Templos de Angkor

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Siem Reap fue la capital de Camboya, tuvo su momento y ahora, su momento es otro bien distinto. Sin haber consultado los números podemos atrevernos a decir que en la actualidad es la capital económica de Camboya pues los Templos de Angkor reciben al año casi dos millones y medio de turistas y son, por tanto, una máquina de hacer dinero. Siem Reap tiene un aeropuerto internacional y muchos paquetes turísticos de la zona, que visitan la antigua Indochina (Vietnam, Camboya, Tailandia, Laos) ofrecen una extensión a los templos de Angkor.

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Como ciudad nos es más que una ciudad turística y, como todas las Camboyanas, un poco destartalada. Aquí los precios serán más altos que en el resto del país pero también encontrarás una larga oferta de restaurantes y tiendas occidentalizadas que , a veces, después de un largo viaje por países tan diferentes al nuestro, suponen un respiro para el turista. Sin duda la ciudad no representa más que un lugar donde dormir, comer y comprar cuando no estás visitando los templos.
¿Y qué podemos decir de los Templos de Angkor que pueda resultarle a nuestros lectores útil? Nada que no esté ya escrito en alguna otra parte. De forma muy simple y a modo de presentación decir que se trata del complejo religioso más grande y más visitado del mundo. Seguro que has visto en en la tele o en alguna revista alguna de las fotos más carismáticas y populares del mismo. Puedes pasarte una semana entera recorriendo la zona y probablemente no te de tiempo de visitarlos todos. Pues bien: nosotros dedicamos dos días y medio y, desde nuestro punto de vista, es suficiente.

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Antes que nada hay que comprar la entrada. Este sencillo acto se ha centralizado en las afueras de la ciudad de Siem Reap. El recinto se encuentra a las afueras de la ciudad, camino a los templos y cuenta con grandes aparcamientos, por lo que es fácilmente accesible (en el mapa te hemos puesto su ubicación). El interior recuerda a un aeropuerto, donde la gente se amontona para facturar su equipaje. No hay maletas a la vista pero sí muchísimas colas perpendiculares a las ventanillas de venta, avanzan bastante rápido y el lugar es fresco y agradable. Puedes pagar en cash o con tarjeta.
Existen varias posibilidades:
En el momento de comprarla (con dólares o con tarjeta de crédito) te harán una foto y emitirán un carnet que tendrás que ir presentando en los distintos puntos de entrada al complejo y en la entrada de cada uno de los templos.
Existen dos circuitos (dos carreteras circulares) que sirven para trasladarse de un templo a otro, formando dos anillos que se cruzan en la parte central. El anillo pequeño incluye los templos más relevantes y conocidos, y el anillo mayor otros de menor relevancia pero no por ello menos interesantes. Por lo general uno se traslada de templo a templo en Tuk tuk. No hemos visto autobuses en los anillos y pero sí cómo descargaban turistas en las entradas para subirlos a los tuk tuks. Se puede hacer en moto o, como nosotros, en bicicleta. Entre un templo y otro por lo general no suele haber más de 3 kilómetros y no hemos visto problemas de seguridad con las bicicletas. Solo las hemos atado en los templos más grandes porque íbamos a dedicarles mucho tiempo y no nos parecía adecuado dejarlas descuidadas tanto tiempo. Al final, cuando ya estábamos cansado de atarlas y desatarlas, las dejamos aparcadas en la puerta sin protección ninguna, y tampoco hubo problema por mucho tiempo que dedicáramos a la visita.
Hay muchas vida en torno a los templos. Monjes que dormitan en sus rincones embelesados por el olor a sándalo, tienditas de souvenirs, destartalados puestos de comida, porque si algo hace es calor y vas a necesitar tomar agua y, por supuesto… turistas de todas las nacionalidades y razas.

