Todo viaje tiene su apoteosis, ese momento que luego cuentas mil veces cuando regresas. Sin embargo, sobre todo si viajas en bicicleta, no siempre es un momento sublime del que puedas sentirte orgulloso. A veces es una circunstancia desagradable, dolorosa, sucia y a veces incluso… deshonrosa.
Camino de Ooty (Udhagamandalam) tuve uno de esos momentos y he de alertar, a quienes de adentren en el presente relato, que puede herir la sensibilidad y el buen gusto de los lectores.
La etapa fue larga, y transcurrió del siguiente modo:
En el estado de Tamil Nadu:
En Madurai terminaba la primera parte de nuestro viaje. Habíamos estudiado la región con google earth y múltiples blogs y, más allá, el paisaje era devastador. Complejos industriales, llanuras desiertas, terrenos baldíos… Ninguna referencia en internet a la zona. Eso nos hizo pensar que, transcurridas varias etapas, ya tendríamos una idea bastante aproximada del lugar y tomar el tren nos daría la oportunidad de alejarnos y conocer otros paisajes.
Para llegar a la costa oeste es necesario cruzar las montañas. Los Ghats occidentales se yerguen en paralelo a la costa como una enorme pared que dificulta el paso y hay que dar un rodeo o escalarlos. Nos apeteció la idea de subir y conocer una India distinta a la que habíamos visto hasta ahora, esa India de arrozales y grandes llanuras. Para ayudarnos contratamos un coche escoba (ver Medios de Transporte) pues nuestra condición física no era suficiente para escalarlas en bici tirando de las alforjas.
La idea era ir en tren nocturno hasta Coimbatore y encontrarnos allí con el conductor, pero resulta que el buen hombre vivía en Madurai e insistió en llevarnos las bicicletas para ahorrarnos el tiempo y el pesado trámite de facturarlas, a parte del riesgo de perderlas en el caso de que fuéramos incapaces de subirlas al tren con nosotros (ver la etapa en que nos ocurrió eso). Así que Sinuoso (nombre del chofer) cargó aquella tarde la Tempo Traveler con nuestras bicis y emprendió el viaje. A nosotros, que nos mimaran así, nos resultó extraño.
La generosidad de Sinuoso nos dió la oportunidad de estirar la visita a Madurai.
Negociamos con el hotel mantener una de las habitaciones hasta la noche (pues el tren salía de madrugada) y como ya habíamos visitado la ciudad el día previo (ver resumen de la visita), simplemente salimos a pasear. Madurai es una ciudad imprescindible, por su localización estratégica entre el Este y el Oeste, por su historia y por su gran templo. Luego volvimos al hotel, nos dimos un baño en la piscina, nos cambiamos y duchamos todos en la habitación que habíamos mantenido, cenamos en el restaurante, donde fuimos acribillados por cientos de mosquitos más hambrientos que nosotros, y a las diez de la noche, nos fuimos a la estación en tuc-tuc.
Madurai. Coimbatore. Ooty.
Viajar en tren es una experiencia imprescindible en la India (ver tren), forma parte del día a día de sus ciudadanos y se ha integrado en su cultura.
El 16609 COIMBATORE EXPRESS alcanza Coimbatore en menos de siete horas desde Madurai y nos permitía cubrir la distancia y pasar la noche al mismo tiempo, de forma que ahorrábamos un día. El único inconveniente es que el coche cama disponible era de tercera clase, y mucha gente nos había recomendado evitar cualquier clase que no fuera primera.
Debía ser una etapa tranquila, de esas de mirar por la ventanilla y pensar en la irreversibilidad del destino, pero tuvo su buena parte de sufrimiento.
La estación por la noche ofrecía una imagen devastadora. En completo silencio, cientos de personas acostadas en el suelo, olor a orines y, de cuando en cuando, la megafonía anunciando la llegada de los trenes. Nos sentamos en un andén a esperar el nuestro.
Las largas hileras de vagones pasaban silenciosas ante nosotros, como si pertenecieran a un tren fantasma. Mirábamos con curiosidad y con temor, intrigados por lo que pudiera esconderse allí dentro. La mayoría de las ventanas estaban cerradas con unas persianas metálicas que parecían barrotes, pero otras habían quedado entreabiertas y se atisbaba en el interior un paisaje inquietante. En aquella oscuridad tan profunda se adivinaban los cuerpos. Inmóviles, hacinados. Despertaban en nuestra memoria la imagen de aquellos trenes de los campos de concentración (salvando las distancias por supuesto) siempre llenos de gente hacinada, hambrienta, asustada, lúgubre y desesperanzada, y nos imaginábamos la peor de las experiencias para la noche.
