de
Nom Penh

a
Kampong Chhnang

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Salimos temprano preocupados por lo vivido hace dos días, cuando en la entrada a Phnom Penh nos sorprendió un tráfico desesperante que, junto al calor y a los kilómetros realizados, nos demoraron bastante en nuestra llegada. Tenemos 100 kilómetros por delante y no queremos que nos ocurra lo mismo. Sin embargo, hoy, la salida de Phnom Penh es mejor de los esperado. Vemos mucho tráfico de entrada y algún atasco, pero en destino norte la circulación es fluida, con algún semáforo que hasta viene bien para reagruparse y tomar resuello, beber agua y rascarse (si te pica algo).


Tomamos la carretera de la ribera que es como una gran avenida marítima y por lo tanto no tiene prácticamente cruces en los que haya que detenerse. El frescor de la mañana agiliza nuestras piernas y uno se siente capaz de cualquier cosa. A medida que avanzamos la fisionomía de la ciudad cambia. Los negocios van menguando hasta convertirse en los pequeños chiringuitos familiares a los que estamos tan acostumbrados a lo largo de nuestro viaje. Luego de unos 10 kilómetros la avenida se convierte en una especie de autovía con una mediana y un ancho arcén, con un firme aparentemente nuevo, y en muy buenas condiciones. Al contrario que en España, donde meterse en una autovía así da un poco de miedo, en Camboya es mucho más seguro para el ciclista, pues no hay demasiado tráfico y los coches te adelantan con mucho espacio. No es un paseo bonito pero avanzamos veloces.

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Después de 30 km llegamos al cruce para Kampong Cham (Kompung Cham) donde hay un puente que cruza el río. En este cruce decides por qué lado quiere rodear el Lago Tonlé Sap. Si lo rodeas por el este cruzas el puente y pedaleas hacia Kampong Cham, pero si como nosotros, quieres rodearlo por el oeste, te mantienes en la misma ruta hacia Kampong Chhnang (Kompung Chinang). Puede uno confundirse porque como se ve los nombres son parecidos. Se ve que Kampong Cham es una ciudad más importante pues, pasado el cruce, el camino se deteriora bastante. Sin embargo no nos afecta porque un poco más adelante nos salimos de la ruta principal para ir en paralelo a ella (y al río) por carreteras secundarias.


Una vez mas nos sorprende la calidad de las carreteras secundarias que, siendo de tierra, están muy bien compactadas y apenas tienen baches que dificulten la marcha.

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El camino discurre entre inmensos arrozales y palafitos muy humildes, nos agrada bastante.

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Hay cantidad de niños a lo largo del camino. En Vietnam (país comunista) todos los niños iban uniformados y en grupo, a la entrada o salida del colegio. Hoy los niños están ociosos, jugando al borde del camino y no dejan de saludarnos – hello – que no para uno de sonreír y levantar la mano.

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Salen al paso intentando tocarnos, lo cual nos hace sentir incómodos, en el traje de una estrella de cine. Sin embargo no nos permitimos el lujo de rechazarlos y no seguirles el juego por pura desidia… podían interpretarlo como soberbia y… no se merecen eso. Así que levantamos la mano, sonreímos y seguimos saludando durante todo el recorrido.


Aunque también vemos a alguno que, a pesar de su corta edad, ya trabaja.

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Paramos a comer algo en un bar del camino poco antes de volver a incorporarnos a la carretera principal. Ahí está toda la familia bajo la gran pérgola que sombrea la entrada a la casa, donde tienen el pequeño negocio. Tomamos unos refrescos y nos sentamos alrededor de la única mesa. El primogénito habla un correcto inglés y nos da la oportunidad de departir sobre esto y lo otro, hasta se acerca su abuela quien, según nos dice, tiene 90 años. Repartimos con ellos los frutos secos que llevamos y la abuela come algo con nosotros… y hasta acepta hacerse una foto con las chicas.

