en bici hacia Dazkiri

de Pamukkale
a Dazkiri


En el sofá de casa, cuando soñábamos el viaje, diseñamos esta etapa deliberadamente corta debido al desnivel que tiene. A partir de la ciudad de Denzili se asciende a una especie de altiplano del cual no descendemos hasta dentro de 3 días.

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Abandonamos Pamukkale por carreteras secundarias que serpentean de pueblo en pueblo atravesando el campo. Aunque son de tierra, resultan buenas a primera hora de la mañana, cuando aún no tienes el culo molido. No hay tráfico y los pueblos empiezan a despertar.

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La llamada del Imán, las casas de paredes desconchadas, las calles vacías y una puerta que se abre… sale una anciana con la cabeza cubierta por un pañuelo y cruza la calle hacia la mezquita. Antes de entrar se gira a vernos pasar. Baja los ojos e interpreta media sonrisa. Nimios acontecimientos que convierten una etapa de puro trámite, en un paseo íntimo y misterioso.

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Los paisajes llenos de cultivos… manzanas, maíz y granadas, son preciosos.

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Tras las lluvias de ayer temíamos que el terreno estuviera enfangado pero, más allá de algún charco que nos obliga a echar pie a tierra, ha quedado un campo húmedo y fresco.

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Tan relajados vamos que nos ponemos a discutir sobre la naturaleza de los cultivos… como si en lo más profundo, el ser humano, siempre estuviera orientado al conflicto. Unos afirman que son manzanas y otros que son membrillos. En un grupo que pedalea esto es un asunto muy serio. Cada uno expone sus argumentos. El equipo de las manzanas a la izquierda… el de los membrillos a la derecha. No llega la sangre al río. Nos detenemos y asaltamos una propiedad privada para probarlos. Al final resulta que son manzanas… aunque parecen membrillos.

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Nos incorporamos a la autovía y, después de unos cuantos kilómetros, tomamos la desviación de Kocabas, un pequeño pueblo agrícola que no destaca por nada. Cuando nos detenemos a tomar algo, una familia nos invita a sentarnos en su terraza… el dueño echa a los lugareños de su mesa y nos la ofrece. Tienen un pequeño negocio del que la gente entra y sale con un vasito de té caliente en la mano. Solo eso. Es justo lo que queremos, nos miramos unos a otros y aceptamos encantados. Nos sentamos a su lado.

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La familia consta de tres miembros: el señor que nos ha invitado, delgado, de facciones angulosas y poblado bigote, que debe ser el padre; un policía muy serio, vestido de uniforme, que sospechamos sea su hermano, y hace un alto en la jornada para ver a su familia; y la esposa que, desde dentro de la cocina, interviene de cuando en cuando. Están tan contentos de nuestra visita que llaman por videollamada a su hijo que vive en Estambul y, supuestamente, habla español. Entre todos conformamos una curiosa estampa: un grupo de españoles vestidos con culotte, hablando con una persona a la que no conocen de nada por video llamada, agasajados por su padre, un policía y la madre, que vigila desde la cocina. Todos tomando té y mirando, en la pantalla del móvil, a este chico que debe estar en su casa y no para de moverse mientras habla. La gente estará acostumbrada a estas modernidades pero a nosotros, que viajamos en bicicleta… nos resulta extraño. Durante quince minutos hablamos con él, explicándole nuestro viaje y él explicándonos su vida, pero la verdad es que su español es tan deficiente que toda la conversación transcurre en inglés. Insiste en que sus padres nos inviten a comer pero declinamos amablemente su oferta porque… pedalear con la barriga llena se hace pesado.

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Nos despedimos de una familia que, con éste sencillo gesto, ha redimido a los turcos del carácter tosco que les habíamos atribuido, y cruzamos el pueblo en paralelo a la autovía. Está lleno de niños que juegan en la calle. Un poco más adelante, cuando estamos a punto de incorporarnos a la autovía de nuevo, nos encontramos a un cicloturista ruso que viene en sentido contrario. Lleva dos semanas de viaje y somos los primeros cicloturistas que encuentra. Tropezarte con un colega es una situación extraña. Te embarga la alegría de encontrar a alguien con los mismos deseos, inquietudes y preocupaciones que tu. Te sientes reconocido por él y esa complicidad te llena de orgullo. Pero no dejas de darte cuenta de que es un desconocido, alguien que no tiene nada que ver contigo y, aunque podríamos detenernos a conocerlo en profundidad… no es el objetivo del viaje. Ni él ni nosotros somos los protagonistas, la protagonista es Turquía, sus paisajes, sus gentes. Así que mantenemos una escueta conversación en inglés, donde nos ponemos al día de nuestras respectivas rutas, nos hacemos una foto para inmortalizar el instante y nos despedimos amablemente. Imaginamos que se detendrá en Kocabas, en la misma terraza que nosotros, se sentará junto al policía y mantendrá una conversación por videollamada con su sobrino, que trabaja en Estambul… será un día extraño para esa agradable familia.


