Llegada
a Chennai

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Comprar
las bicis


En el estado de Tamil Nadu


En este peculiar estado comienza nuestro periplo. Tamil Nadu presume de ser heredero de la más auténtica tradición india. Sus habitantes se consideran descendientes de los verdaderos indios y realmente existen determinados aspectos que los diferencian del resto. Podríamos referirnos al más evidente de ellos, el color de la piel, probablemente más oscuro, o al tan característico uso que hacen del dhoti los hombres (una especie de pareo que se pasan el día abrochando y desabrochando en torno a la cintura) pero la principal diferencia, y la que va a influir más sobre nuestro viaje, es el idioma. A poco que uno se mueva descubre el escaso seguimiento de la lengua inglesa, pero es que ni siquiera el hindi es la lengua predominante. El Tamil es la norma. Para el viajero escasamente avezado, no existirá diferencia entre el Tamil y el hindi, pero a poco que uno observe los carteles de los comercios le será fácil observar las diferencias entre las distintas escrituras (a veces incluso, aparecen escritos en los tres idiomas)
Tamil Nadu, por su carácter costero, disfruta de un clima algo más suave y debido a su orografía (llana y con importantes ríos) es el segundo productor de arroz en la India, lo que va a condicionar su paisaje pues, desde Pondycherry hasta Trichy pedaleamos junto a grandes cultivos de este cereal. Es la foto más habitual de esta zona, las mujeres trabajando la tierra con los pies hundidos hasta la rodilla en el agua.
En este estado dejó una profunda huella la dinastía chola, que tuvo su esplendor en la zona entre el siglo X y el XII, extendiéndose al norte hasta Benarés y al sur hasta Sri Lanka y Maldivas. Su apogeo dejó salpicada la región, para las generaciones futuras, de multitud de templos (algunos dedicados a Shiva y otros a su esposa Menashki) que convierten a sus ciudades en bulliciosos núcleos de peregrinación. Encontraremos estos templos en nuestro tránsito hacia el sur desde Chennai en Mahabalipuram, Chindambaram, Kundakonam, Thanjavur, Trichy y Madurai.


CHENNAI:


Si bien todo el mundo ha oído hablar de Madrás, ese lugar mítico lleno de colores e impregnado de aroma a especies que habita en nuestro ideario, poca gente conoce la sucia y destartalada Chennai. Sin embargo, no solo son la misma ciudad, sino que además, esta desordenada y desconocida urbe es la capital de Tamil Nadu y la cuarta ciudad más poblada de la India (más poblada aún que Madrid). Al margen de su atractivo turístico (que puede o no tenerlo) es una magnífica puerta de entrada al sur pues cuenta con un vuelo diario desde Londres y dispone de una actividad comercial suficiente para facilitar la logística y nuestros primeros pasos (comprar las bicis, tarjeta SIM, cambio de moneda, hoteles, etc …).
Mas allá de lo dicho, no te dejes engañar por su sugerente historia, poblada de alfombras y pantalones bombachos… Chennai no es esa Madrás con la que hemos soñado de niño, es una urbe eminentemente India y eminentemente fea. Ruidosa, sucia, desordenada y difícil. Imposible creer que la ciudad que uno tiene ante sí sea la misma que aparece nítidamente dibujada en el mapa. Cada paso por sus calles es complicado, cada ojeada un mosaico incomprensible, un caleidoscopio absurdo de tradición y dejadez que escapa al sentido común y a cualquier otro tipo de lógica. Basta salir del aeropuerto para darse cuenta, con ese bofetón de cruda realidad, que has llegado a la India.
Nuestra primera sorpresa tras el aterrizaje a las 5:30 de la mañana, es que dos de los bultos que llevábamos (cuatro alforjas empaquetadas de dos en dos) se habían perdido en algún lugar entre Las Palmas y Chennai. Un golpe bajo para nuestro programa pues esperábamos empezar a pedalear a la mañana siguiente. Sin embargo, este hecho ya requirió de nosotros las primeras decisiones transcendentales.