Al final la megafonía anunció el nuestro…
—16609 COIMBATORE EXPRESS to Coimbatore—
Subimos temerosos de todo lo que habíamos visto. Atormentados por nuestra propia imaginación ignorante… y nos sorprendió lo que vimos. La temperatura del vagón era adecuada. No había separación visual entre las literas por lo que recordaba a un barracón pero la gente estaba dormida y se guardaba un respetuoso silencio. No había mal olor, ni suciedad, ni nada desagradable. Buscamos nuestras literas y el acomodador nos dio nuestras sábanas en un sobre de papel de embalar. Muy limpias. Nos acostamos.
Aparentemente íbamos a tener una buena experiencia, y todos se quedaron dormidos hasta que, pasadas un par de horas, empecé a sentirlo. Las literas eran de 3 pisos y me había tocado la última de arriba, junto a una enorme tobera por la que entraba con fuerza una corriente de aire que no me molestaba demasiado y me protegía del calor.
Un ligero retortijón en la tripa. No debe ser nada, quise engañarme. Pero fue evolucionando, y se hizo cada vez más intenso y duradero. Se repitió varias veces con fuerza y, aunque quise dormir, olvidarme de aquello y que la noche pasara sin darme cuenta… los retortijones se convirtieron en un dolor muy agudo, hasta que tuve que aceptar la evidencia: "o voy al baño o me lo hago aquí encima".
Tren nocturno hacia Coimbatore. Dos de la madrugada. Vagón de tercera clase. Tercera litera en lo alto. Un dolor de barriga que avisa y un pasajero que tuerce el gesto. Se desliza con suma delicadeza, escalando las literas en sentido descendente para no despertar a nadie.
Llegué al extremo del vagón. Ninguna sonrisa amable en el camino, nadie despierto. Vi la puerta del baño entreabierta y se me pusieron los pelos de punta. Con el bamboleo del viaje se abría y cerraba constantemente dejando entrever lo que escondía al otro lado. Como en una película de terror sabes que debes evitarla pero una fuerza interior te empuja irremediablemente hacia ella. En este caso, dicha fuerza, eran mis tripas… y no me quedaba demasiado tiempo. Miré a un lado y a otro. Nadie. Y cada vez que se abría la puerta una nube de olor a orines llegaba a mi olfato con contundencia, como un puñetazo. ¿Cómo es posible que en un tren tan repleto de gente solo estuviera yo contemplando aquel funesto paisaje? A lo mejor es solo un mal sueño. Nadie para ayudarme a salir si sucumbía allí dentro.
Temeroso, aparté la mano de mi barriga y la extendí hacia el tirador de la puerta. Tiré con fuerza hacia un lado y… una fina capa de orines, de uno a dos centímetros de profundidad tapizaba el suelo y, con el traqueteo del tren, formaba una ola que recorría la letrina de lado a lado. Iba y venía como una mar angustiosa. No había tiempo para medir si la profundidad de aquellos orines era mayor que la suela de mis zapatos. La naturaleza avisaba. Dí el primer paso.
No había inodoro sino un sencillo agujero a través del cual se veían las vías pasar a una velocidad endiablada allá abajo. Cerré tras de mi la puerta y la aseguré… por si acaso.
Las gotas de sudor me escurrían por la frente. No hacía calor como para eso. Era el dolor de la tripa. No iba a poder aguantarme más tiempo. Me coloqué estratégicamente sobre el oscuro agujero y empecé a bajarme el pantalón, pero era un pantalón deportivo muy ancho, para dormir cómodo y, al bajarlo, las mangas cayeron por debajo de los tobillos y estuvieron a punto de tocar el suelo. Así que la maniobra fue mucho más complicada. Tuve que tirar de las mangas del pantalón hacia arriba al tiempo que tiraba de la cintura hacia abajo.
Una punzada de dolor de nuevo, una corriente de sudor frío en la espalda. Ya no me importaba lo que pudiera pasarme. Separé las piernas y flexioné ligeramente las rodillas para tratar de mantener el equilibrio, bajarme los pantalones y evitar que las mangas del chandal tocaran el suelo al mismo tiempo, mientras sujetaba con los dientes la parte baja de la camiseta para que no cayera por debajo de mi cintura. Un equilibrio muy delicado para un enfermo. Entonces… un retortijón de nuevo, y liberé toda la contención que había ejercido hasta ahora, justo en el momento en el que el tren hizo un extraño y tuve que incorporarme un poco. La explosión fue brutal, como mi falta de puntería. Me había aliviado del instante más doloroso proyectando toda aquella masa pastosa hacia una de las paredes. Suspiré aliviado y giré la cara para contemplar mi obra. Estaba allí adherida, como si fuera un retrato. Creo que sentí vergüenza, pudor, culpa. Pero no era momento de arrepentirse, el dolor volvía, una y otra vez, y el bamboleo del tren me obligaba a mantener el equilibrio como un surfero sobre su tabla, al mismo tiempo que sujetaba las mangas del pantalón con las manos y la camiseta con los dientes. Así que me dejé llevar, di rienda suelta a aquel cuadro, liberé toda la contención varias veces, hasta quedar completamente aliviado.
