de Bonn a Colonia

Foto Iglesia de San Martin

El desayuno en el Hotel Garni Deutsches Haus fue el mejor de todo el viaje. Nos dejó impresionado por su calidad y atención al detalle. Había múltiples perlas de diseño gastronómico que nos tenían como niños frente al escaparate de una dulcería… pero no podíamos probarlo todo ni quedarnos desayunando allí para siempre, así que hicimos ese esfuerzo deglutidor del que solo los latinos somos capaces, y nos dispusimos a recorrer los últimos 35 kilómetros de nuestro viaje. En comparación con lo que llevábamos hecho no significaba apenas nada, pero había que hacerlo, y hubieron algunas dificultades que nos amenizaron el día.

hacia Colonia

Al principio la ruta transcurría por la orilla del río pero, a medida que nos acercábamos a Colonia, se veía que la zona estaba más y más industrializada y el carril bici se alejaba de la ribera para avanzar tierra adentro y, en ocasiones, perderse. No abundaban las indicaciones y en algún momento tuvimos que preguntar a un paisano, pero de un modo u otro, regresamos a la orilla antes de entrar en Colonia.

Foto industria Colonia

Como ocurriera en Bonn la entrada a Colonia estaba plagada de parques y terracitas. No tan frecuentadas como el día previo porque era lunes, pero desprendía buen royo y ganas de vivir. Luego una zona de grandes terrazas y edificios nuevos de diseño, todo muy espacioso hasta alcanzar el centro.

Foto entrando en Colonia

Nos detuvimos a comer en una franquicia que encontramos muy cerca de nuestro hotel para hacer tiempo para el check-in. Va piano. Comimos bien pero para ser un sitio de comida rápida hemos de decir que ni es rápida ni es barata. Luego recorrimos los cientos de metros que nos quedaban hasta el Hotel zur Malzmühle y nos instalamos. Después de la pertinente ducha salimos a dar un paseo. Los niños pensaban que haber cubierto toda la distancia entre Basilea y Colonia era mérito suficiente para tomarse la tarde libre. Quedarnos en la habitación jugando a las maquinitas nos pareció demasiado, pero les dejamos un par de horas en la que nosotros, los adultos responsables, salimos a dar un paseo.
Nos ocurrió una cosa extraña. íbamos distraídos, hablando de esto y lo otro, por los alrededores del hotel, inspeccionando la zona para luego movernos con mayor facilidad con los niños, cuando sin darnos cuenta, en un semáforo, vimos que no venía ningún coche y cruzamos tranquilamente. Ya estábamos en medio de la calle cuando nos dimos cuenta de que en la otra acera, esperando que el machanguito se pusiera en verde, había dos personas. Uno pasaba desapercibido, probablemente hacía el trayecto del trabajo a su casa, pero el otro, en su uniforme impoluto, era un policía que no nos quitaba los ojos de encima. Pero ya estábamos a mitad de camino y no nos íbamos a detener ahí, en mitad de la calle. Así que ya se pueden imaginar lo que ocurrió entonces. Estábamos en Alemania. El policía se nos encaró con muy mala cara. Tardó poco en darse cuenta de que éramos extranjeros y quizás eso suavizó su tono. La verdad es que nos dio la impresión de que él estaba tan nervioso como nosotros. En un perfecto inglés nos preguntó qué penábamos que pensaría de él el otro señor que estaba a su lado si no nos detenía para darnos una reprimenda. Semejante argumento nos hizo comprender la situación en la que se encontraba. Cabizbajos le pedimos disculpas. Podíamos haber argumentado que en nuestro país esa conducta no era tan reprobable pero… qué habría este buen hombre pensado de nuestro país entonces. Tal vez ese argumento le ayudaría a confirmar que la gente del sur, los latinos, somos un desastre en todos los sentidos. Así que nos mordimos la lengua y como niños que han sido pillados en una travesura aguantamos la reprimenda. Eso fue todo. No acabamos esposados, ni multados, ni en el calabozo, pero a partir de ese momento tuvimos buen cuidado de no cruzar nunca en rojo.
Al margen de esa anécdota, las 48 horas que estuvimos en Colonia estuvieron salpicadas de compras, pereza y cortas visitas a los enclaves más pintorescos.
El centro, desde nuestro hotel hasta la Catedral, es bastante sucio y desordenado. Nos desagradó el modo en que habían construido edificios modernos en torno a la Catedral (todo quedó destruido tras la guerra) y, aunque por fuera puede resultar un edificio un tanto desaliñado, por lo ennegrecida que está la piedra, nos impresionó sobremanera la magnificiencia de su interior. La perspectiva te quita el hipo. La altura de sus techos (fue el edificio más alto del mundo hasta 1884), el volumen de la nave principal y la luminosidad que le confieren sus enormes vidrieras te sobrecogen desde los primeros pasos.
Uno de sus órganos estaba sonando con tanta solemnidad y a un volumen tan alto que los graves te atravesaban de lado a lado. Uno podía imaginar que siglos atrás un lugar así no dejara indiferente a nadie, dejando a todos bien claro el poder de Dios y de su Iglesia en el mundo.
Luego caminamos por las calles comerciales de alrededor. No había casi ningún edificio de época por lo que eran unas calles comerciales modernas como las que uno puede encontrar en Tokyo. Con sus escaparates, sus luminosos y las mismas marcas que uno puede encontrar en cualquier parte del mundo.
Aún era pronto (en torno a las 20:30) pero empezaban a cerrar los comercios, por lo que entramos en un restaurante para la cena (no recordamos el nombre ni merece la pena hacerlo).