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Luego… de vuelta a la cruda realidad de la carretera. Nos incorporamos a la principal que, en esta ocasión, es de las peligrosas: sin arcén y con mucho tráfico en ambos sentidos. 40 kilómetros en los que hemos tenido que ir muy atentos a los adelantamientos, a la gente que circula al borde de la carretera (andando, en bicicleta o en moto) en tu sentido o en el contrario, y a los grandes camiones que pasan zumbando cerca de tu oreja. Por suerte no hemos tenido incidentes.
Llegamos a Kampong Chhnang antes de la hora prevista. Solo seis horas y media para cubrir los 95 kilómetros con una velocidad media de 14 km por hora. Para nosotros un récord.
Kampong Chhnang es una ciudad sucia y destartalada. Al igual que a su propio nombre, al que parece hubieran olvidado colocar unas cuantas vocales, sus calles, sus aceras, sus casas, también parece que les faltara algo por colocar. Como si estuvieran a medio hacer.
Nos alojamos en el Garden Guest House, una casa de huéspedes que, sabíamos de antemano muy humilde, pero que elegimos por ser la mejor valorada de la zona. Dispone de bastantes habitaciones, algunas de ellas con aire acondicionado, distribuidas irregularmente a lo largo de un gran jardín, ordenado y limpio. El interior de las habitaciones resulta decepcionante pues, aún siendo humilde, podría esperarse que estuviera limpio… lo cual no ocurre. Las toallas y la ropa de cama están muy sucias. Y aunque te preguntan en recepción si deseas que limpien tu habitación durante tu estancia, no importa lo que respondas pues, la habitación, mantendrá siempre el mismo aspecto desolado.

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Nada de eso altera nuestro talante, son cosas propias del viaje. Ni siquiera una queja. Tomamos unos refrescos en el bar del hotel, nos duchamos, hacemos la colada y nos vamos a cenar al Restaurante Paris, adyacente al alojamiento. Lo elegimos porque estamos cansados, no tenemos ganas de caminar y tiene aire acondicionado. Después de todo el día al solazo, con una temperatura que ronda los 40º, decir AIRE ACONDICIONADO es como si se abrieran las puertas del cielo. Pero, pese a su sofisticado nombre, Le Paris no es un restaurante francés, ni mucho menos, parece más bien un restaurante chino, muy similar a cualquiera de los que podemos encontrar en España. Tiene, eso sí, una buena oferta de vinos franceses a muy buen precio. Cenamos (con vino) los 6 por 62 dólares (menos de 10 euros por persona). Luego salimos a pasear por el centro de la ciudad, que nos resulta bastante animado, y tomamos unos helados en los puestitos que se ponen de noche alrededor de la plaza. En esas empieza a llover y regresamos a nuestro alojamiento sin prisa. No corremos, dejamos que ese agua fría nos rocíe a todo lo largo del recorrido. Un bautismo de frescor que nos acompaña a la cama. Nos acostamos temprano.

DIA EN KAMPONG CHHNANG


¿Por qué elegimos Kampong Chhnang, Kompong Chhnang o Kampong Chiang (como quiera que se escriba) para hacer una parada en nuestro camino? ¿Porqué rodear el lago por el oeste en lugar de por el este? Es una decisión difícil.
Al norte de Phnom Penh y al sur de Siem Reap, las visitas de interés turístico son escasas. La primera parada debiera ser, de forma natural, en la ciudad de Udon (Oudong) para visitar los Templos de Phreah Reach Traop Mountain en lo alto de una pequeña colina. Esta ciudad fue la antigua capital de Camboya y tiene cierto interés arqueológico, sin embargo, está demasiado cerca a Phnom Penh y avanzar solo 40 kilómetros nos hace perder un día. Por eso seguimos hacia Kampong Chhnang. A orillas de esta destartalada ciudad se encuentran los pueblos flotantes de Kandal y Chong Kos, de los mas relevantes del Lago.

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Existen otros pueblos flotantes: el más grande se llama Kompong Luong y se encuentra en las proximidades de Krakor en el camino a Pursat (hacia donde vamos más adelante) y otro más al norte en las proximidades de Siem Reap.
Kompong Luong es menos turístico y más apetecible, pero se encuentra bastante alejado de Krakor (y de Pursat), lo cual dificulta mucho la logística de la visita (es posible alojarse en el pueblo, pero una vez instalado no hay nada que hacer pues no puedes moverte libremente por él). Del que se encuentra en las cercanías de Siem Reap sospechamos pueda estar contaminado por el turismo de masas.


Así que elegimos Kampong Chhnang para hacer una parada de dos días y dedicarnos un poco al turisteo. Kampong Chhnang ofrece, además, la posibilidad de visitar el pueblo de mujeres ceramistas (típico de la zona).
El encargado del Garden Guest House nos acerca en su tuk tuk al pequeño puerto a orillas del lago y negocia con las barqueras. Acordamos 10 dólares por hora y barcaza (cada barcaza lleva 2 pasajeros y la visita dura dos horas).

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Nos acercamos a motor hasta los pueblos de Kandal y Chong Kos (están juntos pero en orillas contrarias).

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Una vez allí nos movemos a remo y a pértiga (dependiendo de la profundidad en cada momento).

