuyas condiciones desconoces, pueden ser duros. Más de 9 horas de bicicleta.

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Cualquiera, a estas alturas, podría pensar que, en una mañana así, enfrentados a una situación semejante, estamos añorando nuestro trabajo. Estar de nuevo en nuestra pequeña oficina con nuestros rutinarios quehaceres y nuestros clientes de siempre ¿Qué desea doña María? Pues esa pesadez, frente a los 100 kilómetros, puede resultar liviana. No se engañe el lector… 100 kilómetros no son suficientes… por mucho que sufras sobre la bici siempre es mejor que el trabajo. Aunque la etapa se alargue tanto que llegues de noche.

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El desayuno en el hotel Nysa no es como los anteriores. Ni huevos revueltos, ni leche… solo productos locales… muy salados. Ni las aceitunas pueden comerse. Muchos clientes parecen estar ahí por cuestiones laborales, representantes o ejecutivos con los ojos legañosos. Ese tipo de gente.
Salimos de Sultanhisar por carreteras secundarias en dirección a Nazilli. Una salida hermosa, muy tranquila, sin tráfico y el camino, a veces de adoquín a veces de ripio, en condiciones mas que aceptables. Sin embargo, aunque el adoquín pueda parecer conveniente, en algunas zonas empiezan a separarse y, con las horas, llega a resultar incómodo.


Pasamos junto a un cementerio. Hemos visto bastantes a lo largo del camino. Resultan interesantes pues, si son antiguos, puedes hacerte una idea de cómo ha cambiado el país. Las lápidas más viejas, anteriores a Ataturk, están rotuladas en grafía árabe y, las más modernas (posteriores a Ataturk) en alfabeto latino.


En ese y otros quehaceres distraemos nuestras mentes mientras pedaleamos. Atravesamos la ciudad de Nazilli sin detenernos más que en los semáforos y, al salir de la ciudad nos perdemos. Preguntamos varias veces. Un grupo muy variopinto, de señoras y señores en coche, nos dan una indicación que no nos convence, se ríen… y volvemos a preguntar unos metros más adelante. Nos indican en sentido contrario.

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Así se debió de sentir Don Quijote… solo e incomprendido ante la inmensidad del paisaje. Apretamos los dientes y susurramos tiernas palabras a Rocinante. Alcanzamos Kuyucak, un pueblo como tantos a lo largo de nuestra ruta. Nos parece que hemos avanzado un montón y es buena hora para un descanso. Tomamos un refresco en un hermoso parque que hay en el centro del pueblo. Una posada. Hasta ahora casi todas nuestras paradas han sido en pequeñas tiendas o mugrientos bares de carretera, muy poco apetecibles, en los que no hay clientes o, si acaso, el típico grupo de hombres jugando al Backgammon y bebiendo té. En esta terraza, que parece ser el bar de una cooperativa, hay clientes de ambos sexos, algunos jóvenes en uniforme escolar, y el ambiente resulta distendido y muy agradable.

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Saliendo de la terraza volvemos a perdernos y tenemos que retroceder (solo quinientos metros). Todavía avanzamos un poco más por estos caminos de piedras que hacen traquetear la bici. Rocinante relincha. Tranquilo amigo. Y aunque tenemos pensado llegar a Horsunlu antes de incorporarnos a la autovía, lo hacemos un poco antes, cuando nuestras maltrechas posaderas dicen basta.


Antes de incorporarnos a la autovía nos sorprende un pinchazo. La carretera no tiene piedad con nosotros. Cambiamos la rueda junto al típico bar de la zona, llenos de hombres tomando té y entretenidos en juegos de mesa. Nos miran de reojo pero nadie se ofrece a ayudarnos. Ni lo esperamos ni lo necesitamos, pero nos sorprende en comparación a otros países en que hemos estado, donde la población se desvive por ayudarte (bonitos recuerdos de Camboya).
La idea es seguir hasta Buharkent y tomar luego unas carreteras secundarias hasta Pamukkale, pero las carreteras secundarias están en tan mal estado y hace tanto calor que decidimos seguir por la autovía. Tiene bastante arcén y el tráfico nos parece más tranquilo.

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Poco antes de llegar a Savokoy nos desviamos a la izquierda, de nuevo por una carretera de tierra que avanza paralela a un canal hasta Pamukkale. Así que los últimos kilómetros tenemos mas de lo mismo: piedras, arenales y baches.


Algunos parece que lo disfrutan porque están tan molidos que no sienten ni padecen, y como el sol ya se ha tumbado bastante, es como si les hipnotizara. Pero las chicas están agotadas. Tanto que alguna preferiría irse con cualquier turco que la invitara a subirse a un camión, aunque solo la quisiera para descuartizarla y utilizarla para el tráfico de órganos (al menos así sus órganos irían en coche y fresquitos). Así de desesperado se ve uno al final de la etapa.

