Nos levantamos a las 5:30 horas porque esta etapa prometía de nuevo ser larga. Luego no lo fue tanto porque pudimos pedalear a 18 kms/h.
Manolito nos había preparado un buen desayuno en lo alto de su terraza, antiguo restaurante.
A las 7 am estábamos ya pedaleando rumbo a por las calles de Ciego de Avila rumbo a Morón, 60 kms que dieron paso a extensos manglares a ambos lados de la carretera. Nos acercábamos a las costa. Tuvimos que hacer una parada por algún problema físico en es zona innombrable que suele ir apoyada en el sillín. Ningún problema que no se recuperara con un breve descanso.
Alcanzamos la costa en el acceso a Cayo Coco y, como éramos extranjeros y teníamos reserva de hotel, no tuvimos problema en pasar el control que limita la entrada a cubanos. Solo quedaban 40 kms, 35 de los cuales discurrían por la estrecha carretera que une el cayo con tierra firme. Una estrecha lengua de asfalto flanqueada por mar a ambos lados y de vez en cuando un letrero en el que se veía a Fidel arengando a los trabajadores para que siguieran echando piedras sin mirar el horizonte. Te hace pensar en lo duro que debió ser la construcción de este acceso. Una bandada de cormoranes nos entretuvo parte del camino.
A las 3:00 pm llegamos al Meliá Cayo Coco. De pronto dejamos de ser esos tristes viajeros que se arrastraban en sus bicis, mezclándose entre la multitud cubana, a ser los perfectos turistas de masas, entre una fauna indiscriminada de ingleses, italianos y Canadienses. Unos estándares de calidad muy superiores a lo visto hasta ahora, con las limitaciones propias de Cuba, en un todo incluido al mas puro estilo europeo, y en un ambiente de despilfarro y superabundancia que hacía daño a la vista… y al alma.
Nos impresionó el espectáculo de la vida, pero nosotros íbamos a lo nuestro. Descansar, hacer un alto en el largo camino. Nos dimos un bañito en la playa y nos fuimos a la cama.
