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de Entrena
a Elciego


Abandonamos demasiado temprano la Finca de los Arandinos. Esta etapa, junto con la siguiente, era una de las más cortas del viaje. Una brevedad que aventuraba el final de nuestro recorrido por esta hermosa región. Pero este día en particular, aún siendo una etapa corta, nos tenía reservado un final esplendoroso, ya que alojarse en el Hotel Marqués de Riscal no es poca cosa. Se trata de uno de los símbolos arquitectónicos de esta Comunidad Autónoma y, sin duda, un paradigma mundial en el asunto este del turismo vitícola (enoturismo, dicen ahora). El broche final a un viaje maravilloso. Amaneció el cielo, como en los días previos, encapotado. Probablemente lloraba por la proximidad de nuestra partida. Deshicimos, en un abrir y cerrar de ojos, el camino del día previo hasta Entrena y Navarrete.

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Solo cuando dejamos atrás Navarrete nos dimos cuenta de lo corta que se nos estaba quedando la etapa. Madrugar no había sido una buena idea y en La Plaza Félix Azpilicueta Martínez de Fuenmayor decidimos hacer una escueta parada, junto a la Iglesia de Santa María. No es un sitio pintoresco en exceso, una plaza densamente poblada de plátanos de paseo con sus ramas entrelazadas a modo de vegetal marquesina, pero estábamos ya tan cerca de nuestro destino que buscamos la forma de hacer un poco de tiempo para no llegar demasiado temprano al Check-in del hotel. Nos detuvimos a tomar un café en el quiosco-bar que hay en la plaza.
Luego, el camino hasta Elciego transcurrió en un suspiro. Volvimos a cruzar el Río Ebro por el puente de Lapuebla de Labarca, por dónde ya habíamos cruzado el primer día, y bordeando el río llegamos hasta Elciego.

Foto en Fuenmayor

Al principio estás buscándolo en el horizonte hasta que te cansas y pierdes la esperanza de hallarlo y es entonces cuando, después de un leve ascenso, tras una curva a la derecha, aparece. Una figura irreal, deliberadamente retorcida, como debieron parecerle a Don Quijote los molinos de Campo de Criptana, un gigante arrugado y colorido en medio de aquella inmensidad de campos. Dicen que sus colores y extraños brillos representan a los del vino cuando cae ágil en la copa. A nosotros lo primero que nos recuerda es al Guggenheim de Bilbao, y es que esa figura desordenada y brillante, como los cabellos de una joven agitados por el viento, resulta inconfundible. Tienes que rodearlo por la carretera y luego pasar un pequeño control de seguridad que marca la entrada a la propiedad. Pues la Bodega Marqués de Riscal no es solo el edificio diseñado por Frank Gehry. Otros edificios más sobrios y de porte antiguo delimitan una pequeña calle por la que se ven algunos turistas circulando desinteresadamente.

Foto de la llegada al hotel

Nosotros pedaleamos directamente hasta la entrada del hotel. El ascenso hasta la puerta principal te pone los pelos de punta, pero es un segundo, porque al instante descubres que es solo un edificio, un hotel, y tiene los mismos defectos y virtudes que cualquier otro. Se deshace toda tu fantasía cuando lo pisas, porque tanta perfección es deliberadamente fría y distante, y sientes que no formas parte de ese ambiente elegante, sino que eres un mísero ciclista buscando una experiencia trascendente que estás condenado a no encontrar jamás, por los siglos de los siglos.
Nuestras habitaciones, lógicamente, no se encontraban en el edificio principal, puesto que son las más caras. Ocupaban un módulo anexo al que se accede por un pasillo de cristal suspendido en el aire a modo de sofisticada pasarela. Y dentro de dicho módulo, nuestras habitaciones, tampoco eran las que tenías por vista la fachada lateral del edificio principal, sino unos jardines, bien cuidados, que hay en la parte trasera. Con todo ello, las habitaciones eran muy espaciosas, luminosas y muy bien decoradas, con todos los lujos que podrían desearse.
Como aún era temprano dejamos nuestras bicicletas aparcadas en la entrada principal del hotel, nos abrigamos y, con la misma ropa de romanos, salimos a dar un paseo por el pueblo y a comer algo en una pequeña taberna. Una tapa de jamón y unas habitas aliñadas que nos parecieron deliciosas, bien maridadas con una copa de vino.
Luego regresamos, tomamos posesión de nuestras habitaciones, nos pusimos el albornoz y regresamos al edificio principal por aquella pasarela para ir al spa, que se encuentra en una especie de sótano. Unas instalaciones modernas pero sencillas, y por supuesto, todo muy delicado y agradable.
Después de relajarnos en el spa fuimos a nuestra habitación a cambiarnos pues la estancia incluía una visita guiada a la bodega. La visita estuvo interesante, pero nada tuvo que ver con la de Eguren Ugarte. Aquí todo nos resultó más sistematizado y más frío, como en una cadena de montaje. Terminamos con una cata sencilla. Luego regresamos a la habitación para prepararnos para la cena en el restaurante del hotel.
El restaurante se encuentra en la azotea y atufa a restaurante de diseño. Un cierto aire de postín provinciano que le vino muy bien a nuestros molidos cuerpos. No recuerdo nada de lo que comimos pero pasamos una cena agradable en un sitio inigualable. Luego a la cama temprano, como siempre.


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