Visita a Colonia


A la mañana siguiente salimos por última vez con nuestras bicicletas a dar un pequeño paseo. Primero visitamos la Iglesia de San Martín el Grande. Nos costó encontrarla porque está en una especie de patio interior que forman los edificios de alrededor. Es una iglesia enorme que parece la torre de un castillo y que forma parte del skyline de la ciudad. Luego fuimos a visitar el Puente Hohenzollern, un puente de hierro en el mismo centro de la ciudad por el que solo pasan peatones y trenes. Es famoso no solo por su estampa junto a la catedral y a la Estación Central de Colonia, sino por ser el tren ferroviario por el que más trenes pasan en Alemania, y no es de extrañar porque al contrario que otros que estamos acostumbrados a ver este tiene ni más ni menos que 6 carriles para trenes. Así que imagínate el tamaño del puente. Además tiene dos avenidas peatonales por las que pasa la gente caminando o en sus bicis (muchos de ellos turistas porque es una visita obligada) y una barandilla a todo lo largo en la que la gente ha ido colocando los dichosos candidatos de colores y que, por primera vez desde que he visto esta absurda costumbre, se puede decir que estéticamente el resultado es, en este caso, interesante. La barandilla tiene a todo lo largo del puente tal densidad de candados de colores que parece tapizada de un modo original y extraño que no pasa desapercibido a la vista. El puente está tan concurrido por alemanes y turistas que en muchos tramos tuvimos que bajarnos de nuestras bicicletas. En lo orilla contraria hay un mirador para hacer la típica foto de la ciudad con las siluetas del puente y la catedral al fondo.

Foto del Puente Hohenzollern

De regreso fuimos a donar nuestras bicicletas. Después de mucho buscar habíamos leído que la Radstation de Colonia, una empresa que se dedica a la compra, venta, reparación y alquiler de bicicletas, tenía un programa social de donación de bicicletas a inmigrantes (ver en alemán). Así que fuimos a la delegación que tienen junto a la Estación Central de Trenes y las donamos. Nos hicieron firmar un impreso en el que especificábamos para que uso lo hacíamos, nos hicimos la última foto con nuestras pequeñas, y nos fuimos muy satisfechos.
Después de esto solo nos quedaba hacer las pertinentes compras. Los niños querían traer recuerdos para toda la familia así que estuvimos buscando tiendas de souvenirs de un lado al otro: que si muñequitos de madera, que si imanes para la nevera, que si patitos de goma… ese tipo de cosas. Los mayores también aprovechamos la zona comercial de esta gran ciudad para hacer alguna compra algo más práctica (ropa de marcas que generalmente no encontramos en Las Palmas). Compramos también el film transparente y cinta de embalar para empaquetar las alforjas, lo cual no fue cosa fácil porque encontrar un supermercado convencional en el centro de Colonia es toda una proeza. Y nos fuimos al hotel a hacer nuestro equipaje.
Cuando ya habíamos empaquetado lo nuestro y supervisado lo de los niños era la hora de cenar, así que bajamos al restaurante que hay en la planta baja del hotel. Nos habíamos enterado de que el Brauerei zur Malzmuehle era una de las cervecerías más antiguas y tradicionales de la ciudad. Así que ni cortos ni perezosos nos metimos entre pecho y espalda nuestra última comida tradicional alemana, incluidas rebanadas de carne cruda con cebolla, morcilla (mucho más sosa que la nuestra pues parece un embutido insípido), cervezas, codillo y hasta un apfel strudel de postre (todo ello por 189 euros para 6 personas hambrientas). Con el estómago bien lleno nos fuimos tempranito a la cama con la ansiedad propia de la víspera del regreso a casa.


>>PASA A LA PÁGINA SIGUIENTE>>

Foto de Colonia
Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 España