Castillo Rhin Oberwesel

de Rudesheim
a Coblenza


Después del desayuno en el Rheinhotel Lamm, de limpiarnos los dientes, cerrar nuestras alforjas y montarlas en nuestras bicis, tomamos el transbordador a la orilla izquierda, pues nos habían comentado (y habíamos sufrido a nuestra llegada) las obras en el carril bici de la orilla derecha. El billete para 6 personas en el transbordador de la Roessler Line desde Assmannhausen hasta Burg Rheinstein, al otro lado, nos costó 24 euros, pero tuvimos que esperar a las 10:30 pues era la hora del primer servicio.


Roessler Line


Luego el camino estuvo en muy buenas condiciones a todo lo largo del día. Había cientos de turistas en bici, principalmente grupos de alemanes mayores, algunos de ellos en bici eléctrica, que debían estar aprovechado el sol de aquel sábado para quitarse de encima el frío del largo invierno. También se veía pasar enormes cruceros fluviales con turistas en sus terrazas fotografiando esto y aquello.
El río en este trayecto zigzaguea entre verticales paredes tapizadas de una vegetación frondosa que, de cuando en cuando, se ve interrumpida por un pueblo o un castillo. Los hay de todos los tipos y gustos. Grandes o pequeños, tipo palacio o fortaleza, en medio del río o colgado en lo alto, restaurados o en estado ruinoso. No te cansas de mirarlos y de hacerles fotos, que tan distraídos íbamos que en más de tres ocasiones estuvimos a punto de chocarnos con los ciclistas que venían de frente (y que convenientemente protestaron por una parrafada para nosotros incomprensible). Sean del tipo que sean todos ellos transmiten con orgullo la grandiosidad de su pasado glorioso… pero no te acobarda, al contrario, te distrae, te ayuda a pedalear más ágil, que el camino se te pasa en seguida, como si no hubieran transcurrido kilómetros.


castillo del rin


Un poco más adelante pasamos junto a un enorme castillo estucado con forma de barco en medio del río, es el Castillo de Pfalzgrafenstein donde es obligado pararse ha hacer una foto.


Castillo de Pfalzgrafenstein


Un poco más adelante llegamos a Lorelei, es una zona muy famosa y está llena de hoteles y turistas.
Dicen que el enorme peñasco que estrecha el río en este punto, hace que las aguas bajen a mayor velocidad en esta zona por lo que "el río murmura". Sin embargo no podemos dar fe de ello. Cuando nosotros pasamos, era sábado y había tanta actividad y tanta gente, que difícilmente pudimos oír el murmullo del río. Solo los desagradables ruidos que produce el ser humano.
Cerca de Boppard nos detuvimos en un pequeño pueblo, Bad Salzig, a comer algo. Nos pasó lo de siempre, recorrimos el pueblo por un lado y por otro y todo estaba cerrado, la calle completamente vacía, solo una triste panadería con una terraza preciosa, Bäckerei Volk, y un bar de copas en la acera de enfrente.
La panadería tenía unas mesitas a la sombra en la susodicha terraza, junto a la que corría un riachuelo o acequia. Muy bucólico y pastoril todo ello… nos agradaba, pero dentro solo tenían pan, tartas y una pequeña estantería con alimentos de primera necesidad. Así que entramos en el bar que había al otro lado de la calle. También tenía terraza, pero no era tan agradable y estaba ocupada por unos hombrotes fumando y tomando cerveza. No levantaron la cara cuando entramos. Muy placentera debía ser la conversación que mantenían entonces. Ocupamos una mesa interior pero no había nadie en la barra ni nadie se acercó a preguntarnos. Sospechábamos que el camarero debía ser uno de los que estaban en la terraza. Así que pes mirábamos con disimulo… al principio y luego fijamos nuestras miradas persistentemente en ellos. Vamos, que hubiera incomodado al más duro… pero nada. Así que después de pasar unos minutos con cara de tonto, nos levantamos y salimos del bar. Fuimos a la panadería de enfrente y compramos seis panes y seis latas de sardinas en conserva. Le pedimos a la señora que nos cortara los panes y nos hicimos unos bocadillos en la terraza. Al final resultó muy agradable. Un refresco y un poquito de tarta, eso fue todo.
Después del improvisado almuerzo, el trayecto hasta Coblenza resultó muy agradable y se nos hizo hasta corto. Tras el día de descanso los niños habían encontrado su forma, se les veía muy fuertes y motivados, y tuvimos que hacer esfuerzos para no perderlos de vista, de lo rápido que iban.


