de
Camagüey

LFGP

a Ciego
de Ávila


Fue la etapa más larga del viaje aunque no la habíamos planeado así. Salimos temprano de Camagüey y, como teníamos tiempo de sobra, a media mañana, nos detuvimos en un tugurio que había junto a la carretera a tomar nuestro ya preceptivo refresco. Nos recordó al del día previo y, después de lo que nos había contado Joel (el chico con la camiseta del Real Madrid), ansiábamos llegar a tan hermosa localidad. Con esa inquietud retomamos la carretera pero, cuando por fin llegamos, nuestra decepción fue enorme. No podíamos creer que a un lugar tan desolado lo llamaran La pequeña Habana. Luego caímos en la cuenta de que el paisano debía referirse a Miami, de quien se dice a veces que es la pequeña Habana (no sabemos si por lo bonito o por la cantidad de cubanos que allí viven). Lo cierto es que La Florida era un lugar inhóspito y desolado. No hacía honor a su nombre, y muchos menos a las expectativas de aquel aficionado al Real Madrid había despertado en nosotros.
Fuimos directamente a la casa que nos había recomendado la chica que conocimos en la cola de la tarjeta de embarque en el aeropuerto en Madrid y, aunque su madre fue amabilísima y nos ofreció todo lo que tenía, las habitaciones dejaban mucho que desear, tenían los pisos levantados y no contaban con aire acondicionado. A estas alturas ya conocíamos los estándares y nos habíamos vuelto exquisitos. Nos disculpamos amablemente y dimos un par de vueltas con nuestras bicis por las distintas calles. La ciudad ya estaba vista. No había nada. ¿Qué íbamos a hacer allí tan temprano? Así que decidimos seguir de largo, tomar la carretera central y llegar hasta Ciego de Avila.
¡Mi madre! Fuerte carretera recta… recta… recta… interminable, campos de caña a ambos lados. Era una etapa larga y, con el sol, se nos hizo todavía más larga.

AMG

Ciego de ávila es una ciudad curiosa, pues casi no aparece en el mapa de Cuba. Llegamos tan cansados que estábamos dispuestos a meternos directamente en el primer Hotel que hubiera. Pero no fue tan fácil, los dos hoteles estaban ocupados y, una vez más, tuvimos que callejear buscando los cartelitos que anunciaban alquiler de habitaciones. De repente nos encontramos ante una casa que estaba fuera de sitio, tenía un estilo moderno que no hubiera llamado la atención en una revista de diseño y arquitectura, pero allí sí, en medio del caos cubano. Tocamos a la puerta y su propietario el "tremendo" Manuel Castro Castro, nos apabulló con sus locuacidad. Visceral, extrovertido, con un alma que se le salía del cuerpo, le gustaba el arroz criollo y añoraba el bistec de res (solo dejan comer pollo y puerco, la vaca es para los turistas). Tenía como contrapunto a su esposa, una mujer cabal y tranquila, profesora de biología en la universidad.
Estábamos tan cansados que, después de ducharnos y lavar nuestra ropa, decidimos dar un paseo en calesa. No era la típica calesa para turistas, sino una sencilla calesa tirada por un triste y demacrado caballo, medio despelusado, como las que usan ellos para desplazarse de un lado a otro… el chofer era un joven noblote muy parco en palabras. Pasó un mal rato cuando se nos rompió la rueda. Hizo lo posible por arreglarla allí mismo pero al final tuvimos que seguir caminando. Manolito nos había recomendado comer en La Fonda (H. del Castillo No. 34 esq. a Máximo Gómez. Teléfono: (5333) 266186), donde nos sirvieron el mejor arroz congrí que habíamos comido hasta la fecha y un plato de Ropa Vieja que nada tenía que ver con la ropa vieja que se come en Canarias. Después hicimos una larga cola para tomar un helado.

AMG

La ciudad era como todas, caótica y destartalada, pero con calles más amplias y espaciosos parques. En la parte antigua un gran bulevar peatonal muy estropeado. Más hacia la perifería bloques de casas al más puro estilo comunista.
La casona (la casa de Manolito Castro) Calle 3 # 6 entre Independencia y J.Aguero, Vista alegre, Ciego de Avila Tfno. 228 355 ( 033), móvil 534 230 71 (correo: greidy@gmail.com)


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Foto de guarapera
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