de
Tokyo

Foto calle comercial Onomichi

a
Onomichi


Íbamos con los niños por lo que no madrugamos demasiado. Sabíamos de antemano que siempre remolonéan por la mañana y habíamos reservado el tren a las diez, para ir con calma. La sorpresa para ellos aquella última noche en Tokyo había sido cambiar de hotel. Buscando que tuvieran una experiencia distinta, a última hora de la víspera, dejamos nuestro hotel convencional (Villa Fontaine Hatchobori) para ir a alojarnos en un hotel cápsula. La última noche nos pareció que sería suficiente para tener la experiencia sin que nos resultara demasiado incómodo. Incluso llevábamos pastillas por si a cualquiera de nosotros nos daba una crisis de ansiedad dentro del nicho. Ni mucho menos. El Ginza Prime Pod es muy funcional y agradable (preparado para turistas) y, como en todos ellos, las cápsulas de los chicos están separadas de las de las chicas, en dos pisos diferentes de un edificio acristalado. Tiene una localización muy céntrica, en una calle principal del barrio de Ginza.
Desayunamos en el hotel y bajamos a lavarnos los dientes y a cerrar las maletas. El restaurante y la recepción del hotel están en la planta más alta, y te sientas a desayunar en una barra contra la cristalera de la fachada, lo que muestra el amanecer en un cruce muy transitado de este emblemático barrio de Tokyo. El desayuno incluido no tiene buffet ni nada de eso: un perrito caliente y un zumo para todos. Los chicos no protestaron de alucinados que estaban.
Desde el hotel a la Estación Central teníamos veinte minutos andando. Llevábamos maletas pequeñas (de esas de uso en cabina) pues habíamos decidido llevar la ropa a la lavandería en Tokyo para evitar cargar mucho peso, pero aún así era un pequeño paseo y las calles estaban mojadas porque había llovido esa noche.
Visitar una estación tokiota siempre es una experiencia interesante… salvo cuando tienes que coger un tren, que agobia un poco. Toda esa marabunta de gente corriendo de un lado a otro y todos los carteles informativos en japonés. En cualquier caso era más el miedo que la realidad. Solo tuvimos que buscar la hora de salida de nuestro tren y ver el andén desde el que salía. Llevábamos nuestro Japan Rail Pass activo y habíamos sacado todas las conexiones hasta Onomichi con hyperdia.com (ver sección de transportes), así que no había de qué preocuparse. Solo teníamos que buscar el andén y nuestros asientos. Aprovechamos la espera en el andén para comprar unas cajitas bento a gusto de los jóvenes, pues nos parecía que comer en caja bento durante un trayecto de tren es también una experiencia muy japonesa de la que no queríamos privarles.
Desgraciadamente, por algún motivo, no consiguieron conectarse a la Wifi del tren y esa sí era una experiencia muy japonesa que deseaban, así que tuvieron que resignarse y conversar las 5 horas que duró el viaje.
Estos son los trenes y los transbordos que hicimos aquella mañana tal y cómo aparecen en la aplicación Hyperdia (ver sección de transportes).
LFGP

Así que llegamos a las 3 de la tarde a Onomichi habiendo almorzado nuestras cajitas bento. Hacía mucho calor para ir andando con una maleta a ninguna parte pero solo tuvimos que cruzar la calle para llegar al hotel Green Hill Onomichi. Ninguna de las simpáticas recepcionistas hablaba inglés pero, con gestos, conseguimos enterarnos de dónde estaba la estación de alquiler de bicicletas y contratar el servicio de mensajería para que llevaran nuestras maletas hasta Imabari. Tomamos posesión de las habitaciones y salimos a dar un paseo, mientras los chicos se quedaban en su habitación conectados al wifi (tenían el mono).
El hotel tiene una posición estratégica junto a la bahía, y las habitaciones disponen de amplios ventanales colgados sobre el mismo mar (aunque la bahía en este punto no es especialmente hermosa). Por lo demás es un hotel funcional, limpio y suficientemente correcto para no tener que decir nada bueno ni malo de él. El sitio ideal para empezar el camino.
Como a las cinco de la tarde dejaba de funcionar el teleférico, renunciamos a ver la vista del mar de Seto desde las colinas que coronan la ciudad, y volvimos al hotel a buscar a nuestros jóvenes con la idea de buscar un sitio para cenar en la larga calle comercial abovedada que cruza el centro de la ciudad de extremo a extremo, en paralelo a la costa. De pronto la calle se llenó de pequeños puestos de comida callejera y de una cantidad increíble de gente. Ese tipo de multitud que solo encuentras en Japón… no tanto por lo silenciosa, porque estaban de fiesta y se permitían hacer algún ruido, como por lo educada y limpia.

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Comimos en lo que recorrimos la calle, noodels en una caja, pinchitos yakitori de diferentes tipos de carne, una especie de crepe enrollado sobre si mismo alrededor de un palo y cubierto de una salsa espesa y empalagosa… picábamos de aquí y de allá lo que a cada uno le pareció más apetitoso de aquellos puestitos y, cuando quisimos tirar el envoltorio, el vaso de plástico o el plato de papel, resultó imposible pues no había ninguna papelera es ningún lado. Entonces, ¿cómo era posible que no hubiera basura amontonada en el suelo, ni siquiera un triste papel o una colilla? Todo estaba impoluto. Daba tristeza recordar cómo son nuestras calles después de una noche de fiesta. Con esa tristeza regresamos al hotel y nos metimos en la cama. Había sido un día muy largo y queríamos descansar bien antes del primer día de bici.


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