de
Helsingør

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Hundested

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La etapa, de 60 kilómetros, transcurrió bajo un sol estupendo y una temperatura envidiable.
Cuando después del desayuno, le explicamos al personal del Hotel Sleep2night lo que teníamos previsto hacer ese día, nos aconsejó tomar la carretera 47, paralela a la costa. Ello significaba un pequeño rodeo respecto a nuestra ruta prevista, pero insistieron en que era el mejor camino, y así lo hicimos.
Al principio el carril bici avanzaba por una pequeña lengua de asfalto paralela a la carretera y había que estar atento porque, al atravesar los pueblos, la ruta se desviaba por pequeños caminos paralelos y no siempre estaban claras las indicaciones (unos cartelitos azules en los que aparece dibujada una bici y una flecha) o no las encontrábamos con la periodicidad suficiente y teníamos que recurrir al mapa (con el consiguiente engorro que significaba sacarlo, extenderlo y volver a doblarlo) o confiar en nuestra intuición y seguir adelante a ciegas.
Hubo momentos en los que el carril bici se convirtió en un camino de tierra que dificultaba el avance, pues estaba surcado por grandes raíces. Una breve incomodidad tras la que llegamos a la ciudad de Gilleleje. Nos detuvimos a hacer una compra y almorzar en su bonito puerto. Había grandes mesas de madera junto a la dársena y, sobre una de ellas, muy orgullosos, extendimos nuestros manjares al más puro estilo del dominguero español.

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Luego salimos hacia Tisvildeleje, avanzando junto a la playa y, al escalar una colina, nos desorientó ver que el mar aparecía a nuestra izquierda. Debía tratarse del Lago Arresø , el más grande de Dinamarca. Más adelante el camino se hizo de tierra al entrar en el Parque Nacional de Tisvilde Hegn (no hemos encontrado referencias en español ni en inglés en la web). Lo cruzamos entre enormes árboles cuya sombra hizo que, de pronto, bajara la temperatura y pareciera de noche. Fue un paseo maravilloso, aunque en algún punto el camino llevaba a un fondo de saco sin salida y hasta nos vimos obligados a cargar las bicicletas escaleras abajo.

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Al salir del parque sacamos nuestra Guía de Bed & Breakfast e hicimos una llamada al que sería nuestro próximo alojamiento, en la localidad de Tollerup. Para encontrarlo tuvimos que recurrir varias veces al mapa, pues se trataba de una casa de campo perdida entre otras muchas.
Nuestra anfitriona era el perfecto contrapunto a los daneses con los que habíamos interactuado hasta ahora. Una señora encantadora, muy habladora y con ganas de agradar. Alquilaba dos cabañas en el jardín de su casa. Se trataba de las típicas cabañas de madera que se venden para guardar los útiles de jardinería. En cada una de las cuales había puesto dos camas individuales formando una L, y cómo éramos 6 personas, en el hueco que dejaban ambas camas, colocó un colchón en el suelo para que cupiera otra persona. Aunque eran minúsculas, las había decorado con gusto y la ropa de cama se veía de buena calidad, así que nos sentimos bastante bien acogidos. El baño estaba en una tercera cabaña que había junto a las otras y, frente a las tres, una gran terraza con una enorme mesa.

AMG

Se veía que la buena mujer tenía deseos de interactuar con nosotros. Nos invitó a ir con ella a la playa para darnos un baño. Pegaba el sol en el jardín y dentro de las cabañas el calor era importante, así que nos pusimos nuestros bañadores y la acompañamos a la playa. El camino avanzaba campo a través y conversamos con ella sobre esto y lo otro. Nos preguntó si nos bañaríamos desnudos. Entonces nos percatamos que debía tratarse de una de esas danesas que visitaban España cuando nosotros acabábamos de salir del huevo, y que provoco lo que luego se llamaría la época del destape. Esas rubias imponentes que poblaban nuestras playas en top-less, con cierto aire de indiferencia y muchas ganas de divertirse. Ahora era una señora entrada en años pero conservaba aún el brillo de aquella mirada. Le explicamos que, aunque españoles, éramos muy pudorosos y denegamos la invitación sujetando con fuerza nuestros bañadores.
El agua estaba muy fría y, por mucho que avanzaras mar adentro, no conseguías alcanzar la profundidad suficiente para nadar un poco, así que estuvimos chapoteando hasta que nos entró el frío y regresamos a nuestras cabañas.

Foto chapuzon

Detrás de las cabañas la señora había dispuesto una especie de cocina al aire libre pero, de noche, no era lugar para ponerse a cocinar ni habíamos comprado lo suficiente. Así que nos duchamos, nos vestimos, hicimos nuestra colada, tendimos la ropa en la terraza, frente a las cabañas, y nos fuimos a cenar a Liseleje. Por 1800 coronas (240 euros) cenamos 6 personas. Luego volvimos y nos sentamos alrededor de aquella mesa enorme que hacía las veces de punto de reunión. Solo nos faltaba la hoguera.
Divagamos, a la luz de la luna, sobre lo ocurrido aquel día y lo que nos esperaba mañana, sobre la vida de aquella señora, allí apartada del mundo y sola. Desarrollamos varias hipótesis sobre su vida… que pudiera estar vigilándonos en aquel mismo momento, escuchando nuestras palabras desde la oscuridad que nos envolvía, como Antony Perkins en Psicosis. Se hizo el silencio. Alguien recordó de pronto, que a través de la ventana, había visto una figura inerte, aparentemente humana, en una mecedora que había en el salón de la casa. Su marido momificado. Oímos un ruido en las proximidades, tal vez el crujir de una rama, y rompimos a reír como niños asustados por el poder de su propia imaginación. Después de charlar un rato… nos fuimos sanos y salvos a la cama.
A la hora de actualizar la información de ésta etapa, hemos tratado de buscar en la red algún dato sobre aquellas cabañas y sobre aquella señora encantadora que tan bien nos acogió aquel día. Porque aunque incómoda, aquella estancia en su jardín es un recuerdo que permanece indeleble en la memoria de todos los que allí estuvimos. Al modo de esas aventuras infantiles que nunca se olvidan. Ha sido imposible encontrar nada, como si aquellas cabañas y aquella señora hubieran desaparecido o nunca hubieran existido de veras… y fueran tan solo un sueño que tuvimos aquella noche y que vive, ya para siempre, en nuestro imaginario de cicloviajeros. Muchas gracias.


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