de
Estrasburgo

Ettlingen

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Ettlingen


Fue la etapa más larga y más dura del viaje.
Nuestra salida de Estrasburgo no fue más complicada que la de cualquier otra ciudad. Desayunamos en el Aparthotel Adagio Access y nos pusimos a pedalear. Era lunes, Estrasburgo es una ciudad grande y había bastante tráfico. Aunque en el mapa parezca que el Rhin pasa por en medio de la ciudad, Estrasburgo está separada unos kilómetros del río y, para llegar hasta él, íbamos siguiendo el Canal Rhin Rhone que ya nos había sido nuestro guía en la etapa previa. De pronto, un señor puso su bicicleta en paralelo a las nuestras y, en un correcto español, nos dice que hemos atravesado una zona vedada a las bicicletas. Claro que nos habíamos dado cuenta, pero nuestro plano marcaba dicho camino y lo seguíamos a pies juntillas.
Entonces, este "buen samaritano", nos recomienda una ruta alternativa con menor tráfico de peatones… y le hacemos caso. Saltamos al otro lado del río y es verdad que el camino mejoró bastante. Luego, cuando salimos del centro, volvimos a cruzar para retomar el carril programado.

salida de Estrasburgo

Abandonamos Estrasburgo para abandonar la Alsacia y abandonar Francia. Alcanzamos nuestro tercer país de este viaje: Alemania. El país del que ya no saldríamos hasta volver a casa, con la esperanza de que, al cruzar el río nos íbamos a encontrar en el paraíso del ciclista. Sin embargo lo que encontramos fue el mismo caótico tráfico de todas partes.
No hubo fuegos de artificio ni cañonazos, solo un triste cartel y una bandera tricolor junto a la acera. Nada más empezar el carril bici desaparecía por obras y mantuvimos la respiración mientras circulábamos por la carretera. Era una zona industrial y abundaban los camiones.
No podía ser tan difícil, solo había que sortear este nudo industrial y tomar el carril bici del río, pero en lugar de acercarnos la ruta nos alejaba más y más de la orilla. No encontrábamos una alternativa viable. Tuvimos paciencia (no teníamos otro remedio). La bicicleta es eso: saber sufrir. Bajar la cabeza y apretar los dientes. Lo hicimos y, en lugar de mejorar, un poco más adelante, la situación volvió a complicarse. Estaban arreglando las calles y la ruta estaba cortada con una vallas y un buen señor desviando el tráfico.
No podíamos pasarnos esta calle por alto. Esta no. Ya nos habíamos alejado demasiado del río y, mas allá, no sabríamos a dónde ir. Así que nos detuvimos frente a la valla, en la misma carretera, sacamos el mapa y preguntamos al operario. Nos miró desconcertado, se levantó el casco y se rascó la cabeza, pues el hombre no dominaba el inglés. Acercó la cara al papel y siguió con sus ojos la trayectoria que marcaba mi dedo. Asintió lentamente. Tras dos o tres intentos lo había entendido. Nos debió mirar con pena, 6 ciclistas cansados, allí perdidos, y nos dijo que siguiéramos calle abajo, aunque estuviera cortada. Al principio dudamos: no le habremos entendido y, como buen alemán, cuando nos metamos en la zona prohibida nos va a echar una bronca… pero no teníamos alternativa, así que avanzamos, pedaleamos temerosos sin dejar de mirarle, por si rectificaba en cualquier momento… pero no lo hizo, dibujó una leve sonrisa en su rostro, se despidió con la mano y nosotros seguimos.
No eran más que 100 metros y no había peligro, solo habían retirado el asfalto y estaban preparando la calle para asfaltarla de nuevo. Unos pocos baches y pudimos pasar sin problemas. Gracias a esta maniobra alcanzamos el carril bici del río. Haber conseguido tan poca cosa nos sabía a victoria y soñábamos que a partir de ese momento las bicicletas irían solas. No haría falta esforzarse, solo sujetar el manillar para orientar la rueda, y dejarse llevar por la corriente. ¡ Pobres ingenuos! Nada más lejos del triste destino que nos aguardaba.
El camino iba efectivamente paralelo al Rhin, y aunque bastante monótono, el carril bici es bonito. El Rhin es enorme, se le ve majestuoso desde la orilla y el silencio… la vegetación… las aves… Solo nosotros. La sorpresa que nos aguardaba era de otro tipo. Digamos que… más natural. Porque apareció el viento. Un viento que, kilómetros más adelante, llegó a ser bastante fuerte y molesto.

