de
Colmar

canal de Estrasburgo

a
Estrasburgo


Tratándose de una etapa larga y siendo las previsiones meteorológicas de mucho calor (Canícula dijeron en el noticiario), salimos temprano. Desayunamos en el Hotel Turenne y ya subidos a nuestras bicis, pasamos por el mercado de Colmar a comprar unos bocadillos y un poco de fruta para el almuerzo. Es un edificio antiguo bastante bonito cerca del río y a esa hora ya había grupos de turistas japoneses sacando fotos. Nos demoramos un poco en el proceso de cortar el pan y el embutido, pero al fin nos pusimos en ruta.

reflejo Colmar

Aunque el camino desde Colmar hasta Estrasburgo no transcurre por la orilla del río, hay un canal paralelo a él (el Canal Rhin Rhone), por el que transcurre la Eurovelo 15 y avanzaba en línea recta hasta Estrasburgo. Para llegar a él tomamos primero el Canal de Colmar durante 10 kilómetros y luego giramos a la izquierda.

Canal Rhin Rhone

El camino era bonito pero recto hasta la extenuación y absolutamente desierto. Tal vez porque era sábado, porque hacía calor, o porque esa tarde jugaban Francia contra Argentina en el Kazán Arena, y la gente estaba preparándose en casa para semejante acontecimiento, no había absolutamente nadie en la ruta. Pero ni la soledad ni el silencio auguraban entonces las dificultades que tendríamos luego. Un calor semejante sin una sombra y sin un mísero grifo ni una tienda ni un bar donde comprar una botella de agua… puede acabar con cualquiera. Al contrario que ocurre con los ríos, el canal no atraviesa los pueblos por los que pasa sino que lo hace a una pequeña distancia, por ello no nos merecía la pena abandonar la ruta para buscar una tienda abierta. Las veces que lo hicimos todas estaban cerradas y la aventura nos demoraba y nos frustraba bastante. Pero el agua se nos iba acabando y sin agua no se puede vivir… así que seguimos intentándolo una y otra vez hasta que al fin, en Marckolsheim, encontramos un pequeño supermercado abierto, y compramos bastante agua. Nos las veíamos muy felices pero aún teníamos 50 km por delante y el calor era sofocante.

Foto canal de Colmar

Si viajas acompañado de gente joven, una posibilidad era cruzar al otro lado del río (y la frontera) para visitar el Parque Temático Europa en la localidad de alemana de Rust. Se encuentra en un punto equidistante entre Colmar y Estrasburgo y es uno de los parques temáticos más grandes de Europa (tiene 13 montañas rusas). Tal es su extensión que, de decidir visitarlo, una posibilidad hubiera sido hacer una parada y dedicar un día al mismo, pero por el tiempo del que disponíamos para el viaje no estaba dentro de nuestras posibilidades. Sin embargo… tuvimos nuestra propia montaña rusa aquel día.

Foto cisne en el canal

Nos entretuvimos contemplando una nutria que jugueteaba en el canal como si nada de lo que ocurriera alrededor tuviera que ver con ella, o un cisne que acicalaba sus delicadas plumas con el pico. Vanas distracciones que solo demoraron lo inevitable. Sin agua y sometidos a un calor sofocante los niños empezaron a tener problemas. Los 70 kilómetros no se acababan nunca y uno de ellos no pudo con el esfuerzo. No podía seguir adelante y teníamos que buscar una solución a una contingencia tan delicada. Nos detuvimos preocupados por su salud y analizamos las posibilidades que había. Al final decidimos repartirnos sus alforjas y hacer eso que cualquier ciclista avezado sabe que no debe hacerse nunca: remolcarle. Atamos el elástico que teníamos para sujetar las alforjas entre su bicicleta y la mía. Una temeridad pues al empujar el elástico se estiraba y al dejar de hacerlo se contraía hasta el extremo de chocar su rueda delantera contra mi trasera. Había que ir muy pendientes.

