de
Goreme
a Kayseri

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La última etapa ciclista del viaje promete ser, como las demás, bastante dura.
Salimos temprano de Göreme. Madrugamos para ver los globos desde la terraza del hotel y, gracias a eso, salimos de 15 a 20 minutos antes de lo habitual. Parece que el último día es el único en que hemos cumplido el horario.


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Pedaleamos en sentido descendente por una buena carretera hasta Cavusin y más adelante, en Avanos, nos desviamos a la derecha por una pequeña carretera de tierra paralela al río Kizilirmak y a la autovía.


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Al principio el espectáculo es bastante feo, no apto para menores, la carretera cruza una zona de grandes bloques de edificios y ese desorden urbanístico tan propio de los límites de las ciudades, luego un vertedero pero, a medida que nos acercamos al río, la cosa va mejorando.


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De pronto estamos rodeados de hermosas tierras de cultivos y flanqueados por una enorme pared rocosa. Nos recuerda un poco Camboya.



La luz del día es espectacular y, aunque el camino es de tierra está en buen estado.


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Nos cruzamos con un grupo de turistas a caballo que recorre la zona tan embelesados en el paisaje… más o menos como nosotros pero sin mover las piernas. Les saludamos con media sonrisa, pero sin aspavientos.


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Alcanzar la autovía desde éste camino paralelo al río es complicado. La senda cruza pequeños riachuelos que nos obligan a quitarnos los zapatos.


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Y más adelante, aunque vemos la autovía a no más de quinientos metros, no hay forma de alcanzarla y tenemos que cruzar un enorme campo de trigo que ya ha sido recogido, donde la vereda apenas se intuye.



Ya en la autovía el paisaje es más de lo mismo. Seguir el arcén con cuidado y soportar el ruido del tráfico y su eterna falta de consideración al ciclista (aunque también muchos saludan). Paramos a repostar en un puestito destartalado que hay junto a la carretera.


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Abandonamos la autovía para dirigirnos a Karahuyuk. En el camino encontramos una pequeña tortuga atravesando la carretera (o buscando el calor del asfalto).


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El pueblo nos recibe con la llamada a la oración desde la mezquita, las calles vacías, sólo una señora mayor, sentada delante de su casa, nos mira incrédula. Atravesamos el pueblo en ligero ascenso hipnotizados por la embriagadora cantinela del Imán. Si no hay nadie ¿a quién llaman? Vamos ensimismados en nuestros pensamientos y, al cruzar el pueblo, nos invade una extraña sensación. Emociones y pensamientos sobre la vida de esta gente ¿Estarán trabajando en el campo, o se desplazarán a una ciudad más grande? La señora mayor ¿estará sólo tomando el sol o esperará a sus hijos? ¿Qué experiencias habrá vivido en un país como éste? Qué vidas tan diferentes nos han tocado vivir. Te sientes un privilegiado, por tu vida y por éste viaje. En definitiva, la entrada a Karahuyuk tiene un algo especial.



Como no hay ninguna tienda para avituallarnos continuamos hasta el siguiente pueblo, a tan solo 5,5 kilómetros. La carretera, de tierra, va empeorando a medida que avanza, hasta el punto de tener que superar algunos tramos a pie. Grandes extensiones secas, sin cultivos, paisajes de tierras amarillas y un camino muy complicado. Encontramos numerosos cruces que no aparecen en el mapa y ante los cuales tomamos decisiones intuitivas. Eso nos va metiendo el miedo en el cuerpo.


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Nos adentramos en un terreno inhóspito, de áridas colinas hasta el infinito, sin casas ni signos de vida. A medida que pasan los kilómetros la ansiedad va en aumento y, tras cada colina, esperamos encontrar un pueblo… pero no ocurre. Una decepción tras otra y el camino cada vez en peores condiciones. Parece que estamos perdidos… y somos los únicos seres humanos en muchos kilómetros. No hay indicios de que, hoy, un pastor nos vaya a salvar. No se atisba una oveja. Piedras en el camino, arenales, subidas incómodas y bastante calor.