Rheinmünster

Los niños habían tenido dificultades los días previos por el ritmo que habíamos impuesto, así que hoy, con el viento, decidimos avanzar más despacio y hacer más paradas. Un descanso cada 15-20 kilómetros para tomar algo. Eso hizo que el día se alargara bastante. ¡Tardamos 11 horas en llegar a Ettlingen! Sobre la 1:30pm los niños ya iban con la lengua fuera, y empezamos a buscar un sitio parar a almorzar. Había muy poca oferta en la orilla y sabíamos que si nos demorábamos, todos los bares y restaurantes cerrarían. Al pasar por el puerto deportivo de Rheinmünster, encontramos el bar cerrado, y empezó a preocuparnos la idea de encontrar nada. Los niños parecían inquietos. Había un cartel que explicaba la zona y anunciaba un restaurante más adelante, así que seguimos la ruta esperanzados. Más río, más cansancio, más viento. Los niños resoplaban y casi se nos pasa de largo porque no estaba junto al río sino 200 metros tierra adentro. Era un Biergarten (Jardín de cerveza) llamado Hanfseeblick, donde servían salchichas y, cómo no, cerveza. Había un montón de alemanes en pantalón corto y bañador, como si cerca hubiera una playa.

restaurante Hanfseeblick

Nos supieron a gloria aquellas salchichas. Luego, al incorporarnos de nuevo a la ruta, algo más descansados desatendimos el mapa y nos pasamos la desviación hacia Ettlingen. Tuvimos que retroceder para volver a encontrar el camino.

Hanfseeblick

La agradable sorpresa del día fue que, a media tarde, cuando pasamos por Rastatt, en lugar de pasar de largo decidimos entrar en la ciudad a tomar algo. Fue lo que ahora llaman Serendipity, pues resultó ser una hermosa ciudad con una bonita plaza rectangular que tiene en ambas cabeceras dos templos y entre ellos dos hermosas fuentes. Además un palacio de intenso color rosa con figuras doradas que lejos de parecer empalagoso tiene bastante grandiosidad. Así que nos detuvimos en la Marktplatz y nos tomamos un helado en la heladería italiana que había en la esquina. Desde Rastat hasta Ettlingen quedaban los últimos 15 kilómetros que se nos hicieron eternos pues todos íbamos ya con la lengua fuera.
Ettlingen es una ciudad pequeña a la sombra de Karlsruhe pero es una ciudad bonita. Tiene dos o tres calles empedradas entre casas de entramado de madera, tan características de la Alsacia y una preciosa iglesia con una torre muy especial y hermosa. El hotel Ibis Styles Karlsruhe nos pareció colorido y alegre, todo muy nuevo y además con aire acondicionado. Nos dimos un abrazo en la puerta. Había sido una etapa épica y estábamos orgullosos del grupo. Los niños habían apretado los dientes cuando había que hacerlo. Nos duchamos, lavamos la ropa y salimos para la visita y la cena. Encontramos un sitio de nuestro gusto muy cerca del hotel. El restaurante Voguel Hausbrau es una cervecería alemana enorme, tiene una terraza en la parte trasera que estaba llena de gente.

Voguel Hausbrau Ettlingen

Había partido de futbol y todos estaban muy pendientes de la pantalla. Pedimos sopa goulash, ensaladas, cervezas y postre para 6 personas (126 euros). Luego dimos un corto paseo por las dos o tres calles que conforman el casco antiguo y nos hicimos algunas fotos frente a las oficinas del ayuntamiento (Stadtverwaltung) que, iluminado, se veía precioso.

Stadtverwaltung Ettlingen

Como el hotel estaba muy cerca llegamos en un periquete y nos fuimos directamente a la cama, había sido un día muuuuy largo.


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Foto Rastatt
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