de Usti
nad Labem

a
Dresde


Distancia 95 km.
Amaneció un día frío y nublado, como la propia Ustí nad Labem. En la puerta del Pivovar Hotel na Rychte, al subirnos a nuestras bicis, rondaban los 6ºC pero, al poco de empezar a pedalear ya entrábamos en calor y… sin problema.
Nos despedimos de la República_Checa con la ciudad de Decin, que flaquea el río con sus dos castillos, uno en cada orilla. El llamado propiamente Castillo de Decin, se encuentra en la orilla izquierda y más bien recuerda un enorme palacio blanco con su bonito campanario en el centro. En la otra orilla el Lookout Tower Shepherd's wall, una enorme pared de piedra en lo alto de la cual se divisa un pequeño palacio o castillo.

Foto Decin

Poco después de reiniciada la marcha entramos en Alemania. Ningún tipo de control sino un simple cartel que lo anuncia. El paisaje cambia con el país, se convierte en un desfiladero a ambos lados del río, en la suiza de Sajonia. Rápidamente se nota también el cambio en las infraestructuras, la carretera es muy buena para las bicis, todo perfectamente señalizado, en cada cruce carteles informativos de los próximos pueblos, nuestra ruta la E (Elberadweg). Encontramos algunas lomas y tuvimos que cruzar el río en un pequeño barco en Konigstein, un pueblo en lo alto del cual, a lo lejos, en una especie de meseta rocosa se divisa una Fortaleza.

Foto Konigstein

A medio día encontramos un enclave bucólico en el que detenernos a comer algo. Junto a nosotros las vacas pastaban como si nada de lo que ocurre en el mundo les afectara… ni siquiera nosotros, unos torpes humanos que llegaron con sus bicis y se entretienen comiendo, hablando y riendo… así transcurren sus vidas.

Foto Almuerzo

Después del escueto almuerzo unos kilómetros más y la espectacular entrada a Dresde. El río se ensancha y parece que se hace más grande y más caudaloso. Sus orillas se encrespan dando a ese tramo una sensación de amplitud y belleza. En las suaves lomas que hay al otro lado, frente a la ciudad, hay campos de viñedos y, sobre ellos, fastuosas mansiones mirando al río y a la ciudad, en la otra orilla. Cortan el hipo y te trasladan a una época gloriosa, de poder y exuberancia. Nos quedamos anonadados mirándolas mientras cruzamos un largo parque que antecede a la ciudad. Gentes paseando o practicando deporte. Parece que nunca termina, aproximadamente 12 kms.
Finalmente llegamos al centro de la ciudad y, apenas unas calles hacia el interior nos encontramos en la espléndida plaza de la ciudad, dos enormes explanadas urbanas que se unen en la parte central y se encuentran perimetradas por una maravillosa sucesión de edificios clásicos de belleza barroca que es difícil enunciar con palabras. Te sientes tan poca cosa allí dentro. Buscamos la oficina de turismo y preguntamos por algunos alojamientos. Había unos cicloturistas brasileños en la misma situación que nosotros, charlamos un rato con ellos y nos despedimos, no volvimos a verlos en todo el viaje. En la oficina nos dieron bastantes alternativas de alojamiento pero elegimos la que por proximidad y precio nos pareció la más adecuada. Estábamos cansados y no queríamos estar pedaleando demasiado ni, dado que solo íbamos a estar una noche, alejarnos de aquel centro urbano tan precioso.

Foto Dresde

Elegimos el Hotel Ibis Dresden Koenigstein (80 €/doble + desayuno) a escasos quinientos metros hacia el interior.
Hicimos nuestra colada, nos duchamos y salimos a cenar. Había muchas opciones en torno a la plaza principal y no sabíamos dónde meternos. Al final aceptamos nuestra condición de turistas y entramos en el Restaurante Pulverturm Dresden, un restaurante de comida típica sajona, que había en una esquina de la plaza. Se trata de un restaurante temático que, como todos los que lo son, resulta un tanto artificial por lo exhaustivo de la recreacción&hellip: los/as camareros/as vestidas con trajes de época y esas cosas, un clásico para turistas, que es lo que éramos. Comimos bien por 40 €/por persona (precio de gran ciudad).
A la salida de la cena estábamos mucho más relajados, Paseamos por el magnífico y monumental casco barroco, vimos el Teatro de la ópera Semperoper y la iglesia Fraunkirche, y con tanta exuberancia estábamos anonadados, como si todo aquello fuera irreal. Hasta el punto que, un poco más adelante n nuestro paseo, al doblar una esquina, había un hombre cantando opera en los bajos de un arco y era como dejarse llevar por el sueño, un sueño hermoso, que nos llevó en volandas hasta el hotel y nos acurrucó entre los brazos de Morfeo.


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Foto Dresde
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