de Laguardia
a Cuzcurrita

Foto camino de Haro

Hoy teníamos previsto cruzar la región hasta la Rioja Alta. Empezamos el día con nuestra rutina de siempre: levantarse temprano, ponerse la ropa de ciclistas y bajar ya vestidos de romanos al comedor del hotel para el desayuno. Los demás huéspedes nos mirában como si nos hubiéramos salido de la jaula en la que deberíamos de estar encerrados. El Hotel Bodega Eguren Ugarte no es el tipo de hotel al que uno va en bicicleta, pero a todo debes acostumbrarte si trabajas para el turismo. Bajamos a las habitaciones (se encuentran en un nivel inferior al vestíbulo) a lavarnos los dientes y terminar de hacer el equipaje, y ya con nuestras alforjas en la mano subimos a cargar las bicis, hacer el check-out, e iniciar la ruta.
Los primeros kilómetros no eran muy agradables, ya que transcurrían por una carretera sin demasiado tráfico pero por la que los coches pasaban deprisa. El primer susto del día fue que el GPS empezó a parpadear. El bajo nivel de las baterías fue otro feo detalle por parte de Nava-rent. Era la primera vez que usábamos un aparato semejante y habíamos cometido el error de no tener un plan alternativo por si fallaba. Aunque era domingo, las baterías eran corrientes y solucionamos muy fácilmente el problema. Al poco de empezar hicimos una primera parada en Leza, para comprar las dichosas pilas. Ya digo, no hubo problema, y seguimos adelante con nuestra aventura.

Foto desde Samaniego

Fue la etapa más larga y dura de todo el viaje (sin ser nada en comparación con las que hacemos en nuestros viajes largos) pero el camino de tierra, la irregularidad del terreno y el sol, nos hicieron mella. Una de esas lecciones que nos da continuamente el ciclismo: no hay que tomar a menos ninguna etapa, la bicicleta siempre puede contigo.
Pasado Leza la ruta avanzaba por pequeños caminos entre las vides. Todo muy agradable y tranquilo. Solo de cuando en cuando algún operario de las bodegas, podando, sulfatando o lo que quiera que hicieran. Atravesamos algunos pueblos muy pintorescos como Samaniego y un poco más adelante nos detuvimos a comer algo en el D'ábalos Bar, en el pueblo de Ábalos.

Foto llegada Ábalos

Fue un almuerzo frugal muy auténtico. Se trata de un oscuro bar, cuyo interior recuerda más bien a una destartalada cueva; con un intenso olor a humedad y a vino. Fuera había una pequeña terraza, con sus sillas y sus mesas de plástico blanco y alguna sombrilla con publicidad de una conocida marca de cerveza. Era mediodía y daba el sol, por lo que resultaba agradable. El bar estaba regentado por una señora mayor con cerrado acento de la comarca, amable, locuaz y pizpireta. Nos sentamos al sol en una esquina de la terraza y la señora se acercó hasta nosotros. ¿Qué desean? Intentamos hacer la comanda pero a cada cosa que le pedíamos… no le quedaba. Hasta que al final preguntamos ¿Qué tiene? Una bolsa de patatas y… creeeeeeo que un poco de queso. Lo dijo así, estirándo la "e" hasta el infinito, que pensamos que no le iba a llegar el aire y, tragó saliva tan ostentosamente que a todos nos recorrió un escalofrío la espalda. Puuuues pónganos un poco de queso, y algo de pan… si le queda. Vino y cerveza para todos.
Entramos detrás de ella en el bar, para ayudarla a sacar tanta cosa. Fue lo que le dijimos. Pero queríamos averiguar qué clase de queso era ese pues, siendo lo único que tenía, no se acordaba.
Por una puertecita pasó al otro lado de la barra , se agachó para desaparecer de repente, que pensamos que se había caído. La oíamos trafagar allí abajo y su mano emergía de cuando en cuando con una cerveza, un figurita de porcelana, y hasta un cepillo para el pelo, con un mechón de pelo blanco enredado en sus púas. Siguió revolviendo hasta que apareció de nuevo su cara con una enorme sonrisa y puso algo envuelto en un paño mugriento sobre la barra. Clonc. Fue el ruido que hizo. Debía estar más duro que el propio diamante.
Lo mirábamos sin quitarle ojo, asustados de lo que pudiera ser, mientras ella lo destapaba con mucho cuidado.
Efectivamente, era el queso. Un queso arqueológico, amarillento, duro. A nosotros nos flaquearon las piernas y entornamos la boca en una especie de sonrisa más próxima al llanto que a la alegría. Nos miramos perplejos, intentando contener el llanto. En cualquier otra circunstancia nos hubiéramos ido a buscar otro sitio, pero hacía calor, las bicicletas, no nos apetecía movernos.
Sacó un gran cuchillo de debajo del mostrador, y fue cortando unas finas lonchas.
Salimos a la terraza con la comanda y resultó que el queso, el vino, la cerveza y el pan estaban bastante buenos… hasta las "patatas" que había en la bolsa, a pesar de haber caducado hace meses, estaban crujientes. Eso tiene el cicloturismo, comas lo que comas todo te parece un manjar, y departimos con los paisanos que allí estaban haciendo un alto en su día. Fue una conversación muy simpática y fluida pues, a nuestros contertulios, de cuando en cuando se les trababa la lengua y, viéndonos vestidos de aquella guisa, se les ocurrían las ideas más disparatadas acerca de nuestro viaje. Como ya conocían el bar, solo pedían cerveza, y vino, y con el estómago vacío se fueron poniendo alegres a medida que la charla avanzaba.
Después de un rato nos despedimos. Nos hubiera agradado seguir departiendo con los paisanos, a riesgo de acabar todos borrachos, pero debíamos continuar nuestra ruta. Ellos permanecieron allí sin ni siquiera cambiar de postura, la misma conversación incluso. Como si no nos hubiéramos ido. Tomando un chupito tras otro. Esa es la imagen que ha quedado grabada en nuestras retinas: la efímera foto de un pedacito de sus vidas.