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Aunque hace calor y las barcazas no son tan cómodas como nuestras bicis los pueblos parecen algo auténtico. Ni un turista a la vista.

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Son fundamentalmente de etnia vietnamita y nos movemos sigilosamente entre sus casas observando cada detalle de la vida de sus habitantes. Algo que la verdad no me gustaría hicieran conmigo pero que no parece tan grave cuando se lo haces a otro. La verdad es que mucha gente nos saluda, sobre todo los niños ante los que uno se queda con la impresión de ser una especie de Padre Dios.

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De regreso a tierra firme nos detenemos a tomar un refresco y, como tienen frente al puesto una pirámide de huevos en una especie de barbacoa a la que, de cuando en cuando, echan un poco de agua… pedimos uno para probarlo. Hemos oído que uno de los platos más apreciados en Camboya es el huevo cocido con el feto parcialmente desarrollado en su interior, pues el animalillo no nato se cuece en los líquidos del propio huevo y eso le da asepsia y suavidad al asunto. Nos lo sirven en un platito con hierbas, un trozo de lima y un poco de pimienta molida. Lo abrimos como los ingleses, dándole unos golpecitos en la coronilla, quizás por pudor, porque quitarle toda la piel nos hubiera mostrado el cuerpo completo del desdichado animalillo. En el agujero horadado en el polo del huevo clavamos nuestra cuchara sin contemplaciones. Un poco de resistencia al avance al principio pero la prospección tiene el éxito necesario. La cuchara trae de vuelta una mezcolanza de tejidos cocidos, de diferentes colores, consistencia y textura. Nada de pico ni de plumas como esperaba. Olor agradable. No hay que mirar demasiado sino llevarlo directamente a la boca. El sabor recuerda a algo entre pollo asado y huevo duro y no resulta en absoluto desagradable. De regreso a nuestro alojamiento, bajo un sol de justicia, pasamos por un mercado y hasta compramos un sombrero.

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Por la tarde contratamos una excursión con el encargado del guesthouse que tiene su propio tuk tuk. Nos lleva a la Krang Deymeas Hill, una pequeña colina que subimos andando para ver, desde el templo que hay en lo alto, un hermoso paisaje de la zona. Hace un calor terrible y subimos las no tan largas escaleras, sin embargo, el templo está muy deteriorado y la vegetación en torno a él ha crecido tanto que es imposible ver el paisaje. Descendemos de nuevo para subir de nuevo al tuk tuk y continuar la visita.

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Al parecer Kampong Chhnang significa Puerto de las Alfareras, y después de visitar la colina el servicial encargado nos lleva a una casa donde unas alfareras construyen figuras y vasijas de la tradicional artesanía de la zona. Una de ellas nos enseña la técnica y tenemos la oportunidad de ponernos al frente del torno y pringarnos las manos con arcilla (supervisados por la encantadora alfarera).

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Luego nos acercan a la casa de una familia que tiene 10 palmeras. Nos explican las peculiaridades de estas palmeras cuyo fruto no es el dátil ni el coco sino una especie de berenjena de cuyo interior se extrae un líquido salado y dulce que recuerda mucho al agua del coco. Dicho líquido se extrae de cortar el fruto pero también de cortar las flores en vivo, con lo cual la palmera no dará fruto, pero brotarán de forma continua, del orificio, 1–2 litros al día (que el palmerero tiene que recoger cada 12 horas). Si el líquido se concentra hirviéndolo resulta una especie de melaza muy dulce cuyo sabor recuerda mucho a los dátiles, si se fermenta da vino y si se destila un licor. Probamos cada uno de ellos y ninguno nos parece gran cosa pero, es lo normal, no está en nuestra cultura. Ellos parecen entusiasmados. Nos acercamos a un campo de arroz en medio del cual hay palmeras, y un joven musculoso trepa por ella (sin arnés) y recoge el líquido ya fermentado. Lo probamos directamente del recipiente y el olor y el sabor nos recuerda mucho al vómito. Él, sin embargo, lo bebe con mucha alegría (de hecho diríamos que ha bebido demasiado).

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De vuelta cenamos en la misma calle del hotel, en el Restaurante Van Soleap. Por 27,5 dólares cenamos 6 personas aunque el servicio es muy lento y quedamos con un poco de hambre. Muchos turistas. Luego, en la calle, caminamos hasta la plaza y nos tomamos un helado. Regresamos al hotel y nos vamos a la cama. Mañana volvemos a la ruta y hay que levantarse temprano. La etapa es de 95 kilómetros.


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