No sé si la manga de mis pantalones tocó definitivamente el suelo. Me limpié con el poco papel que llevaba, siempre tratando de mantener el equilibrio en aquella postura contranatural, y tampoco me importó quedar sucio. Contemplé mi dantesca obra antes de salir… más allá de cualquier crítica que yo pudiera hacer a la falta de higiene de aquel baño, lo cierto es que yo lo había dejado peor de lo que al principio estaba.
No había nadie esperando fuera. Dí gracias a Dios. Ningún testigo del crimen ni nadie que tuviera que pasar a contemplar mi obra. En el vagón de tercera clase la vida transcurría con el mismo sosegado silencio, sueños de pasajeros y algún que otro ronquido.
A pesar de todo me sentía feliz. Lo había logrado. El mismo tipo de satisfacción que sientes cuando coronas con tu bici la más alta montaña. Escalé las tres literas y volví a arroparme entre las sábanas para protegerme del aire que entraba por la tobera. Casi me alcanzó el sueño con sus delicados dedos, pero fue un duermevela ingenuo, febril, momentáneo.
No se cuáanto tiempo había pasado cuando un nuevo retortijón me acometió de repente. Y todo el proceso se repitió de nuevo. Ese intentar resistirme al principio y ese fracasar luego. De nuevo bajar, recorrer el pasillo hasta el baño, contemplar mi obra. Flexionar las rodillas sujetando la ropa. Disparar de nuevo.
Después de aquello ya no albergué mayor esperanza. Acepté la idea de pasar lo que quedaba de noche en el interior de aquella letrina, prisionero de mi propio intestino. Pero aguardé un poco y nada. Un poco más y… nada de nuevo. Así que volví a mi litera y quedé profundamente dormido.
El viaje transcurrió sin mayores incidentes. Todos despertaron felices, descansados, solo yo comprendía la verdadera trascendencia del viaje: que ese momento sublime, esa apoteosis que todos estábamos esperando, ya había ocurrido durante la noche.
Llegamos temprano a Coimbatore, salimos de la estación y allí estaba Sinusoso con nuestro coche escoba esperando. Yo me encontraba fatal. Creo que me había subido la fiebre. Sinuoso nos acercó a Coonoor. La carretera era ya un anticipo de lo que serían las montañas. Pica hacia arriba. Muchas curvas. Tardamos casi dos horas en llegar a la estación para tomar el histórico tren que sube hacia las montañas ( Nilgiri Mountain Railway). Nos tomamos un té con leche en un puesto de la estación y descubrimos que nuestros asientos estaban separados, unos en primera clase y otros en segunda, así que negociamos con el revisor y decidimos cambiarnos todos a segunda clase y, la verdad, no creo que hubiera mucha diferencia con primera. Un compartimiento solo para nosotros, cómodo y agradable.
El tren serpentea por las montañas atravesando pequeños pueblos. Esperábamos encontrar unas vistas impresionantes con grandes acantilados sobre los valles, pero no fue para tanto. Solo montañas, cultivos y casas. Yo no estaba ni para mirar, me sentía horrible… creo que me recosté en el asiento.
Alcanzamos Ooty y otra vez estaba ahí nuestro coche escoba esperándonos en la estación. Sacamos las bicis del coche y nos dejamos caer hasta el hotel. Creo que el aire fresco me sentó bien. Un poco de movimiento después de una noche tan mala. Eran solo 13 kilómetros de descenso.
Era la primera vez que Sinusoso nos asistía en la carretera y se le veía nervioso. Iba justo detrás de nosotros y tuvimos que decirle que se fuera sin miedo. Que nos esperara en el hotel, que ya nosotros llegaríamos cuando fuera. Aún era media mañana, hacía fresco, y el corto descenso fue muy agradable. Cuando llegué al hotel, negociamos nuestras habitaciones, y me metí en la cama. Había conseguido llegar y me sentía orgulloso. Dormí hasta el día siguiente.
El grupo salió a pedalear sin mi aquella tarde, y les ocurrió una cosa de lo más curiosa. Vieron a un pobre anciano acuclillado en el campo, como si se hubiera caído por accidente y no fuera capaz de levantarse. El hombre les hacía señales cada vez con más insistencia a medida que se acercaban. Cuando llegaron a él se dieron cuenta que el pobre hombre se encontraba en la misma penosa situación en la que me había encontrado yo aquella noche, y les hacía señales para que le dejaran en paz y se alejaran.
¿Cómo se siente uno cuando, intentando ayudar a alguien, mete la pata de una manera tan tonta?
