de Ezcaray
a Entrena

Foto del grupo

La sorpresa de aquella mañana, al salir del Hotel Gastronómico Echaurren, fue el frío. No era un frío insoportable de esos de forro polar y botas de nieve, pero la temperatura había bajado bastante, el cielo se había encapotado y amenazaba lluvia. Nos habíamos acostado calentitos después de una pantagruélica cena y tardamos en adaptarnos. Se abrió la puerta del hotel y nos tambaleamos como el polluelo cuando sale del huevo. Eso es todo.
El aire helado nos obligó a ponernos el escaso abrigo que habíamos llevado al viaje. Las paredes del valle nos resguardaban del poco sol que había, amen que tomamos la Vía Verde del Río Oja en sentido descendente, con el consecuente aumento en la velocidad, que reducía aún más la sensación térmica. En fin… una mañana fresquita para volver a la realidad del cicloturista. Nada grave.

Foto en el camino

Por eso de ir bajando desde Ezcaray no tardamos nada en llegar a Santo Domingo de la Calzada y, como ya lo habíamos visitado el día anterior, no nos adentramos de nuevo en el pueblo. Tomamos el Camino de Santiago en sentido inverso a la marcha (alejándonos de Santiago de Compostela) y cada pocos metros los peregrinos nos saludaban con el típico - ¡Buen camino! - que pasadas las horas llegó a convertirse, para nuestros oídos, en un automatismo hueco que nos cansaba, igual que la amable urbanidad de muchos de ellos que se empeñaban en alertarnos de que avanzábamos en sentido contrario… con un gesto de la cara o un girar la mano en el aire, como si en la vida hubiera un único sentido para lo que hacemos.


La salida desde Santo Domingo nos trajo unas colinas muy duras. No es que fueran pronunciadas en exceso pero había llovido y las bicicletas patinaban en la grava o en el barro, y una pendiente tras otra, cargando con nuestras alforjas, se hizo cansado. Nos llamó la atención la cantidad de peregrinos que pateaban la ruta entre semana, un goteo constante de gente de todas las nacionalidades y etnias, solos, en parejas o en pequeños grupos. Un flujo interminable de personas que contrastaba con la soledad de los caminos en los días previos.
Nos detuvimos en Azofra a tomar un café en el Restaurente Camino de Santiago Bar Sevilla, frente a la pequeña Plaza de España. Los peregrinos estaban por todas partes como una plaga de langostas: charlando despreocupadamente en la acera, pidiendo una cerveza en la barra del bar o sentados en el suelo de la plaza lamiéndosean las heridas junto a la fuente, mirándose las ampollas de los pies con desesperación.

Foto en el camino

Seguimos pedaleando hasta Nájera y Navarrete compartiendo el camino con los peregrinos. Buen camino, seguían diciendo, construyendo su particular letanía. Y en Navarrete nos despedimos. Subimos por la Calle Mayor y al alcanzar la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, frente a la Plaza de España, tomamos la calle de Entrena y ya no volvimos a cruzarnos con ninguno de ellos, lo cual, con el riesgo de parecer insensible, fue un descanso. Me explico. Nos encanta el ambiente de compañerismo y cordialidad que rodea a los peregrinos, en pocos lugares del mundo encontrarás algo así, pero cuando vas en dirección contraria la cosa es bien diferente. Quien va a favor de corriente solo toma conciencia de los peregrinos que van unos pasos por delante o por detrás suyo, o aquellos que se encuentra en las paradas. Pero el que va en el sentido inverso se los encuentra a todos - Buen camino - hasta el final de sus días. Y el Camino de Santiago se convierte a su parecer en un Trekking de masas.

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Liberados de esa carga el camino se hizo ligero. Pasado Entrena llegamos a la Finca de los Arandinos. El Hotel Bodega está situado en lo alto de una colina y tiene unos grandes ventanales orientados hacia la majestuosa infinidad del paisaje. Es un edificio de diseño, no excesivamente original por fuera, sino más bien sobrio. Una sucesión de volúmenes, de ángulos muy marcados, situados en linea recta uno detrás del otro, coronando una pequeña colina.

Foto de la fachada

No parece una bodega sino una edificio cualquiera. No nos ofrecieron visitar las instalaciones ni había muchas vides en torno a la zona (o las había y después de tanto peregrino llegábamos ciegos).

La decoración interior es también muy moderna aunque adolece de calor humano. Una de nuestras bicicletas golpeó accidentalmente una de las enormes vasijas que decoran la entrada. No fue por descuido ni por desmerecer al orfebre, pero las tienen allí colocadas a contramano como si fuera una galería de arte en un sitio por donde la gente entra con sus maletas… La vasija se tambaleó sobre su eje y la recepcionista se puso blanca… ya era blanca… se puso más bien transparente. La enorme vasija giró varias veces sobre si misma, como una moneda que cae sobre la mesa y baila o como si fuera un tentetieso que estuviera por decidir si mantenía la vertical o definitivamente caía rompiéndose en mil pedazos. El tiempo detenido y toda nuestra atención puesta en la dichosa vasija. Al final no hubo que barrer el suelo y la recepcionista recuperó el aliento… aunque ya o volvió a ser la misma.

Foto del hotel

El interior, muy amplio y luminoso, resulta un tanto desangelado y frío. Los empleados parecen haberse contagiado de esta frialdad arquitectónica y nos recibieron con desgana (acaso por el episodio de la vasija).
Presumen de que las habitaciones han sido decoradas por David Delfín, lo cual no sabe uno si es algo de lo que presumir o sería mejor callarse. En un intento por parecer moderno e innovador ha situado el baño en el interior de una armario modular y extensible, como si uno montara el baño como se monta un castillo de naipes. Y la comparación no es, ni mucho menos, exagerada, pues al igual que el castillo de naipes el baño tiene tendencia a desmoronarse mientras uno lo está usando, y te das cuenta, mientras te duchas, que no puedes relajarte pues temes morir aplastado por una de esas paredes. Una originalidad que entenderíamos en un hotel construido allí donde escasea el espacio, en una gran urbe donde el metro cuadrado vale un potosí, pero no en la Finca de los Arandinos donde la amplitud es lo que a uno le sobra… disculpe usted, don David Delfín, nuestra ignorancia. La cena estaba incluida en el precio y, creo recordar, que nos satisfizo.


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