de
Las Palmas

a
Esmirna


Salimos de Las Palmas en Tuifly hacia Hanover. La misma parafernalia de siempre: las alforjas, nuestros cascos, el fuelle grande que siempre tienen que revisar en el control de seguridad…

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El viaje de cinco horas puede resultar largo pero peor es la escala, la larga espera de 3 horas para enlazar el siguiente. Aterrizamos en Hanover a las 12 de la noche y hemos trabajado por la mañana. Se nos cierran los ojos y el aeropuerto es pequeño, en la zona de embarque no hay un triste sitio donde sentarse, ni una tiendita en la que uno pueda entretenerse mirando lo que no va a comprar. Para colmo el vuelo de la compañía Corendon sale con una hora de retraso. Más madera. No quisimos elegir asiento a la hora de sacar las tarjetas de embarque para ahorrarnos unas perrillas y nos ponen en la última fila. Los asientos no pueden reclinarse así que, aunque nos quedamos dormidos incluso antes del despegue (casi antes de sentarnos, diría yo) no es un sueño reparador. Cuando despertamos, ya estamos descendiendo hacia la Península de Anatolia.

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El aeropuerto de Esmirna (www.adnanmenderesairport.com) es un edificio enorme y moderno, con una volumetría que quita el hipo, pero completamente vacío. El paisaje interior es un tanto desapacible pero está bien señalizado y resulta fácil moverse por él. Tenemos que cambiar dinero en el aeropuerto para pagar el taxi y las propias bicicletas, pues nuestra idea es ir directamente a la tienda, comprarlas y empezar a pedalear sobre la marcha ¿Qué decir de la oficina de cambio? El señor chapurrea el español porque al parecer se ha casado con una mexicana. Nos habla hasta de su hijo y, con este y otros cuentos, no engolosina para convencernos de que el cambio ahí es poco menos que una maravilla: 5,7 Liras turcas por euro (cuando luego en el centro de la ciudad lo hemos encontrado a 6,28). Gajes del oficio. Así se curte el turista. En cualquier caso, es sábado y no sabemos si vamos a encontrar bancos o casas de cambio cerca de la tienda de bicicletas, ni si van a estar abiertos y, cómo necesitamos cambiar… cambiamos lo necesario. Hay que asumir los errores.

Como es temprano nos lo tomamos con calma y subimos a la zona de "salidas" a por un café. Lo necesitamos después de la larga noche. No es un café turco sino un capuchino convencional… ya tendremos tiempo de tomar uno turco cuando estemos por esos campos de Dios. Luego nos llenamos de valor y salimos a la calle. La gente sale con sus bultos y sus maletas a la pequeña acera y sobre la marcha aparece un taxi o una furgoneta y los recoge. Ningún taxi se acerca a nosotros, recogen a la gente ignorándonos por completo. Ni una pregunta. Esa es nuestra primera aproximación a la escasa proactividad que hemos percibido en algunos turcos dedicados al turismo. Después de un rato allí de pie, como unos tontos, viendo cómo la gente llega y se va en taxi. El encargado se aleja y se sienta en el bordillo de la acera de enfrente a tomarse un té y un bocadillo. Tenemos que cruzar y preguntarle y entonces ¡Ah! ¿Quieren un "taksi"? Como si pudiéramos estar en la parada de taxis por otro motivo.

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La carrera del taksi es exactamente eso: una carrera. El buen hombre debe tener a su esposa de parto pues hace slalom por las calles como si le fuera la vida en ello. Nos deja impresionados el enorme rostro de Ataturk (padre de la patria) esculpido en la roca de una colina, similar a las famosas caras del Monte Rushmore.

El paseo en taksi nos cuesta 110 Liras (aproximadamente 20 euros). Un buen precio pues la tienda está al otro lado de la bahía en el barrio de Karsiyaka. En la tienda Izmir Bisiklet ya tienen preparadas las bicicletas Salcano (http://www.salcano.com). Buena gente. Al pedirle gomas de repuesto por si tenemos algún pinchazo, se ofrece a ponernos, entre el neumático y la goma, una tira de pvc por 150 LT por bici (25 euros). Aceptamos y en lo que ellos están trabajando en las ruedas nosotros vamos adaptando las bicicletas a nuestros gustos. Tieníen muy buena pinta (ver capítulo de bicicletas).

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Luego pagamos y nos ponemos a pedalear hacia el centro. Hay un carril bici de color azul muy llamativo que supuestamente hace toda la ruta del Kordon (la bahía de Esmirna).

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En algunos lugares están en obras y tenemos que bajarnos y tirar de la bici por entre los escombros.

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Más allá pasamos junto al puerto, con sus terminales de contenedores y llegamos a una sucesión de parques donde las familias se sientan en el césped a comer o simplemente a pasar el día relajadamente. Todos transmiten muy buen rollo.

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Llegamos al hotel sin problemas. El Met Hotel está muy bien valorado en Booking (9,3) pero es un hotel boutique pequeño (ver sección alojamiento). Los empleados de recepción, cuando ven las bicis, se miran desconcertados. ¿Qué hacemos? Tienen que bajarlas, una a una, al sótano y dejarlas en la caja de escalera. Les ayudamos y en 5 minutos está resuelto. Son muy amables y no ponen ninguna pega. El único pero es que nos hacen pagar a la entrada, lo cual siempre resulta extraño pues pagas por una habitación que todavía no has disfrutado. Debe ser costumbre o es por la mala pinta que transmite el cicloturista. Sin problema. Hay que mirarlo desde el punto de vista positivo: Un dinero que nos quitamos de encima y ya no podemos perder.