Foto Canal Rin Rhone

En ese tránsito hacia el desastre ocurrió que un punto apareció en el horizonte del carril bici, y se fue haciendo cada vez más grande. Hasta que llegamos a él. Era una señora mayor, en un triciclo pequeño, cargado de trastos hasta lo imposible. Bolsas de plástico, cajas, una pequeña maleta. Se diría que padeciera un síndrome de Diógenes y la hubieran echado de casa. Avanzaba muy lentamente por el centro del camino. De cuando en cuando se echaba milimétricamente a la derecha para dejar paso al ciclista que venía de frente pero, inmediatamente, volvía a ocupar el centro de la estrecha tira de asfalto. Intentamos alertarla dándole al timbre, o gritando ATENCIÓN, más fue imposible, debía estar sorda como una tapia.
Circulando solo, aún con las alforjas, hubiera sido posible adelantarla, pero tirando de la bicicleta del niño, se me antojaba difícil. Y de verdad que tuve paciencia pero el paso de los minutos, y de los metros me fueron inquietando y, cuando la ocasión fue propicia me decidí a dar el paso.
Todo ocurrió en unos segundos pero lo recuerdo como si hubiera transcurrido una hora. Cuando ya estaba pasando y le tocaba pasar al chiquillo, este sintió que no había espacio suficiente para él y frenó de golpe. El elástico se tensó hasta el extremo y, al darme cuenta de lo que ocurría, frené yo mismo. Pobres ciclistas enfrentados a una catástrofe que se ve venir de forma inminente. Tan tenso estaba el elástico que al frenar vino a hacer chocar las bicicletas y los dos caímos al suelo.
La buena anciana se detuvo un poco más adelante, y se giró hacia nosotros. Parecía tener la mirada perdida, de lo que deduje su mal estado y la forma que tenía de conducirse por aquella zona. Se levantó y dio unos pasos hacia mi, pero en lugar de ayudarme (yo ya estaba extendiendo la mano hacia ella) pasó de largo.
Estiré el cuello para ver hacia dónde se dirigía que fuera más importante que atender a los damnificados por su mala conducción… y lo vi claro. Había una cinta magnetofónica, muy deteriorada, tirada al borde del camino. La recogió con sus arrugadas manos, se la acercó a la boca y soplo con fuerza para desprender la tierra que tenía adherida. Creo que vi las letras TDK y la palabra "GOLD" escrita en el desgastado papel que aún conservaba, y deduje que se trataba del famoso LP de Spandau Ballet. Pero la vieja ya lo tenía en su mano, y desenfundó el dedo meñique como si fuera una espada, de lo mugrienta y afilada que tenía la uña. La ensartó en uno de los agujeros y con unos graciocísimos giros de su muñeca fue recogiendo los bucles de cinta magnetofónica que se habían salido por el cabezal del casete. Luego le dio un beso a la cinta, como si fuera un tesoro, y la guardó con cuidado en una de las arrugadas bolsas que había en el triciclo.
Se alejó sin mirarnos y regresé culposo a mi mismo, y al descuido que significaba haber dedicado toda mi atención a la vieja, descuidando la salud del chiquillo. Pero el niño, como yo, solo estaba herido en su orgullo. Nos levantamos y, cuando ya íbamos a emprender al marcha, a uno de los otros le dio un mareo. Tan impresionado le había dejado al escena, el calor y la falta de agua, que estaba tan blanco como el papel de fumar que la anciana llevaba sujeto con una pinza de la ropa al manillar de su bici.
Tuvimos que acostarlo en el suelo y levantarle las piernas para que se le pasara. ¿Qué más nos puede ocurrir? me preguntaba. Vaya espectáculo dimos en el carril bici, que recordaba a una playa después de ocurrido un sangriento desembarco. Y se podría pensar que la situación era desesperada, que estábamos a punto de echar a llorar cuando… un grito a lo lejos nos regresó al mundo.
GOOOOOOOL
No nos cabía duda. Francia había marcado. Un jolgorio, con vítores y cánticos, llegaba a nosotros desde alguna parte. Y donde la gente canta suele haber cerveza, y donde hay cerveza hay agua. Muertos de sed y calor lo buscamos y, un poco más allá, allí estaba. Una Biergarten (si es que en la Alsacia Francesa se llaman también así) repleta de gente.
Mientras uno se queda con los enfermos otro se aventuró a ir a por el agua. Pero lejos de provocar en la gente la curiosidad que encontramos otras veces, al vernos con nuestras bicis y nuestras alforjas, aquí todos estaban pendientes de la pantalla. Acababan de marcar y parecía que el gol les hubiera aumentado la sed, y la necesidad de cerveza, que no había forma de que los camareros nos tuvieran en cuenta.
Si en algún momento albergamos alguna duda de la selección con la cual debíamos alinearnos: la de nuestros hermanos o la de nuestros vecinos, en aquel momento la resolvimos de pronto. Los goles de Francia nos condenaban a morir de sed. Al final la cosa se fue tranquilizando, la alegría no puede durar toda la vida, y conseguimos el agua. Bebimos y todos nos sentimos un poco mejor para afrontar los últimos kilómetros del día.
Cuando nos alojamos en el Aparthotel Adagio Access la selección francesa ya había derrotado a la albiceleste (ver nuestra valoración del hotel) por lo que las recepcionistas estaban alegres y muy receptivas. Nos duchamos, pusimos una lavadora y salimos a cenar en las cercanías.