bici y castillo del Rhin


Dar con el Hotel Brenner resulta fácil, pues se encuentra muy cerca del río. Se trata de un pequeño hotel de Tres Estrellas Superior que tiene una decoración victoriana salpicada por objetos de origen indio. El señor que atendía la recepción salió a recibirnos a la calle y fue muy amable con nosotros. Esa retahíla de empalagosas normas de educación que todos detestamos pero que, cuando llegamos sudados, con el culo dolorido, y nos agasajan con ellas… nos agradan. Nos ayudó a entrar las alforjas y, dado que a una de las habitaciones no se podía acceder con el ascensor, se prestó a llevar las alforjas hasta la misma (algo que parece más lógico pero que en en el resto de hoteles de nuestro viaje no ocurrió). Las habitaciones, al margen de su decoración victoriana, disponían de aire acondicionado, lo cual también ha sido una excepción en este viaje donde lo más que se te ofrecía era un ventilador. Además el AC no era ruidoso y resultaba fácilmente regulable para encontrar una temperatura confort. Según nos instalamos en el hotel, nos duchamos y echamos un vistazo a las opciones para la cena.
Salimos a dar un paseo por el centro histórico y nos llamó especialmente la atención la Scahngelbrunnen (Fuente Schängel), en la que un niño descarado escupe un buche de agua cada tantos minutos. Si llegas despistado, te colocas en el lugar preciso y te pilla desprevenido puedes salir mojado y con la sensación de haber hecho el ridículo.
Hay un montón de pequeñas plazas entreveradas a todo lo largo del casco antiguo, nos llamó especialmente la atención la Jesuitenplatz donde han erigido una estatua al físico alemán Johannes Müller. El sol estaba tumbado y daba una tonalidad anaranjada que se proyectaba sobre las fachadas confiriéndole cierto romanticismo a la escena.


Jesuitenplatz Coblenza


Pero ni el romanticismo ni la belleza dan de comer al guerrero (ni a nadie), y poco tardaron los niños en pedir su comida. Al final nos decidimos por el Restaurante Altes Brauhaus, pues estaba en el centro, muy a mano, tenía un precio moderado y ofrecía una comida local con muy buen aspecto en las fotos (excepto en las nuestras).
Tenían separados en la carta los platos de tamaño normal y de los platos grandes pero incluso los platos normales tenían un tamaño desproporcionado. Nos agradó el ambiente, el trato y la comida. El precio para 4 personas bastante contenido dada la cantidad de comida (140 euros 6 personas).


Restaurante Altes Brauhaus


Luego salimos a dar un paseo e hicimos cola en una heladería que había en la esquina. Somos españoles y cuando vemos una cola enorme que se extiende a todo lo largo de una plaza no podemos evitar pensar que se regala algo. Realmente así era pues en la Heladería Egelosia vendían unos deliciosos helados a un precio muy competitivo. Yo me tomé uno llamado "mon cheri" por el que, cualquier amante de esos bombones hubiera matado. Nos vino a la cabeza la noche que pasamos años atrás en Las Tunas, en nuestro viaje a Cuba, cuando hicimos cola para tomarnos un helado en el Coppelia. Volvimos al hotel paseando, recordando aquellos felices momentos en el Caribe, y nos fuimos directamente a la cama.



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Scahngelbrunnen Coblenza
Oberwesel en bicicleta
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