de Can Tho a
Long Xuyen

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Después del pantagruélico desayuno en el buffet del hotel VinPearl llega la despedida y ha sido algo más amable que nuestra llegada. Nos resultó desagradable que nos trataran como apestados (… lo cierto es que apestábamos un poco) y al hacer el check out el trato es otro (lo cual no quita que cobrarte de antemano por un servicio que aún no te han prestado sea un gesto muy feo).
Es temprano y, aunque el tráfico de la ciudad es igual de tormentoso que siempre, en la hora punta de la mañana resulta algo más denso. Los cruces, como siempre, muy complicados. Tomamos la Avenida Dai Lo Hoa Binh hasta alcanzar la rama principal del Mekong y avanzamos paralelos a ella durante unos 20 km. La caótica carretera se vuelve más tranquila al atravesar un polígono industrial donde hay fábricas de todo tipo, incluso olor a gas junto a una petroquímica y, pasada esa zona industrial, ya estamos fuera de la ciudad y mejora mucho.

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Transitamos por una estrecha lengua de cemento que zigzagueaba entre pequeñas casas. Están tan cerca unas de otras que en algunos puntos los vecinos han colocado telas o planchas metálicas en forma de toldos desde una fachada a la de en frente, lo cual confiere al camino un aire de intimidad que lo hace sumamente agradable… como si circularas en bicicleta por el salón de sus casas. Tenemos la sensación de estar presenciando algo único, el transcurrir de la vida en un lugar muy remoto.

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Luego de cruzar cientos de pequeños canales con sus respectivos puentes llegamos a una manga mayor que nos corta el paso y que, al no disponer de puente, requiere un transbordador para seguir avanzando. En el momento de preparar el viaje no estábamos seguros de que existiera dicho transbordador y teníamos prevista una ruta alternativa por si acaso. Y al llegar, como no está donde esperamos encontrarlo, ya nos vemos dando el rodeo. No hace falta. Preguntamos a un grupo de adolescentes sentados en corrillo bajo una sombra del camino, haciendo esas cosas que hacen los adolescentes (quién sabe) y nos indican la dirección adecuada. Humildemente seguimos sus indicaciones y lo encontramos muy fácil. Las gentes de la zona tienen siempre esa predisposición y alegría a ayudarnos… sin ni siquiera hablar el mismo idioma.

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Alcanzada la otra orilla circulamos por una zona muy parecida a la anterior, con sus casas y sus canales, sus puentes y sus caminos entreverados.

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Y por supuesto sus palafitos…

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De pronto empieza a apretar un calor terrible. Un bochorno insoportable, como si te dieran directamente en la cara con el secador de pelo. No son aún las horas más difíciles del día y ya estamos sudando a raudales. El cielo está encapotado y no hay sol, lo cual provoca efecto invernadero. Debe ser eso. Unido a un nivel altísimo de humedad nos acaba por derrotar. Nos detenemos a descansar un poco y a tomar un refresco en una pequeña casa que hay al borde del camino. Tiene en la puerta esa nevera naranja que hay en todos los bares. La abrimos, vemos si tiene hielo y, como lo tiene, nos quedamos. Bebida fresca. Tomamos de ella todo lo que nos apetece e, inmediatamente, ocurre lo que ocurre siempre en estas paradas: el local vacío empieza a llenarse de gente. Muchos niños que no paran de reír cuando interaccionamos con ellos. Caras de ingenuidad y de sorpresa.

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Una vez reiniciada la marcha, un poco más adelante, volvemos a incorporarnos a la ruta principal y, al poco tiempo, el calor y el tráfico nos hacen claudicar de nuevo. Buscamos un sitio donde descansar y comer algo. Si el local tiene uno o dos perolos es que hay comida caliente, y la comida caliente, aunque no apetece dada la temperatura que hace, da cierta seguridad sanitaria. Sopa de noodles o un plato de arroz con carne dulce, son las opciones. Cada uno elige la suya y tenemos una comida muy agradable y barata (aproximadamente 10 euros la comida y bebida de 6 personas). Después de la sudada que nos provoca el caldo caliente, hacemos de un tirón el camino hasta Long Xuyen.