Salimos a comer sobre la marcha. Son casi las 14:00 y nos estamos quedando dormidos. En el restaurante Topcu, bien valorado en Tripadvisor, sirven gran variedad de pinchos y platos tradicionales. Es una comida deliciosa por 400 Liras turcas, incluido un vino turco, tinto, muy rico, y un largo surtido de deliciosos postres. Se ve que es un lugar popular y merece la pena.

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Del restaurante volvemos al hotel, a darnos una ducha, lavar la ropa y dormir una profunda siesta. Luego otro paseo. Callejeamos por el bazar donde la mayoría de las tiendas ya están cerrando. Llegamos a la plaza Konak Meydani junto al Kordon, donde hay una torre con un reloj precioso, delicadamente tallado, Izmir Saat Kulesi, que fue realizada por un arquitecto francés muy famoso y una diminuta mezquita de azulejos azules (Konak Camii). Un poco más al norte está el pequeño Konak Pier para el que Eiffel diseñó un edificio singular destinado a alojar la terminal de aduanas. Hoy es un coqueto centro comercial, para entrar hay que pasar un arco de seguridad. Tiene salas de cine y múltiples terrazas muy pijas desde las que se tiene una hermosa perspectiva de la bahía. Cenamos en otro sitio, en el típico restaurante de Kebabs, en las proximidades del hotel, donde tienen el tradicional cilindro de carne dorándose en vertical y van cortando con un cuchillo la carne. Tomamos un Durum de pollo que nos deja un poco decepcionados (con menos condimento del que nos ponen en el restaurante que hay cerca de casa), está un poco seco, y lo aderezamos con un Ayram, una bebida de yogourt salado que te ofrecen en todas partes. Luego nos vamos directamente a la cama.

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VISITA A ESMIRNA


Nos hemos levantado a la buena de Dios, desayunado tranquilamente y salido con ganas de hacer la visita turística que ayer quedó a medias. Nos adentramos en el gran mercado. Vemos abrir las tiendas que anoche vimos cerrar. Sin estrés, con esa lenta parsimonia tan propia de los domingos. Nos perdemos buscando la Mezquita de Hisar pues está rodeada de infinidad de bares en los que tanto los extranjeros como los turcos toman, a pequeños sorbos, el típico vasito de té Chai. Nos metemos por error en la Basdurak Camii que no es tan famosa como aquella pero también es bonita. La mezquita de Hisar tiene una cúpula enorme, finamente adornada y unas hermosas lámparas que cuelgan de ella. El ambiente recogido y silencioso te envuelve.

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Luego caminamos a las ruinas del Ágora, una de las huellas del paso de los romanos por esta zona. Sin embargo nos sentamos a contemplarlas desde la escalera de la entrada pues no somos el tipo de gente que sabe admirar restos arqueológicos tan deteriorados. Apenas se intuye la existencia de algo con forma.

Solo nos queda acercarnos hasta el famoso Izmir Tarihi Asansör Binasique que hay en la zona sur del Kordon. Recuerda mucho a los ascensores de Lisboa. Una callejuela plagada de tiendecitas para turistas que, curiosamente, tiene el nombre de un famoso cantante turco de origen portugués, Darío Moreno, y al fondo un sencillo ascensor que te sube hasta el barrio judío que hay en lo alto. Hay que hacer cola, pues son muchos los turistas y los habitantes de la zona que buscan hacer el ascenso. Durante el mismo suena la famosa canción "Mi querida Esmirna" del mencionado cantante (oír la canción). Recuerda a Carlos Cano. El barrio que hay en lo alto nos es más que un barrio popular sin más carisma que el mencionado ascensor. No merece la pena el paseo aunque puedes hacer una bonita foto de la bahía.

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De regreso almorzamos en el restaurante 100% en el extremo del Konak Pier. Un lugar bastante pijo y agradable donde tomamos unas ensaladas y carne con salsa verde (Café de Paris) aderezando todo ello por un delicioso vino turco, savignon blanc. Como el sitio en muy posh la comida nos sale cara (700lt para 4 personas) pero el ambiente, el paisaje y la calidad del producto merecen la pena.

De regreso al hotel quedamos con el empleado de la tienda de bicis que se ha puesto en contacto con nosotros por e.mail porque al parecer nos cobró 1000lt de menos. Contamos nuestro dinero y descubrimos que tiene razón por lo que es importante devolvérselo. Nos dice que en el Lunapark, en las proximidades del hotel, se celebra una feria con motivo de las fiestas de la ciudad. Para allá nos vamos. Resulta que fue un 9 de septiembre cuando el muy querido padre de la patria, Ataturk, liberó la ciudad de Esmirna del dominio de los Griegos, que tras la confusión que siguió a la primera guerra mundial, habían aprovechado para invadirla. La feria en sí no es distinta a cualquier otra. Muchísima gente, muchísimo ruido, puestos de comida, tienditas de artesanía y atracciones para las que nosotros ya estamos muy viejos.

Cenamos algo por el módico precio de 71 LT (12 euros cuatro personas) y nos vamos al hotel a preparar las alforjas para el día siguiente. Mañana es nuestro primer día de bici.


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