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Tras rellenar los pertinentes formularios, las simpáticas empleadas que nos atendieron no nos tranquilizaron lo suficiente. Puesto que la British Airways tiene vuelos a Chennai todos los días, tenían la expectativa de que nuestras alforjas llegaran a la mañana siguiente, en el vuelo que aterrizaba a la misma hora, sin embargo, no tenían la absoluta certeza de que fueran capaces de llevárnoslas al hotel antes de las nueve de la mañana (hora en la que teníamos previsto nuestra salida). Sus respuestas dubitativas y llenas de condicionales, nos parecieron muy poco asertivas, entonces… ¿qué hacer al respecto? Les dimos la dirección de nuestro hotel en Mahabalipuram para que, en el caso de no pudieran llevárnoslas al hotel, nos las llevaran a nuestra siguiente parada, y salimos del aeropuerto pero, como se nos había hecho muy tarde con el papeleo, y solo teníamos que cargar cuatro alforjas, decidimos ir directamente a Decathlon sin pasar antes por el Hotel, con lo que recuperaríamos parte del tiempo perdido (Decathlon Poonamallee).

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Quizás este recibimiento que nos hizo Chennai nos condicionó demasiado, y ya no pudimos quererla. Tras comprar las bicicletas, pedaleamos hasta el hotel, no sin antes perdernos un par de veces en sus caóticas calles, pero nuestra confianza ya estaba rota.

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Todo lo que nos ofrecía nos pareció desvirtuado, quizás porque aún no estábamos preparados para ver lo que necesariamente tendríamos que ver a lo largo del viaje: una fotografía del ser humano adaptándose a vivir en las condiciones más difíciles que pueda uno imaginarse. Porque en la India hay belleza, hay bondad, hay sonrisas, hay color, pero también hay miseria, hay soledad, hay oscuridad, hay dolor…

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Por la tarde hicimos un pequeño intento por descubrir su atractivo, tomamos un tuc-tuc que debía trasladarnos al centro, pero no encontramos el centro sino la playa, y una concurrida avenida, Marine Drive, por la que sus habitantes pasean al atardecer haciéndose fotos en los monumentos dedicados a sus prohombres.
Después de esa corta visita dormimos sin nuestro pijama. La cosa empezaba muy mal y, a la mañana siguiente, aunque teníamos planeado esperar a las nueve de la mañana a ver si la British cumplía con su palabra, decidimos no hacerlo, demorar un par de horas nuestra salida y luchar por recuperar las maletas. Me explico: nos fuimos al aeropuerto.
El Tuc tuc nos esperaría en salidas. Los pasajeros más rezagados del vuelo (acaso aquellos a los que, como a nosotros, habían perdido sus maletas) terminaban de salir de la terminal, y un policía armado, que vigilaba dicha salida, nos impidió el paso. Nos remitió a una oficina que había a doscientos metros por la misma acera, donde un funcionario tremendamente desmotivado nos requirió a esperar hasta las 10 de la mañana cuando, por no sé qué motivo esencial, alguien podría atendernos. Se lo explicamos una y dos veces, que nuestras maletas debían de haber llegado, sacudimos nuestro frágil impreso frente a su cara, pero era ese tipo de funcionario inmune al dolor ajeno. Así que nos distanciamos y, cuando vimos que por una puerta cercana salía un empleado, nos acercamos, pegamos nuestras narices al cristal tintado (no se veía nada) e hicimos ademán de colarnos en el edificio. De nuevo nos lo impidieron, pero fue el estímulo necesario para que el funcionario entendiera que nuestra insistencia podía crearle problemas. Nos dejó pasar y nos dijo que subiéramos al piso alto, a las oficinas de la empresa Bhadra.
Los largos pasillos y enormes salas vacías, el suelo cubierto de una fina pátina de polvo y las cajas amontonadas daban al edificio esa sensación de decadencia y abandono que tienen las grandes obras arquitectónicas en la India. Encontramos las oficinas de la empresa de Holding y entramos, pero no había nadie. Era una enorme sala con múltiples despachos separados por mamparas y vidrios. Olía a café y se oían voces y risas a lo lejos. Al fin apareció el portero y se sentó en el pequeño mostrador de la entrada. Le enseñamos nuestro humilde impreso y nos requirió a que esperáramos. Bien podía de ser hermano del funcionario de la entrada, y allí nos sentamos dispuestos a pasar varias horas hasta que de pronto, aparecieron las jóvenes que nos habían atendido el día previo. Nos reconocieron inmediatamente y nos dijeron que nuestras alforjas habían llegado. Una extraña emoción inundó nuestro pecho. Nos recomendaron paciencia y se fueron. Nueva espera. Volvió a aparecer una de ellas y nos indicó que bajáramos ¿ Qué significa? Salimos atropelladamente y al descender a la planta baja allí estaban, abandonadas en un pasillo… como cualquiera de aquellas cajas. Las cogimos, salimos del edificio sin que nadie nos pidiera nuestro triste resguardo ni preguntara nada, y corrimos hasta el tuc-tuc, cuyo conductor nos esperaba en la calle frotándose las manos.


