de
Hundested
a Aarhus

Foto paisaje danes
Foto de dos chicas en bici

Una etapa distinta, de solo 45 kilómetros, pero muy variada. Debido a la especial orografía de Dinamarca, además de pedalear, teníamos por delante un trayecto en transbordador y otro en ferry. Despertamos temprano en nuestras diminutas cabañas. Tan pronto salió el sol empezaron a calentarse y, como las cortinas eran de un frivolité blanco, muy ornamentado, que no impedía el paso de la luz, no era suficiente con tener los ojos cerrados. Poner un pie en el suelo era pisar a tu compañero, por lo que tampoco era posible quedarse retozando en la cama. Despierto uno… y despiertos todos.
Nuestra anfitriona salió al jardín para ver como nos las habíamos arreglado la noche. ¿Qué íbamos a decirle? Somos cicloturistas y estamos preparados para los más duros contratiempos. Tuvo el detalle de acercar a uno de nosotros al supermercado, nos hizo café, sacó alguna de sus mermeladas caseras y nos pidió que firmáramos en su libro de visitas. Recogimos la ropa que se había quedado tendida en la terraza y desayunamos en la gran mesa que había frente a las tres cabañas, lucía el sol y desplegamos sobre ella nuestros humildes manjares.
Fue emocionante la despedida tras el pantagruélico desayuno pues, pese a lo minúsculo del lugar, se había tratado de un sitio especial. En aquellas cabañitas, alrededor de aquella mujer rubia entrada en años, nos habíamos sentido los 6 enanitos (y enanitas) de una Blancanieves ya jubilada.

Foto de los enanitos

Hi Ho
Hi Ho…
Nos alejamos pedaleando y, tras una corta bicicletada, llegamos a la localidad de Hundested, donde tomamos el transbordador hacia Roervig. El trayecto apenas duró 10 minutos y el precio del billete sencillo es de 52 DKK por persona (7 euros) y 20 DKK por bicicleta (2,60 euros).. Era un transbordador abierto para alojar coches con el que evitábamos rodear el Isefjord.

LFGP

Una vez al otro lado… de nuevo a pedalear por la Península de Odsherred a lo largo de la costa norte. La ruta cruzaba una autopista y luego se adentraba en tierra deshabitada. Campos de cultivo, vegetación, un paisaje hermoso. Hubieron algunos repechos que nos hicieron subir el pulso. Desde arriba se veía un edificio blanco, que parecía abandonado junto al mar. Bajamos una larga cuesta hasta alcanzarlo. Era una enorme granja blanca, un poco destartalada y con cierto aire de misterio. No se oía ni se veía a nadie. Cuando llegamos hasta ella giramos a la derecha dejándola a nuestra izquierda y continuamos avanzando paralelo a la costa.

Foto granja

En Sjaellands Odde tomamos el ferry hasta Aarhus. Era un barco grande y nos pusimos en la cola junto a los demás coches. Se nos veía ridículos allí esperando, frágiles a las sombra de coches y camiones. El personal del puerto tuvo el acierto de invitarnos a subir los primeros. Tantas veces hemos subido a un ferry como ese en Canarias y era la primera vez que lo hacíamos en bicicleta. Una sensación extraña pedalear por aquella rampa y entrar en las bodegas del barco, como Pinochos engullidos por la ballena. Nos indicaron que atáramos las bicicletas a unos de los laterales del aparcamiento y subimos a la cubierta.

LFGP

De esta forma abandonábamos la isla de Selandia para adentrarnos en la Península de Jutlandia que constituye la Dinamarca continental. El viaje dura aproximadamente 75 minutos y cuesta aproximadamente 359 DKK por persona (48 euros) sin incluir la bicicleta (no sabemos si la bicicleta tiene suplemento).
Llegamos a la ciudad de Aarhus y no dimos demasiadas vueltas, entramos directamente en el centro para buscar nuestro alojamiento. Nos detuvimos frente a un par de hoteles. Dejábamos las bicis en la puerta, entrábamos a recepción y preguntábamos por la disponibilidad y el precio. Algunos estaban completos y otros, simplemente no nos gustaron o nos parecieron muy caros. Así hasta que dimos con el Cabinn Hotel. Se suponía que era un hotel barato y bien situado. Las habitaciones simulan una cabina de barco, pequeñas y funcionales, muy sencillas, con un baño diminuto pero correcto y limpio. No tan pequeñas como las cabañas de Blancanieves, pero casi. Tuvimos la suerte (o la mala suerte) de que nuestras habitaciones estaban en la última planta y tenían una terraza que miraba hacia un canal. Debía haber sido motivo de alegría, por la buena disposición de las habitaciones, orientadas hacia un lugar tranquilo por donde no circulaban coches y la gente paseaba muy relajada, sin embargo, al no encontrarse protegidas por el edificio contiguo, durante la tarde, el sol pegaba con fuerza. Hacía por lo menos 40º C allí dentro. Una especie de sauna de energías renovables. No tenían aire acondicionado ¿ cómo va a haber aire acondicionado si estamos en Dinamarca? y, mientras nos duchábamos y lavábamos la ropa, tuvimos que abrir la puerta de la terraza y la de la habitación hacia el pasillo para que corriera un poco de aire. Ya están otra vez los españoles montando el espectáculo en un hotel serio. Lo bueno de todo aquello es que después de lavar y tender, la ropa se secó en un periquete.
Dadas las dificultades que habíamos tenido para encontrar alojamiento los primeros días, mientras unos se acicalaban otros bajamos y nos sentamos frente al ordenador que tienen en el vestíbulo a disposición de los clientes para concretar los alojamientos de los próximos días. No los reservamos pero apuntamos los teléfonos con la idea de pedir al personal del hotel, al hacer el check-out, que por favor nos llamaran al siguiente alojamiento para ver si estaban abiertos y tenían disponibilidad para esa noche. Resultó una buena idea pues, a partir de entonces, fuimos a tiro hecho.
Una vez aseados salimos a pasear un poco por la ciudad y a buscar un sitio para la cena. Flanqueando el canal que daba a la trasera del hotel había una calle peatonal repleta de gente. Aboulevarden resulta un paseo muy agradable. Muchos locales de música, bebida y restaurantes. La recorrimos un par de veces y nos decidimos por uno de ellos.


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