de Ihlara a Goreme

Valle de las palomas

El desayuno junto al río, a no más de 5ºC y vestidos de corto nos saca de golpe de la vida burguesa para devolvernos a la cruda realidad del mundo cicloturista. No tenemos bajo la mesa las brasas que nos pusieron anoche pero nuestros anfitriones nos agasajan con sus mejores platos… parece más un almuerzo.

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Luego… esa realidad que intuimos se hace aún mas patente, porque el alojamiento se encuentra en el fondo del Valle de Ilhara (que es una especie de cañón de escarpadas paredes) y para salir tenemos que escalar.


No es un puerto de primera pero te quita el frío de golpe. Las pulsaciones suben y se te olvida lo bien que has pasado la noche. Arriba nos detenemos en el núcleo urbano de Belisirma, para reagruparnos.

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Un grupo de hombres, al otro lado de la calle, debate junto a un muro. Suponemos se trata de la junta de urbanismo pues miran el muro desde un ángulo y otro, dando sus opiniones (que por supuesto no entendemos). Seguimos adelante y, estos primeros quilómetros son buenos, una carretera asfaltada con poco tráfico. Pasamos de largo el pueblo de Gaziemir, donde un cartel anuncia que tienen la ciudad subterránea más grande de Capadocia. Imposible entretenernos con la visita, por lo que no podemos dar fe de ello.

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La carretera continúa siendo buena hasta Bekarlar. Desde aquí debemos tomar una carretera secundaria hasta Kuyulutatlar, pero la cosa no empieza bien pues, al detenernos en una tienda a tomar un refresco, los paisanos que se acercan coinciden en que la forma de ir es regresando a la carretera principal. No tenemos mapas de esa zona y no vamos a cejar en nuestro empeño, así que tomamos la que nos parece la ruta adecuada: un camino de tierra en muy malas condiciones.

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Al poco pasa un coche en dirección contraria y nos señala que el camino no lleva a ninguna parte. Aún así seguimos adelante hasta que, dos o tres kilómetros mas allá, después de muchos baches y mucha tierra, descubrimos el motivo de tanta desesperanza. Están haciendo una autovía y los camiones han levantado un talud de escombros y tierra de casi 10 metros de alto, sobre el que están asfaltando y que cruza toda la llanura como si fuera una gran muralla. Esta impresionante obra interrumpe nuestra ruta y nos imposibilita el paso. Estamos en medio de una llanura inmensa. Oteamos el horizonte y no se ve una carretera ni una casa a lo lejos. Volver atrás no es una opción, pues nos ha costado bastante llegar hasta aquí y perderíamos demasiado tiempo. Así que decidimos tomar un sendero de piedras y dar una especie de rodeo hacia ninguna parte.


No hemos avanzado quinientos metros y la ruta se ha vuelto impracticable. Tenemos que bajarnos de la bici y avanzar a pie por la abrupta vereda cuando… vemos a un hombre que se acerca a lo lejos. No sabemos qué intenciones trae, si abroncarnos porque estamos cruzando sus tierras o echarnos una mano. No hace gestos ni levanta la cabeza. Solo es una figura humana, de ajados y oscuros ropajes, que avanza lentamente hacia nosotros. No sabemos si avanzar, retroceder o esperarle. Cuando llega a nosotros nos da la mano y descubrimos que sus intenciones son buenas. No le entendemos nada pero está claro que nos indica que por allí no se puede ir a Kuyulutatlar.

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Es un hombre de aspecto rudo pero amigable, probablemente un pastor, el dueño de las ovejas que pastan la zona. Nos indica con señas que hay que atravesar el muro de tierra que han formado los camiones para levantar la carretera. Es imposible, le explicamos desesperados. él, muy tranquilo, vuelve con nosotros hasta llegar al borde de semejante construcción y nos invita a avanzar campo a través hasta un lugar, al otro lado de una montonera de escombros, donde supuestamente hay un paso para atravesar semejante obra. ¿Qué tenemos que perder? Arriba los Caterpilar siguen a lo suyo, moviendo tierra de un lado a otro. Atravesamos una sinuosa senda que nos indica, entre piedras y ovejas, y encontramos un pequeño túnel que pasa por debajo de la futura autovía. El típico túnel para que pase el agua en caso de lluvias. Parece que el Sol brillara con mas fuerza ahora. Es el camino. Y este señor de aspecto desaliñado es un ángel. Nos invita a tomar un té Chai, no sabemos dónde, pero vamos con prisa y rehusamos amablemente.