"Encuentro cartas de Dios tiradas por la calle y su firma en cada una,
las dejo donde están porque sé que, dondequiera que vaya,
otras llegarán puntualmente"
WW

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Cuando llegamos a Bozkurt, hemos recorrido 52 km en 6 horas y aún es temprano. El ascenso ha sido tan lentamente progresivo que no nos ha resultado difícil. Teníamos programado pasar la noche en el hotel Ender. Un sencillo alojamiento en el área de descanso que hay en la mediana de la autovía.
Buscamos la entrada al hotel. Se ve mucho movimiento de coches, guaguas y camiones. Gente que entra y sale. Pero el hotel no está anunciado.
Entramos a la gran nave. Es una especie de centro comercial, con un enorme espacio interior, completamente diáfano y ocupado por tiendas y restaurantes. Al otro lado de ese gran volumen, frente a la entrada y junto a los mostradores de comida, hay una diminuta puerta con un pequeño cartel escrito a mano. Anuncia el hotel como si fuera un aseo averiado. Entramos y subimos por una escalera llena de trastos. Ruidos que llegan desde lo alto pero ni un alma. Arriba se oye mas claro, un televisor encendido… a lo lejos. Un pasillo y varias puertas abiertas. Nada más. Parece que hubiéramos entrado en el domicilio de alguien… ¡Hello! gritamos. Todavía estamos ahí un rato hasta que aparece un niño en pijama y nos mira asombrado. Se rasca una oreja y sale corriendo hacia el interior de la vivienda. Es comprensible. Si ésta es su casa debemos haberle dado un susto de muerte. Aún tenemos puestos los cascos, las gafas, los guantes… en fin… toda la parafernalia ciclista. Corre a llamar a su madre y, al poco, aparece esta joven señora. Tiene un trato agradable.
Después de las primeras frases, en español, en inglés… en todos los idiomas un poco. Nos da su teléfono móvil y señala su oreja. Acercamos la nuestra al aparatillo. ¿Hola?Un señor se dirige a nosotros en perfecto español y nos explica que ha habido un terremoto y el hotel está cerrado por obras pero, si queremos alojarnos en las condiciones en que se encuentra, no hay problema. Deben pensar que, dada nuestra pinta, no se pierde mucho si las paredes se vienen abajo. Pasamos a ver las habitaciones. No están mal. Tienen enormes grietas en las paredes pero son habitables. Nos reunimos para tomar una decisión al respecto. La verdad es que hemos llegado temprano y el lugar es tan poco atractivo que no nos hacemos la idea de pasar la tarde y la noche en la mediana de la autovía. Decidimos seguir adelante y tratar de llegar al siguiente pueblo, a 20 km de distancia.

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Si 20 años no son nada… 20 km tampoco. El paisaje cambia radicalmente. Se vuelve de una aridez absoluta hasta el horizonte. A mano derecha un majestuoso y brillante salar, tan grande como un mar y, a nuestra izquierda, una impresionante pared rocosa. Un precioso contraste que te hipnotiza cuando… las nubes que se ven a lo lejos dejan caer unas gotas. Apretamos los dientes y aceleramos la marcha. Debimos quedarnos en Bozkurt.

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Se levanta un viento que viene de frente y el día se vuelve oscuro, como si se acercara tormenta. Pensábamos que, por la autovía, llegaríamos a Dazkiri en un periquete, pero el viento ralentiza nuestra marcha y, cuando al fin lo logramos, son casi las 18:30 y está oscureciendo.
Dazkiri es un pueblo de 5000 habitantes con dos hoteles (que hayamos visto anunciados). Elegimos el Hotel Hozer, de tres estrellas, porque nos lo merecemos, pero se encuentra en un lamentable estado. Por fuera es bastante aparente pero por dentro parece en obras. Las chicas sospechan que se trate de un lupanar… dado el tránsito de hombres que van y vienen.

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El vestíbulo está completamente vacío. Han colocado todas las sillas boca abajo sobre las mesas. Subimos a ver las habitaciones y están bastante sucias, dan a la carretera y son ruidosas. Pero el día ha sido bastante largo y estamos cansados como para andar con remilgos. No vamos a ir al de una estrella. Aparcamos nuestras bicicletas en el hall del hotel y pasamos un rato haciendo pequeñas reparaciones. Una de las gomas ha venido perdiendo aire y hemos tenido que inflarla a cada rato.

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El encargado nos invita a té mientras limpian las habitaciones. Bueno… limpiar es un decir, la habitación es un completo desastre: cristales rotos, polvo, y un baño tan sucio que alguna tiene que hacer malabarismos para posar su culo en la pringosa taza. Nos duchamos cual funámbulo sobre la cuerda floja, haciendo aspavientos para evitar pisar los excrementos del suelo. Hacemos la colada y la tendemos en el balcón. Luego salimos a cenar una sopa de lentejas y una pizza turca en un bar de carretera que hay en las proximidades.

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De vuelta compramos en un supermercado el desayuno para mañana y, como no hay nada mejor que hacer, nos acostamos temprano.


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