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Las
Bicicletas

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Como en tantos otros viajes uno de los asuntos que sobrevuelan tu mente, como una niebla densa, a la hora de decidir el destino y, en especial, el lugar en que iniciaremos la ruta, es la bicicleta.
¿La vamos a llevar hasta allí o la compramos o alquilamos in situ? y ¿cuál es el modo? Si el lector ha seguido nuestros viajes sabrá que al principio optamos por el alquiler y más adelante llevamos nuestras propias bicicletas… hasta que finalmente nos hemos habituado a comprar la bicicleta en el destino y regalarla a la vuelta.
Pero ni siquiera comprar una bicicleta es fácil en todos los lugares del mundo, entre otras cosas porque necesitas cuatro, quieres que sean iguales, baratas, adaptadas a las medidas de cada uno y disponibles al día de nuestra llegada. No todas las tiendas de bicicletas tienen en stock cuatro bicicletas con esas características y nosotros, el día de la llegada, no estamos para saltar de una tienda a otra buscando. Por eso, en el momento de decidir el destino, esa es una cuestión a resolver, antes incluso de sacar los billetes.
Pues como todo lo demás. Enciendes el ordenador, te metes en un buscador y empiezas a explorar las tiendas de bicicletas del lugar. Mandas un correo electrónico y preguntas. Haces la reserva, una pequeña transferencia internacional a modo de señal y asunto resuelto. Parece fácil pero debe ser que nos hacemos viejos, porque solo la idea de hacer todo eso… nos agota. Para buscar en internet solo hay que mover los deditos y abrir los ojos… pero si hubiera una solución mas fácil, que lo resolviera el asunto a las primeras de cambio… ¿a quién no le amarga un dulce? Ese atajo se llama Decathlon, la franquicia de deportes francesa y, Decathlon, es el motivo por el que este viaje empieza en Esmirna, porque tiene un Decathlon muy cerca del aeropuerto. Con esa seguridad tomamos la decisión y compramos los billetes. Luego la realidad fue otra.
Con los billetes en nuestra mano y el viaje decidido, no pusimos manos a la obra. Fuimos a ponernos en contacto con la tienda cuando… ¡sorpresa! ¿Cómo lo hacemos? No encontrábamos el correo electrónico en ningún lado. Nos costó un potosí traducir su página web del turco, y ni siquiera así encontrábamos un modo fiable de contactar con ellos, y comprarle a una máquina, sin poder debatir con un ser humano nuestras necesidades que tienes, no nos parecía una opción adecuada. No quedaba claro en la página web el modo de entrega si las comprabas a través de su tienda virtual. Por supuesto, después de mucho rebuscar, al final encontramos una dirección de correo, y les escribimos, pero nunca nos respondieron. Así fue que, mientras esperábamos, buscamos otras opciones… pero del modo más clásico: escribiendo un e.mail a todas las tiendas de bicicletas de la ciudad (o al menos las más céntricas). De ese modo entramos en contacto con Izmir Bisiklet, una pequeña tienda, un poco apartada pero que nos ofrecían una bicicletas de la marca Salcano (http://www.salcano.com). Es una marca turca no demasiado bien valorada pero muy asequible y popular. Acordamos la fecha, hicimos la transferencia y asunto zanjado. Decathlon quedó relegado al olvido.

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La tienda está al otro lado de la bahía, en el barrio de Karsiyaka, en un pequeño local en primera fila de mar. Desde el aeropuerto fuimos en taxi y, según llegamos, nos dieron las bicicletas. No había nadie comprando así que, allí mismo, nos pusimos a adaptarlas a las necesidades de cada uno. Nuestros sillines, nuestros cuernos en el manillar. Nos ofrecieron poner en el neumático una cinta de PVC que protegiera la cámara de posibles pinchazos y aceptamos, pues nos pareció un precio aceptable… luego descubrimos que no fue una buena inversión pues tuvimos más pinchazos que en ningún otro viaje.

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Desde Izmir Bisiklet fuimos pedaleando hasta el hotel, rodeando toda la bahía hasta el centro de la ciudad. Fue una buena idea pues veníamos entumecidos de la noche de avión y nos sirvió para estirar las piernas y tomar un primer contacto con el país y con la bici. Algo de mala suerte porque estaban haciendo obras en la avenida marítima y, en más de una ocasión, tuvimos que bajarnos de la bicicleta para sortear los socavones y las montoneras de escombros.

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De la bicicleta podemos decir que respondió adecuadamente a nuestras expectativas. El viaje tuvo un poco o de todo y, en más de una ocasión, transitó por caminos que se encontraban en muy mal estado. Las bicicletas demostraron ser cómodas y robustas. Los únicos defectos que podemos achacarles son el número de pinchazos y el modo en que se gastaron las pastillas de freno. Eran bicicletas pesadas y nosotros, con nuestro equipaje, las hacíamos más pesadas aún, y al tratarse de un viaje con mucho sube y baja, los frenos sufrieron mucho. Tuvimos que ajustar las pastillas varias veces a lo largo de todo el camino. También perdimos algún tornillo que no estaba bien apretado… pero no tuvo especial transcendencia.
Luego, al final, nos entristeció no poder regalarlas, sobre todo porque, aunque sean un objeto, les has cogido cariño. Has sufrido con ella, la has protegido y ella te ha protegido a tí, la has cuidado y no te gustaría abandonarla, sino dársela a alguien que supieras la iba a apreciar como tu la has apreciado. No pudo ser, principalmente porque acabamos el viaje en el centro de una gran ciudad, donde nadie las necesitaba (ver narración), pero ese es un problema menor que no viene a cuento.

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