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Esta ciudad es parada necesaria en nuestro camino hacia la ciudad fronteriza de Chau Doc, pues hay demasiados quilómetros para hacerlos en un mismo día. No tenemos muchas esperanzas puestas en ella pero resulta ser una ciudad bastante ordenada y limpia (que no bonita). Sin Embargo, el hotel Hoa Bing 1, es una mole de cemento decorada al estilo de la zona, un poco desangelado y pomposo, que cumple su función. Se encuentra directamente junto a la carretera principal, dispone de un amplio aparcamiento y una carpa para celebraciones. Descargamos nuestras alforjas, subimos a la habitación y, al poco, bajamos a la piscina para nuestro chapuzón de rigor y… sorpresa.
Al aparecer en aquel enorme vestíbulo, enfundado en la minúscula bata que te ofrecen en la habitación, todos los empleados me miran con extrañeza. No sé si con miedo o con pena, como miran al torero cuando hace el paseíllo. Pregunto por la piscina y ya me alertan – es muy pequeña – al tiempo que señalan la parte trasera del edificio. Ese dedo indice que se extiende hacia la puerta tiembla un poco, una sutil oscilación apenas perceptible. No lo suficiente para darme a entender que ocurre algo extraño. Después de una larga bicicletada bajo un sol de justicia, las neuronas no están ágiles para entender nada. Con una sonrisa atravieso el vestíbulo hasta el jardín trasero. Algunos empleados que me salen al paso intentan devolverme la sonrisa… pero se les cuaja el gesto en una mueca terrorífica. Ingenuo de mí… sigo adelante. Los que van a morir te saludan. Más que un jardín es una especie de hueco, un recoveco que el arquitecto aprovechó para hacer un hoyo. La piscina es ciertamente pequeña, pero no es para tanto. Lo que más llama la atención es el color del agua. Está igual de verde que en la foto que vimos en internet. Un verde esmeralda muy bonito… casi brillante… fosforescente. Se ve que no la cuidan demasiado y, sin embargo, no se puede decir que nos hayan engañado (exáctamente igual que en la foto).
Esto no nos acobarda y nos damos un baño. A estas alturas ya estamos curados de espanto y, un poco de verde, no va a quitarnos el placer de un chapuzón vespertino. Se divisan diminutos insectos buceando alegremente por las profundidades. Un hermoso espectáculo de biodiversidad que nos ofrece la naturaleza para nuestro deleite. Ni con esas nos salimos. Al final pasamos 2 horas dentro de ese agua marchita, que los gerentes del hotel no han visto nunca unos clientes con tanto empeño en darse un baño. Pedimos unos Gin Tonics para rematar la faena, pero no tienen tónica por lo que nos conformamos con soda. Ginsoda. Y seguimos ahí, metidos en el agua hasta que se nos arrugan los dedos. Qué limpios somos los españoles, se ve que el verde nos sienta muy bien. Incluso cuando empieza a chispar el baño nos resulta agradable.
Lo cuenta uno de esa manera y parece una crítica. Ni mucho menos. Fue un baño agradable. Luego de una ducha en la habitación, para recuperar nuestro color natural, salimos a cenar por los alrededores. El restaurante Vuon Hanh Phuc se encuentra a escasas manzanas. Llegar hasta él, sin embargo, no resulta sencillo, pues se ha hecho de noche y las aceras, a oscuras, a pesar de ser algo más anchas y estar mejor cuidadas que en el resto de las ciudades, resultan un poco peligrosas. Puede haber un socavón donde menos te los esperas. Luego, el restaurante, resulta ser un edificio moderno con un esmerado diseño. Muy coqueto y distinguido. Un montón de personal y amplios salones con extensos ventanales que dan a la calle y a una zona chil–out. Nos sirven muy rápido y la comida es más que recomendable. El perfecto equilibrio entre lo francés y lo vietnamita. Con la barriga llena nos vamos al hotel y directamente a la cama.


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