casas Estrasburgo

Nos decidimos por el Restaurante Le Khun en las proximidades de la famosa Estación de trenes de Estrasburgo. Pedimos unos escargots (caracoles) que estaban buenísimos y una tarta flambé para compartir de primero (ver nuestra sección de gastronomía). La tarta flambé es una especie de pizza pero mucho más ligera y sin tomate muy típica de la Alsacia. De segundo cada uno pidió lo que quiso pero la mayoría se decidió por el jamón o la paleta ahumada con chucrut, la especialidad de la casa. Estaba buenísima y la cena nos costo, con dos botellas de vino Riesling, 220 euros para 6 personas. Salimos de allí haciendo eses por la acera, pero llegamos sin problema al hotel.

cena Estrasburgo


Visitar Estrasburgo


Desayunamos algo más tarde que los días que hacíamos ruta y salimos a pasear por Estrasburgo. Nos impresionó sobremanera su historia y cómo, siendo una ciudad que ha estado a caballo entre dos países (Francia y Alemania), pasando en varias ocasiones de ser soberanía de uno a ser soberanía del otro, a la hora de la construcción de la Unión Europea, se consideró que era el lugar adecuado para albergar algunas de las instituciones europeas más relevantes: el Parlamento Europeo y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, las mayores instituciones legislativas y judiciales que tiene Europa.

Catedral de Estrasburgo

Al margen de eso, que no es poco, la ciudad de Estrasburgo es, por su patrimonio urbano, una ciudad muy bella y nos sorprendió la extensión de su centro histórico, que parecía no terminar nunca. La postal de los puentes cubiertos es preciosa, luego fuimos a la catedral y esperamos a que abriera.

Plaza del Castillo en Estrasburgo

Las vidrieras eran hermosísimas, callejeamos por sus calles, compramos unos Bretzel y nos subimos a un barco turístico para visitar la ciudad desde sus canales y sus esclusas, y acercarnos hasta la zona nueva donde se encuentra el Parlamento y las otras instituciones.

crucero Estrasburgo

Luego del viaje en barco vimos el partido de España contra Rusia en un bar español llamado Tapas Cafe. Estaba lleno y había muy buen ambiente pero… a pesar de que los niños llevaban sus banderillas y que hicimos toda la fuerza posible… perdimos y, como nos habíamos quedado maravillados con las tartas flambeadas que habíamos probado la víspera, buscamos en internet un local que las sirviera y cenamos en él por 120 euros (6 personas con vino). Elegimos el Binchstub, un sitio diminuto e informal en la parte antigua. El local es difícil de encontrar entre las callejuelas del centro y tiene una mesa corrida que hace las veces de barra por uno de sus extremos. Las tartas estaban muy buenas y servían bastante rápido, lo que nos ayudó a olvidar la derrota de España y nos fuimos con la barriga llena y muy satisfechos a la cama.


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Estrasburgo desde el puente cubierto
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