Así que, después de todo, las cosas se igualaron un poco y, aquella tarde, mientras yo dormía, el resto del grupo tuvo también su apoteosis, su propio momento sublime.
OOTY:
Udhagamandalam, también conocida como Ooty, es una ciudad turística que se encuentra en los Ghats occidentales, y en concreto de la zona de las Nilgiri Mountains (Nilgiri significa montaña azul). Los paisajes, los cultivos de te y cardamomo, y el histórico tren que asciende desde Coonoor, son sus principales atractivos. La ciudad en sí no vale mucho. Es una ciudad desordenada, sucia y ruidosa como tantas otras del mismo estado. Sin embargo, debido a la altura, mantiene una temperatura agradable en verano mientras en el resto del país el bochorno es espantoso.
El mercadillo de su calle comercial mezcla frutas, verduras y ropa de abrigo con algún recuerdo para los turistas.
Para visitar en Ooty:
El Nilgiri Mountain Railway data de 1899, y es el tren asiático que salva un mayor desnivel. En 2005 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y salta a la vista, en cuanto uno se sienta en uno de sus vagones, que su valor no es tangible. No es un ferrocarril de madera con filigranas y muebles al estilo colonial, sino un mísero trencillo con grandes ventanas para ir contemplando el paisaje. Quizás por eso lo llamen Toy Train. En cualquier caso es un viaje recomendado, siendo necesario reservar con mucha antelación los billetes, pues dispone de muy pocas plazas y solo hay dos o tres servicios al día.
El jardín botánico se encuentra en el mismo centro de la ciudad. Tiene una vegetación exuberante y es lo suficientemente grande y ordenado para que la visita merezca la pena. Excursiones escolares y mucha gente de la zona. Nos pareció que los rótulos no siempre acertaban con la especie que anunciaban, pero está muy bien cuidado y limpio, por lo que es gratificante pasear por sus tranquilas veredas.
Con sus 2637 metros de altura, el Doddabetta es el pico más alto de las Nilgiri Mountains y el cuarto más alto del sur de la India. Desde la carretera principal se puede acceder en coche pagando unas pocas rupias. Un camino estrecho y en muy mal estado asciende la fuerte pendiente que acaba en una especie de parking muy mal organizado. Luego hay que ir a pie por una pequeña vereda que te lleva hasta la taquilla, donde se paga la entrada. El mirador es una explanada en la que hay muchísima gente. En el centro de la parcela una torre hexagonal de paredes acristaladas hace las veces de observatorio. La sutil neblina que difumina el paisaje y la proliferación urbanística hacen que no merezca la pena tomarse el esfuerzo de subir hasta allí, pero el bullicio de gente de la tierra le da cierto encanto a la escena. Solo por verlos hacerse fotos y selfies puedes darte un paseo.
El Dodabetta Tea Factory se encuentra a escasa distancia del mirador y es una visita obligada para los turistas de Ooty. Se puede visitar la fábrica y/o el museo. El largo pasillo que atraviesa la factoría, permite contemplar a través de unas amplias cristaleras, las máquinas que procesan el té. Hay tablones explicativos en inglés a lo largo del recorrido. Tiene ese aspecto destartalado y decadente tan habitual en la India, pero está bien organizado y, aunque no domines el idioma, puedes enterarte someramente del proceso de manufactura, probar un delicioso té con leche, y hasta comprar algunas bolsitas a buen precio. Con la misma entrada puedes visitar también una fábrica de chocolate, más sencilla y organizada del mismo modo.
Para alojarse y comer en Ooty:
Elegimos el Western Valley Resort porque el Taj Savoy Hotel estaba completo. Está ubicado en una parcela a 14 km del Ooty. No es estrictamente un hotel sino una especie de chalet con grandes ventanales orientados hacia un hermoso valle, que ha sido modificado para alojar huéspedes. La recepción y el comedor se encuentran en el edificio principal y al otro lado del jardín hay un edificio más sobrio e impersonal, en el que también hay habitaciones. Durante nuestra estancia estaban construyendo un tercer edificio. Aunque las habitaciones son espaciosas, limpias y están bien decoradas, existe una gran diferencia entre las que tienen vistas y las que no. Nosotros habíamos contratado habitaciones con vistas y nos cambiaron a habitaciones con vistas al jardín. Tuvimos que pelear y nos mejoraron una de ellas (previo pago). No dispone de piscina ni otros servicios. Aparcamiento gratuito en la parcela.
El Taj Savoy Hotel ocupa una parcela que se encuentra en lo alto de una pequeña colina con vistas al valle y a la ciudad. Al tratarse de una edificación baja, recuerda más a una casa de campo con el estilo de la época que a un hotel propiamente dicho. Tiene un amplio jardín orientado al valle y un buen restaurante.