de Ooty
a Valparai


Etapa mal planificada. 100 km en bici, aunque sea bajando, y llegar en coche a Valparai el mismo día: es imposible. La alternativa es pasar la noche en Coimbatore e ir al día siguiente en coche hasta Aliyar e intentar el ascenso en bici a Valparai asistidos por el coche escoba (o subir directamente en el coche).


En el estado de Tamil Nadu


La caída en bicicleta es impresionante. Las escarpadas montañas, y las 43 curvas de 180 grados (hair pin bend) harán que la mañana en bici merezca la pena. Habíamos leído que la bajada era muy peligrosa, por el mal estado del asfalto, el tráfico y la pendiente, pero nada que ver con lo que luego encontramos (quizás porque era domingo). En los primeros kilómetros la carretera avanza en un sube y baja que atraviesa distintos pueblos (Gandhikandi, Pathakandi y Yedakadu) donde las gentes conversan frente a sus humildes negocios, y levantan la mirada para saludarnos tímidamente. La carretera transcurre luego junto a una procesadora de té, bastante destartalada, que desprende un intenso aroma. Poco a poco las grandes plantaciones de té se transforman en pequeñas terrazas donde se cultiva la zanahoria. Algún repecho más duro que, al no cargar las alforjas, no tiene mayor transcendencia. El coche se detiene a un lado y deja que nos alejemos. Cada tanto nos adelanta y cuando lo alcanzamos de nuevo Sinuoso nos entrega unas botellas de agua, como si de un punto de avituallamiento se tratara.

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Solo a partir de la pequeña presa (Kundha Dam) la carretera pica hacia arriba y se pone difícil durante 4 ó 5 kilómetros, sin que se trate de una excesiva pendiente. Hasta que llegamos al punto en que la carretera cae definitivamente hacia Kerala. Se abrían ante nosotros las imponentes montañas para dejarnos ver el abismo. Ante nosotros el Silent National Park, y esa carretera que nos había creado tantas expectativas y tantos temores durante la preparación del viaje. Apenas encontramos tráfico y solo había que dejarse llevar. No se puede ir muy rápido por la sucesión de cerradas curvas, y avanzamos anonadados entre la vegetación tropical y el paisaje. Solo uno o dos coches en toda la bajada. A medida que descendemos la temperatura sube, hasta que regresamos definitivamente al bochorno.
Abajo nos esperaba una carretera en muy mal estado llena de baches pero divertida que nos llevó hacia una central hidráulica. Inmediatamente después de cruzar el río, está el control fronterizo. La policía nos dijo que habían sido vistos elefantes en la zona y que circular en bici era muy peligroso. Tuvimos que subir al coche y ya no pudimos volver a coger la bici, pero nos quedó la duda de que se tratara en realidad de elefantes. Más adelante un piquete de jóvenes, con sus banderolas rojas, hicieron bajar al chofer y le pidieron sus papeles. Había algún tipo de huelga o revuelta popular, pero solo nos retuvieron unos pocos minutos.
A partir de ese punto la ruta hacia Mannarkkad es eminentemente llana, una carretera secundaria con escaso tráfico que serpentea entre cultivos de cocoteros y algunos pueblos, y de haberlo hecho en bici, las pequeñas pendientes no hubieran significado un problema. Pensamos que es una ruta recomendable, pero de hacerla, no hay tiempo suficiente en el día para llegar luego hasta Valparai en el coche. Nosotros llegamos muy tarde y eso que habíamos tenido que subirnos al coche 60 kilómetros antes de lo programado. Circular de noche por aquellas carreteras, incluso en el coche, nos pareció peligroso en exceso. Las luces de los coches que viene de frente te deslumbran y es difícil saber cuales vienen adelantando.