¿Y qué tengo que hacer?
¿Buscarme un valedor poderoso, un buen amo,
y al igual que la hiedra que se enrosca en el ramo
buscando en casa ajena protección y refuerzo,
trepar con artimañas en lugar de con esfuerzo?
No gracias.

El paisaje ha cambiado. Los campos de olivos del inicio de la jornada han dado paso a las naranjas y las granadas, y ahora, cuando estamos tan cerca de nuestro destino, caña y algodón (la mata del algodón nos recuerda a la de boniato).

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A medida que nos acercamos vemos en una montaña la gran mancha blanca de las piscinas de travertino. Una visión que le hace a uno tomarle mayor aprecio a sus órganos y, a pesar del cansancio, desestimar la opción de subirte a un camión cualquiera.

No gracias, compañero… la respuesta es… No, gracias.


Llegamos exhaustos al hotel Venus Suite. La habitación es buena y las zonas comunes tienen, en general, buen estado, sobre todo la piscina. Intentamos pedir un gin tonic pero resulta imposible explicar cómo lo quieres. No hablan inglés y, al final, nos lo tomamos sin hielo. Caliente y todo nos sabe a gloria.


DIA EN PAMUKKALE



En Pamukkale disfrutamos de nuestro primer día de descanso, sin bicicleta, y aunque teníamos previsto visitar las famosas terrazas de travertino a primera hora de la mañana, la cosa se ha complicado.
No sé si tenemos suerte… porque ha estado todo el día lloviendo. Truenos, relámpagos y mucha lluvia. Nos ha fastidiado el descanso, y la visita, pero al menos no nos ha pillado en la ruta. Pedalear bajo la lluvia por esos caminos…
Así que media mañana la pasamos en el hotel parcheando las ruedas y poniendo nuestros diarios al día, impresionados por la cantidad de agua que cae y el intenso aparato eléctrico. Miramos la previsión en internet y siempre parece que escampa en un par de horas, pero pasan las horas y no da tregua, por lo que decidimos armarnos de valor y hacer la visita… no vaya a empeorar… que siempre es posible.
Pamukkale en turco significa "castillo de algodón" nombre que viene de esas formaciones blancas de piedra caliza que le confieren ese aspecto algodonoso. Es famoso por sus aguas termales ricas en minerales. Estas, a lo largo de los años (miles), se van depositando y formando el travertino, un tipo de piedra que la gente confunde con "marmol".
Subimos en taxi hasta la Hierápolis con un chispy chispy que no resulta del todo incómodo. Entramos por el gimnasio. Sabes que es el gimnasio porque te lo dicen pero ahí no hay nada. Tres piedras mal colocadas. Luego pateamos montaña arriba hasta el teatro.

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Tiene capacidad para 12.000 personas e impresiona bastante. Se ve desde lo alto y quizá por eso parece mayor que el de éfeso (cuando no lo es). Está hecho de travertino y muy bien conservado.

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Seguimos subiendo hasta el Martyrium de San Felipe Apóstol, donde supuestamente torturaron y mataron a ese buen hombre. Conserva su planta octogonal y grandes pórticos que, mas que bonitos, resultan curiosos. En el ascenso vamos viendo sarcófagos a ambos lados de la ladera.

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Bajamos corriendo porque la lluvia arrecia. Los chicos rezongando en su propio martirio porque tienen frío y no hay donde guarecerse. Comemos algo y nos metemos en las piscinas de Cleopatra. Son unos baños termales a cielo abierto para los turistas más gandules y, aunque no nos gustan ese tipo de atracciones, se está calentito, y no queremos enfriarnos. Cleopatra jamás se hubiera metido en un lugar como este. Luego, cuando se calientan los huesos, salimos a visitar las famosas piscinas de travertino. Son esas terrazas blancas en escalera cuya imagen es conocida en el mundo entero. Pues bien, hemos llegado cien años tarde… Nos decepciona bastante y no por el exceso de gente. Hace tanto frío que casi no hay nadie. El problema es que la zona ha sido tan explotada que los hoteles han terminado por consumir el agua que, durante siglos, ha ido formando dichas piscinas. Las pozas originales están cerradas, como es lógico, vacías y deterioradas. Pero puedes meterte es en unas piscinas artificiales hechas ex-profeso, lo cual nos parece muy poco interesante.

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Volvemos al hotel, mojados y con mucho frío. No bajamos caminando porque llegaríamos empapados. Contratamos un taxi, pero tardamos una eternidad en encontrarlo. Toca meterse en la habitación y preparar las alforjas, preocupados por el efecto de estas lluvias sobre los caminos que nos esperan mañana.


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