Foto efeso

de Éfeso
a Sirince


Una etapa distinta, por planificación y orografía. Como la distancia entre estas dos localidades es tan solo de 8 kilómetros, aprovechamos la mañana para visitar las ruinas de la antigua ciudad romana de Éfeso, antes de que lleguen los cruceristas. Después, por la tarde, haremos los 8 kilómetros de ascenso a Sirince donde esperamos que los cruceristas ya se hallan ido. Un ascenso de aproximadamente 350 metros en 8km. No es demasiado pero es la primera vez que, en nuestros viajes, vamos a ir cuesta arriba y le tenemos respeto.

Desnivel de la etapa

Quedamos a las 8 de la mañana a desayunar. El hotel es agradable y sirven el desayuno en la terraza junto a la piscina. El fresco de la mañana se agradece, sobre todo, porque esperamos un día de calor, primero en las ruinas y luego en la bici.
Pues bien, las cosas han ido saliendo tal y como las planeamos, salvo en el detalle de los cruceristas. No se puede huir de ellos. No habíamos visto un turista en los dos días que llevamos pedaleando y hoy los hemos visto todos… tal vez miles. Doctor… creo que con esta dosis ya estoy curado para todo el año.

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Al margen de la presencia de estos señores, inocentes como nosotros de su propia avaricia, la visita a la ciudad de éfeso tiene su interés. La constatación, una vez más, de que aquellos que nos precedieron fueron capaces de hacer obras más impresionantes que aquellas que, con todos los medios de que disponemos, hemos hecho nosotros.

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Paseando por las ruinas puedes entender cómo se desarrollaba la vida en esta ciudad que, en su momento, fue la segunda más importante del mundo después de Roma (solo se ha descubierto el 18% de ella).

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Visitamos la zona del Odeón donde tenían lugar las reuniones municipales, más abajo el Pritaneo(ayuntamiento) y una gran calle que parece estuvo llena de tiendas y estatuas, la vía de los curetes, que debía ser la avenida principal. También la zona de las letrinas y baños pues, aunque algunas casas tenían el suyo propio, los había públicos… Al fondo de la calle la impresionante biblioteca del Celso, que cuenta con un doble tabique para conservar los 12.000 pergaminos que albergaba (era considerada la 3º biblioteca más grande del mundo, después de la de Alejandría y Pérgamo). Paseamos por la vía de mármol que nos lleva hasta el Gran Teatro con capacidad para 25.000 personas, y desde allí la calle que va al Puerto.

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El grupo se rompe durante la visita y no porque haya tantos turistas que sea imposible mantenerse unidos (hay muchos pero no tantos), sino porque hay piedras desperdigadas por todas partes sin formar parte de un conjunto… media columna, una pared semi-derruida, algo que parece un torso… y los chicos, no somos capaces de apreciarlas en su justa medida. Las observamos durante un segundo y seguimos de largo. Las chicas, por el contrario, se detienen a observar cada detalle, buscan bibliografía, se hacen preguntas y tratan de darles respuesta con un largo debate. Así que los chicos las esperamos en la distancia. Aprovechamos ese tiempo muerto para sacar nuestra cámara de fotos y hacer una foto en la que no aparezca nadie. Eso sí es un reto. Ahí parado en una esquina, cámara en mano, como un tonto durante diez minutos. Luego las chicas nos cuentan sus impresiones y volvemos al hotel para retomar la ruta. El ascenso a Sirince no puede decepcionarte. Corto y duro… como esperábamos.

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El tráfico rodado, que no tiene la más mínima consideración con las bicis, la inexistencia de arcén, la velocidad de los coches, el pronunciado desnivel que, en algunas curvas, se hace insoportable y la falta de protección a la derecha… hacen que el ascenso sea una verdadera aventura. Ningún coche aminora antes de adelantarnos porque una curva pueda resultar peligrosa. Todo ello, unido al calor de la tarde, pone a prueba nuestras fuerzas y, poco a poco, algunos nos rezagamos.

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Es un sufrimiento agradable, porque sabes que no va durar mucho y el ascenso entre olivos resulta agradable.

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Una vez arriba lo que llama la atención es la enorme cantidad de turistas. Parece que todos los que estaban en las ruinas de Éfeso hayan tenido la feliz idea de terminar el día en Sirince y, como han subido en bus, han llegado temprano y copado cada rincón con sus risas, sus fotos, sus pozos de café y su interminable parloteo.

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Sirince es un pueblo de montaña con señoriales casonas, pintadas de blanco, que han quedado ancladas en un pasado glorioso. Sus callejuelas adoquinadas son estrechas y serpentean entre las mansiones salpicadas por estas escarpadas laderas. Eso, y la densidad de gente que hay paseando por todas partes, nos obliga a bajarnos y tirar de la bicicleta a pie. Es un pueblito muy coqueto, y muy turístico, con tienditas de jabones, bolsos, ropa y toda clase de recuerdos, también comida, helados, vinos, cafés. La zona tiene buenos vinos, como pudimos comprobar luego, cuando fuimos a cenar.

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No tenemos un buen mapa y nos perdemos. No es problema, el pueblo no es grande y llegamos a nuestro alojamiento en seguida (Efesus Cottages).

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La casa es toda para nosotros, 2 habitaciones, salón y 1 baño, todo muy antiguo, pero limpio. Fuera una terraza con mesas. Nuestra anfitriona nos recibe con un jugo de uvas exquisito. Es una inglesa muy amable que no parece conocer demasiado la zona a pesar de llevar años viviendo en ella. Le preguntamos por nuestra ruta para mañana, evitando la carretera y escalando las montañas… y no la conoce. Nos deja preocupados.

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Nos damos una ducha, hacemos la colada y salimos a comer en el restaurante Sedir donde tomamos unas berenjenas con salsa de tomate y crema ácida, unas alcachofas, unas albóndigas de carne con parmesano, y unas flores de calabacín rellenas de arroz. Todo bastante rico pero están haciendo reformas en el edificio de al lado y el ruido es un poco desagradable.
Luego salimos a dar un paseo por esas callejuelas que, con la caída de la tarde están menos concurridas. No hay un verdadero hotel en el pueblo sino casitas que alquilan habitaciones, y la mayor parte de la gente regresa a Selçuk o a su crucero. Como es un laberinto, y nuestra anfitriona nos ha dejado preocupados con eso de no conocer otra carretera, estudiamos a pie la salida para mañana. Nos alejamos del pueblo hasta llegar al cementerio y después de algún ensayo/error, encontramos el camino: La ruta hacia las montañas existe, es de tierra, pero parece estar en buen estado.

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Se hace de noche y nos vamos con esa tranquilidad a la cama.


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