En el estado de Kerala


Este pequeño estado al suroeste de la India, atrapado entre las montañas y el mar, es famoso por sus plantaciones de te y cardamomo, en lo alto de las montañas, sus reservas de animales salvajes, sus playas y los Backwaters.
Se percibe inmediatamente, en la calidad de las edificaciones y en lo ordenado del tráfico, que se trata de un estado rico (al menos, más rico que Tamil Nadu). Un estado amable en el que está muy recomendada la práctica del ciclismo, pues si buscas en la red encontrarás que hay varias agencias que ofrecen viajes en bici por la India, y se centran fundamentalmente en Kerala. Sin embargo, fuera de Cochín, no vimos un solo ciclista.


VALPARAI:


La comarca de Valparai es, como destino turístico, una de las grandes desconocidas del viaje. Tiene grandes similitudes con Ooty, pues se trata de un núcleo poblacional de montaña, rodeado de grandes plantaciones de té, al que se accede por una carretera escarpada (40 hair pin bends), pero es mucho menos turístico que aquella y no dispone de una vía ferroviaria de acceso. Optamos por visitarla porque la distancia entre Ooty y Munnar no se puede salvar en un día, y porque habíamos leído alguna referencia agradable respecto a su carretera de acceso. Fue un acierto pues, aunque el núcleo urbano es como tantos otros, el entorno conserva toda su autenticidad y hermosura. El voluptuoso perfil que las plantaciones de té confiere a las colinas permanece intacto pues carece de esa proliferación urbanística, predominantemente hotelera que, en nuestra opinión, ha destrozado el paisaje en Ooty y, sobremanera, en Munnar. Su relativa inaccesibilidad hace que sea un lugar tranquilo, de escaso tráfico, donde uno puede pedalear entre las plantaciones regocijándose del paisaje.


Para alojarse en Valparai:


La estancia en el teabungalows.com resultó una de las experiencias más conmovedoras del viaje, aunque es difícil explicar el motivo.
Habíamos reservado a través de la agencia sin tener la picardía de elegir entre los distintos bungalows disponibles, por lo que ni siquiera sabíamos dónde íbamos a hospedarnos y tuvimos que llamar varias veces y dar varias vueltas para encontrar el camino. Así que ya era noche cerrada cuando, en lo alto de una colina, divisamos la Woodhouse Mansion, una vieja y desvencijada casona. Estábamos cansados y hambrientos tras un largo día de bici y coche. Aún vestidos con el maillot y el culotte. Los jóvenes que nos recibieron no parecían familiarizados con el negocio, y dudaban qué hacer con nosotros. Esto incrementó nuestra angustia. Tras una breve discusión entre ellos anunciaron la llegada del cocinero, un desgarbado hombrecillo, entrado en años, que surgió de la noche como un espectro… sin apenas brillo. Sus ajados ropajes y su descuidada barba, hicieron flaquear nuestras piernas. Nos regaló una sonrisa.
El camino de hojarasca que comunica la vieja mansión con el Puthuthottam annexe, serpentea entre los árboles colina abajo. El bungalow es una sencilla casa de campo con valla electrificada, que desmerece a su página web, donde se crea la expectativa de una residencia de lujo en un entorno silvestre. El interior es sencillo, un salón, una cocina y dos habitaciones con baño, pero ordenado y limpio. Algunos bichos.

Foto bateria

Tras una ducha caliente nos sentamos en el salón hasta que apareció el cocinero. Se encerró en la cocina durante algunos minutos, el tiempo que tardamos en poner la mesa. Luego salió con una fuente de dhal, un caldero con guiso de pollo y abundante nam para que pudiéramos repetir varias veces. Fue una comida sencilla, aunque nos pareció un banquete, y nos conmovió el modo en que aquel humilde hombrecillo, a su modo, nos sirvió la comida. Nos pedía permiso para servirnos y lo hacía con mayor delicadeza y sigilo con que nos hayan servido nunca en ningún restaurante.
Dormimos a pierna suelta y por la mañana, apenas nos levantamos, vino a servirnos un té para arrancar bien el día. Luego subimos a la Woodhouse Mansion y, en un enorme comedor de madera, tristemente iluminado, sirvió el desayuno. No faltó nada en la mesa.


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