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Ya nos hemos despedido y estamos al otro lado del túnel cuando, el buen hombre, nos grita y hace señas para que regresemos. No entendemos qué puede haber pasado para semejante urgencia pero se ha portado tan bien con nosotros que no podemos irnos sin más. Dejamos las bicis y volvemos a atravesar el túnel hacia el lugar del que venimos y, el buen hombre, al llegar a él, nos señala con un dedo la vasta llanura, y cuál es nuestra sorpresa que vemos a un tipo con barba, vestido de ciclista, caminando campo a través hacia nosotros. No lo podemos creer, y menos aún cuando a lo lejos vemos a un grupo todavía mayor de ciclistas.
Claro… para el pastor somos más de lo mismo. No puede pensar que en un mismo día y a la misma hora, pasen por este paraje abandonado de la mano de Dios, dos grupos de ciclistas y no sean la misma cosa. Nos encontramos con el tipo y nos dice que es de San Petesburgo y es el guía de un grupo de de ciclistas de Moscú, que hacen un viaje asistido y tienen que cruzar al otro lado de la autovía para encontrarse con el coche de asistencia que les lleva la comida. Les explico el paso que acabamos de encontrar y nos despedimos cordialmente. De verdad que nos gustaría departir con ellos los detalles de su aventura, pero somos de dos mundos diferentes y vamos a sitios distintos, así que les dejamos con pena.
Ya al otro lado no tardamos en encontrar la carretera y en llegar a Kuyulutatlar. Cuando vemos el cartel anunciando el pueblo damos gritos de alegría porque no las teníamos todas con nosotros.

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Paramos en el pueblo a tomar un refresco entre un nutrido grupo de hombres que charlan amigablemente a la sombra de una pérgola. Cuando vamos a pagar las bebidas el camarero rehusa el dinero tocándose el corazón. Insistimos en pagarle porque entendemos que, no teniendo necesidades económicas, es justo pagar a quien ha hecho un trabajo y necesita ese dinero para salir adelante, pero no acepta y no queda otra que aceptar su invitación. Nos despedimos interpretando también el gesto de tocarnos el corazón con la mano.
Luego la carretera se bastante mala hasta que alcanzamos el pueblo de Derinkuyu y de ahí hasta Kaymakli. Hubiéramos querido detenernos a visitar su ciudad subterránea pero se nos hace tarde, queda 25km hasta Gö reme y el sol ya casi toca la línea del horizonte.

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Llegamos a Göreme a oscuras, y tenemos que buscar sin luz el alojamiento. Es la primera vez que nos retrasamos tanto en el viaje pero la ciudad con sus chimeneas de hadas nos recibe en esa penumbra tan propia de los encantamientos. Tras instalarnos nos vamos a cenar en las cercanías del hotel al Sophys Restaurant. Nos ponen los típicos guisos, que se cuecen en una cerámica y luego abren en la mesa dándole un golpe con un martillo.

UNOS DIAS EN GOREME


Para colmo de males, las previsiones de lluvia y viento para los próximos días nos obligan a adelantar el vuelo en globo. Así que, en lugar de descansar, tenemos el tiempo justo para darnos una ducha, cenar y dormir unas horas. Nos despertamos a las 4:30 de la mañana para realizar esta actividad que, pese a su elevado precio, es obligada en la Capadocia.
La organización del asunto es increíble. Te vienen a buscar al hotel la furgoneta de la empresa a través de la cual has contratado el viaje, la nuestra es Butterfly Balloons. La furgoneta te deja en un local donde agrupan a todos los clientes del día… cientos de ellos y te dan un frugal desayuno. Luego reparten a los clientes en los diferentes globos. Nos van llamando por el nombre de nuestro Piloto, el que nos toca se llama Mustafá… bueno a ver qué aspecto tiene. Nos suben en una furgoneta distinta para llevarnos a la zona de despegue. Mustafá tiene buena pinta. Cada globo lleva 20 personas por lo que las furgonetas van llenas. Salen disparadas y se crea un tráfico inaudito a las 5:30 de la mañana en un pueblo cuyas calles debieran estar muertas a estas horas. Las furgonetas van al encuentro de sus respectivos globos que, cuando llegamos, ya están desplegados e hinchando su volumen con los quemadores. No tardan en levantarse, nos subimos a la cesta y, después de unas breves instrucciones de seguridad, la cosa se alza hacia el cielo.

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Volar en globo es una experiencia que, si se puede, uno debe tener alguna vez en la vida. Para algunos es un sueño cumplido. Ya no podremos decir la famosa frase "sólo me queda volar en globo"… tendremos que buscar otra. Resulta una experiencia fantástica cuando olvidas la altura y dejas de imaginar que la cesta se rompe. Cientos de globos de distintos colores volando a la misma vez con el sol naciendo, inolvidable imagen.
El espectáculo es increíble y no solo por el amanecer y la especial orografía de esta zona del planeta, con sus características chimeneas de hadas, sino porque se alzan 150 globos creando un increíble espectáculo de liviandad en el cielo. El viaje dura solo una hora pero son los 180 euros mejor gastados.