Foto de San Vicente

Nos despedimos de la buena señora y sus comensales para seguir adelante con nuestra ruta hacia San Vicente de la Sonsierra y Labastida. Caminos de tierra y polvo que zigzagueaban entre los campos de vides. Alguna cuesta y muchos baches. No sé de qué modo, pero esos campos con sus hileras de vides perfectamente alineadas, y el silencio, transmiten al visitante una sensación de calma inmensa… como un mar que yaciera tranquilo.
Más allá llegamos a Haro y cuando lo hicimos estábamos bastante cansados y nos pareció que era tarde y no sabíamos cuánto íbamos a demorarnos en alcanzar Cuzcurrita de Río Tirón. Haro es conocida como una de las capitales del vino y debía ser parada obligada, pero a nosotros nos pareció una ciudad bulliciosa con bastante tráfico, así que pasamos de largo con la idea de volver después, durante la tarde, si Cuzcurrita no merecía la pena. Así que ni siquiera visitamos el centro. La rodeamos sin más.
Desde Casalareina hasta Cuzcurrita fuimos por caminos de tierra que avanzaban entre grandes extensiones de terreno, todas yermas. Algunos pueblos sin demasiado interés. Esperábamos encontrar Cuzcurrita detrás de todas las curvas y, con esa vana pretensión, el camino se nos hizo más largo. De pronto una cuesta, corta pero pronunciada, con baches y tierra suelta que te hacía patinar y, al otro lado apareció por fin nuestro destino.
Estábamos tan cansados que llegar al Hotel Teatrisso, y hablar con su alegre y vital propietaria, fue como llegar al cielo. Tomamos unos Gin-tonics en el Honesty bar (coges lo que quieres y dejas el dinero de lo que has consumido en una caja), un poco de fuet y unas papas fritas, y fue una bocanada de aire fresco que nos supo a ambrosía.
El Hotel está ubicado en una casa señorial exquisitamente reconstruida y decorada, y su patrona es una joven encantadora que nos alegró el día. Dispone de unas habitaciones temáticas muy coquetas, cada una dedicada a un género cinematográfico diferente. Después del aperitivo, nos instalamos, una ducha, una siesta y salimos a pasear por el pueblo y a cenar en un restaurante cercano.

Foto Cuzcurrita

Del restaurante del Hostal rural El Botero no hay demasiado que decir. Estaba completamente vacío y nos atendieron con amabilidad. Es uno de esos restaurantes junto a una carretera, sin un esmerado diseño, pero con una carta adecuada y un cierto encanto pueblerino. Nos resultó agradable y cumplió con creces su misión aquella noche.

Cuzcurrita del Río Tirón nos sorprendió gratamente y fue responsable de que no visitáramos Haro. Un pueblo al que solo fuimos por su oferta alojativa. Nos pareció que el Hotel Teatrisso merecía el paseo, y no anduvimos equivocados. No solo el hotel, sino también todo el pueblo, en su conjunto, está maravillosamente rehabilitado y es muy tranquilo. Ni un turista y apenas un paisano en las calles. Todo con mucho gusto, muy limpio, cuidado y con un encanto rural que pocas veces encuentras. Un remanso de paz en el que merece la pena hacer una parada.


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Foto de los campos de la Rioja
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