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Empezamos a imaginar lo peor cuando, al superar la cima de una pequeña colina, vemos el pueblo de Tahirini y respiramos aliviados. Nos dejamos caer hacia él. Los niños, en el patio del colegio, nos miran con extrañeza porque ellos mismos deben ser conscientes de lo aislados que se encuentran. En una pequeña tienda que hay a la entrada del pueblo, con apenas lo necesario en sus estanterías, nos detenemos a comprar unas galletas, un refresco y un helado.


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Una vez más lo hemos conseguido y, a partir de aquí, la carretera se hace más llevadera, un solo carril de asfalto con algunas lomitas, que termina en una larga bajada hacia la autovía que va se dirige a Kayseri.
La autovía no es una entrada sencilla. El puente de acceso está en construcción y tenemos que dar un rodeo para alcanzar la enorme avenida Ankara Yolu, que debe medir más de 9 kilómetros. Nos cansamos de pedalear por ella… nunca termina.
Nos alojamos en el Raddison Blue un enorme edificio en el centro de la ciudad y, aunque pensábamos darnos una ducha y salir luego a regalar las bicis (como es habitual el último día de nuestros viajes) al personal de recepción no le gustan las bicis aparcadas en la entrada, y decidimos hacer el check-in y, con la misma, salir a regalarlas.


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Regalar una bici puede parecer sencillo, y lo ha sido cuando lo hemos hecho en otras zonas (más deprimidas), pero en el centro de una gran ciudad como Kayseri se convierte en una verdadera odisea. Lo niños no las aceptan. Es de imaginar que reciben la indicación de sus padres de no hablar con extraños ni aceptar regalos de desconocidos, y menos las bicicletas de 4 españoles sucios y sudados.
Una de las chicas lo intenta con una pareja de hermanos y, cuando se dirige a ellos en inglés, salen corriendo sin querer escucharla, sospecharán que sus intenciones no son buenas. Corre detrás de ellos, pero se meten en una especie de urbanización y la gente la mira. Decide parar, consciente de que está en un país musulmán y puede meterse en un lío. Su segundo intento es con una niña, que acepta la bici, pero su padre se niega y, amablemente, le pide que se la dé a otra persona. Luego con los 2 hermanos que, esta vez sí, la escuchan, pero la niña mayor, que lleva la voz cantante, rechaza el ofrecimiento.
Casi ha desistido cuando ve, en la mesa de un bar, a dos niños acompañados de sus padres. Uno lleva una gorra del Barcelona. Les explica que queremos hacerles un regalo y se ponen contentos. Sus padres aceptan, le sacan fotos. El niño se llama Mohamed. Los demás dejamos las nuestras aparcadas en el parque.
Kayseri parece la ciudad adecuada para nuestras bicis. Vivirán felices. Se encuentra a faldas de una gran cadena montañosa, pero es llana y la gente las usa mucho.
Intentamos celebrar el logro tomando un gin Tonic por la zona, en el centro comercial que hay cerca del hotel, pero resulta imposible. No sirven alcohol en ninguno de esos lugares, así que volvemos al hotel que es donde único podemos encontrar nuestra ya tradicional zanahoria de final de trayecto. Charlamos sobre la etapa de hoy…


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…y sobre las etapas pasadas. Ha sido un viaje perfecto: ninguna caída de gravedad, ningún accidente, ningún contratiempo importante. Hablamos sobre próximos destinos… esas cosas.
Cenamos cerca del hotel, en Elmacioglu Iskender Kebap, un sitio que recomiendan los del TripAdvisor. Una segunda planta con ascensor. Algo muy turco. Elegimos la comida por fotos. Algunos una especie de pizza turca con queso y sopa de lentejas, otros un plato de carne, con salsa de yogur sobre una cama de pan. Las láminas de carne por sí solas no están buenas pero la combinación de sabores resulta interesante.
Mañana temprano salimos hacia Estambul, donde pasaremos unos días antes de volver a casa, pero eso ya es otra historia… no tendremos nuestras queridas bicis.


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