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El aterrizaje es curioso. No saben bien dónde van a caer y Mustafá, el piloto, se va comunicando con el personal de tierra para que acerquen el vehículo a medida que baja. Es muy habilidoso y mantiene el globo a un par de metros del suelo hasta que se acerca el coche con el remolque. Y así lo hace. Descansa justo sobre el remolque: deja la cesta y nuestros cuerpos encima del vehículo.
Todos los turistas colaboramos en la recogida de la tela del globo, y nos dan una copa de champán, un diploma y una medalla, al puro estilo del turisteo más burdo, y nos llevan de regreso al hotel para completar el desayuno (aquellos que lo tenemos incluido en el precio de la habitación). Luego dormimos una pequeña siesta matutina y salimos a patear por el pueblo y visitar el Museo al aire libre de Gö reme.
El museo es un paseo por una sucesión de cuevas donde vivían los monjes ascetas del año ni sé. En su conjunto era como una especie de monasterio informal. Hay capillas con frescos, algunos de ellos bastante bien restaurados, y otras estancias pintorescas. Sin embargo el calor pega duro y la visita se hace incluso más difícil que una etapa de bici.

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Por la tarde ya tenemos el mono y volvemos a pedalear, esta vez sin alforjas. Hacemos un pequeño ascenso hacia Ürgüp para luego dejarnos caer por un precioso camino excavado en la roca. El camino no es llano, muchos arenales y barrancos formados por motos. A todo lo largo pueden verse estas formaciones puntiagudas de suaves curvas, como si estuvieran derretidas las rocas, o estuvieran gratinadas al sol.

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Al final tenemos el desafortunado encuentro con los cientos de quad que se agrupan todas las tardes en la zona para ver la puesta de sol. Extraño sentido del romanticismo porque el ruido y el polvo que levantan es horrible. La imagen recuerda más bien a alguna secuencia de la película Mad Max, pero es diferente vivirlo en el cine, cómodamente sentado en tu butaca, que estar ahí presente, tragando humo y polvo y oyendo el ruido. No hay futuro… destruye.

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Vamos a cenar el el restaurante Senar, cuyo ambiente sofisticado y la desorganización del personal nos desagrada un poco. El metre nos pone de los nervios. Tiene que supervisarlo todo y los pobres camareros van con las bandejas cargadas de un lado a otro mientras él se decide… y para colmo les trata fatal. Todo muy fino, pero su comportamiento nos genera bastante malestar. La cena sin embargo está buena.
Antes de acostarnos decidimos que mañana vamos a visitar la Ciudad subterránea de Kaymakli ya que, dadas las previsiones de lluvia, parece la mejor opción. Por 300LT (algo aproximado a 50 euros) el hotel nos busca un taxi para hacer la visita.
La ciudad subterránea de Kaymakli nos sorprende agradablemente. Como es un día lluvioso todo el mundo ha tenido la misma idea. Hay una buena cola en la entrada pero avanzaba bastante rápido. De hecho entramos y en poco tiempo acabamos la visita sin que la aglomeración suponga un problema ni un agobio. Están muy bien ventiladas y el flujo de personas muy bien organizado. Unas flechas azules indican el sentido de la salida y las rojas el de bajada, de forma que los flujos no se crucen ni interrumpan y que uno, si se agobia, pueda decidir en cualquier momento salirse.


La ciudad subterranea, al menos la parte que se enseña al público, dispone de cuatro niveles que forman un verdadero laberinto de estancias y pasillos. Eran usadas por los cristianos para defenderse de los musulmanes. Se ocultaban en ellas durante meses y desarrollaban ahí abajo toda su vida. Tenían unos respiraderos que permitían la entrada de aire y, curiosamente, dentro disponían de todo lo necesario, hasta bodega.
Luego volvemos al Valle de las Palomas donde existe una gran cantidad de tiendas para turistas en torno a un mirador desde el que se aprecia una bonita vista del Castillo de Urchinar, dispuesto en lo alto de un peñasco rocoso, y la chimeneas de hadas.

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De vuelta al hotel pasamos la tarde descansando y preparando las bicis. Quedamos para un gin Tonic a las 19:00 horas, antes de ir a cenar a un Restaurante italiano.
Mañana es nuestra última etapa de bici y queremos evitar llegar de noche, así que madrugaremos para desayunar. Son 70 km. Vamos el este, a Konya, desde donde tomaremos el avión a Estambul. Da un poquito de pena.
Cenamos rico.


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