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Dedicamos el primer día a comprar las entradas y a recorrer el anillo grande en sentido contrario a las agujas del reloj. Para ello empleamos aproximadamente 7 horas por lo que terminamos sobre las 3 de la tarde después de haber pedaleado unos 40 kilómetros.
Salimos del Sokkhak Boutique Hotel directamente hacia el centro de visitantes e, inmediatamente después de comprar las entradas, nos pusimos en marcha. Para evitar atravesar el anillo interior y desvelar los paisajes que veremos al día siguiente, dimos un largo rodeo por una carretera que circunda el complejo. En ese trayecto tuvimos el segundo pinchazo del viaje. Luego nos pusimos ya con el turisteo. Ese primer día, el orden de nuestra visita fue el siguiente:
  • Pre Roup. Aunque se trate de un templo mucho más humilde y sencillo que los que visitarás luego, al ser el primero te impresiona bastante, y el recuerdo que tenemos de él es bastante bonito.

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  • East Mebon. Ocurre lo mismo que con el anterior. No deja de impresionarte siendo de los más humildes.

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  • Ta Som. Este templo ya son palabras mayores. No tiene nada que envidiar a su hermano mayor: Ta Prohm. Y al ser menos conocido, hay menos turistas que en aquel y la visita es más agradable. Quizás también influya que hicimos la visita en sentido contrario y, a esas horas, los turistas estarían en el extremo contrario del complejo.

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  • Neak Pean. La curiosidad de este templo es que parece más bien una fuente en medio de un pequeño lago. El templo que menos nos gustó el primer día, quizás porque ya estábamos cansados y el sol pegaba con justicia.

  • Preah Khan. Un templo inmenso y muy bien conservado del que quizás no disfrutamos por lo cansado que ya estábamos.

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El segundo día lo dedicamos al anillo pequeño que, como hemos dicho, incluye los principales templos. La diferencia con el anillo grande es evidente. Los templos están completamente atestados y más que buscar la foto perfecta uno tiene que luchar por encontrar un segundo en el que pueda disparar su cámara sobre una piedra que no esté asociada a un turista. El orden de visita este día fue en el sentido de las agujas del reloj:
Angkor Wat. El templo principal y el más visitado. Simplemente enorme.

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Más allá de los templos Siem Reap no ofrece mucho más. La primera noche cenamos en la Pub Street, una calle peatonal en la que se reúnen los turistas y está repleta de restaurantes y bares de gustos occidentales. Es la típica emboscada para turistas que puedes encontrar en cualquier parte del mundo. En las proximidades hay un mercadillo de souvenirs donde puedes regatear un poco y comprar algunos recuerdos. Los habíamos dejado para el último día dadas las dificultades que tiene la bicicleta para cargarlos. Luego buscamos un restaurante de nuestro agrado en la Pub Street. El Khmer Kitchen Restaurant ocupa un edificio colonial bien bonito. En la parte baja hay una zona de copas y en la alta está el restaurante propiamente dicho. En lugar de ventanas hay una serie de arcos al estilo de la época y, al estar abiertos, no dispone de aire acondicionado. A pesar de los ventiladores resulta un poco caluroso. Aunque es un restaurante de comida Jemer, tiene un poco de todo y, la carta, ofrece la posibilidad de cambiar de dieta a quienes ya están hartos de los palillos. Luego, en la calle, tomamos un helado en uno de los múltiples chiringuitos que lo hacen sobre una plancha de hielo. Echan la crema líquida sobre el hielo y se forma una fina capa de helado (como si fuera un crep). La enrollan y la ponen en un vaso. La segunda noche quedamos a cenar con unos amigos que, casualmente, visitaban Siem Reap esos días. Cenamos juntos en el Haven: 8 personas por 120 dólares. Nada relevante que decir. Un poco apartado y la comida correcta.

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El último día salimos con nuestras bicicletas y las regalamos a unos niños que jugaban en la calle en el destartalado barrio que rodea al hotel. Al principio no lo creían y se acercaron muy tímidos pero, una vez las tuvieron en sus manos, se subieron a ellas y salieron disparados. El resto de la mañana lo dedicamos a la piscina y a embalar nuestras alforjas. Almorzamos en el hotel y nos fuimos al aeropuerto para volver a casa. El viaje de regreso transcurrió sin incidentes con esa extraña tristeza de quien acaba algo que ha resultado hermoso pero también con la alegría de volver a casa. Mientras cabeceábamos en nuestra butaca, entre película y película, ya soñábamos con el próximo viaje.

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