Datos prácticos:


Comprar Bicicleta: Decathlon Poonamallee.


Se trata de la típica nave industrial que Decathlon usa para sus tiendas. Está al borde de una gran y destartalada vía con dos carriles en cada sentido y dispone de un gran aparcamiento que cuando fuimos (a primera hora de la mañana) estaba completamente vacío. El interior de la nave tenía el mismo aspecto desapacible que el exterior, y los empleados con una amabilidad admirable se dedicaron por completo a nosotros. Estuvieron un rato montando los complementos de nuestras bicis y al final se hicieron una foto en la puerta con todos nosotros. La calidad y el precio de las bicicletas fue el mismo que en casa, lo que no quita que esa cantidad de dinero sea una verdadera fortuna en la India. Cruzar la autopista no fue un problema.


Alojamiento en Chennai:


Existe una gran variedad de hoteles de todas las categorías a muy buen precio, pero en nuestra opinión, en esta ciudad, por lo poco que cuesta en comparación con nuestros hoteles, si el presupuesto te lo permite merece la pena elegir uno de 5 estrellas con todos los estándares europeos. Nosotros nos decidimos por el Raintree St, Mary Road, situado bastante al sur, ya que nos facilitaba la salida en bicicleta hacia Mahabalipuram, al día siguiente (cruzar la ciudad siempre resulta más lento y nos esperaba una primera etapa de 80 kilómetros que no sabíamos cuánto nos podía llevar). Resultó ser un hotel de cinco estrellas sin grandes pretensiones, pero relativamente bien situado, muy adecuado y correcto. Recomendable para una o dos noches.


Comer en Chennai:


Hay también una buena oferta de restaurantes disponibles en Tripadvisor. Como en los días siguientes nos íbamos a ver obligados a comer en lugares más humildes y con una oferta más ajustada, nos decidimos por The Marina, en 39 College Road, un restaurante de pescado que nos daba suficientes garantías. Se trata de un coqueto restaurante, muy limpio, con un concepto bastante original y moderno. Tiene un mostrador donde se exhibe el pescado que cada uno elige para que le sea cocinado según los estilos disponibles en la carta. Acabábamos de llegar y no teníamos muy claro cómo pedirlo. Luego, en las raciones, echamos de menos buena parte del pescado que habíamos elegido (había adelgazado notoriamente) pero estaba muy bien cocinado y acompañado en el plato. La cena salió cara para los precios de la India (4 personas por 8000 rupias).


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OJO!!!

Cuidado en el 99, Mount Poonamalle High Rd. Si subes por el paso elevado después no vas a poder girar a la izquierda
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